Pablo se niega a partir

Actualizado
  • 30/11/2008 01:00
Creado
  • 30/11/2008 01:00
COLOMBIA. Han pasado 15 años desde la muerte de Pablo Escobar en el tejado de una casa del barrio Los Pinos, en el occidente de Medellí...

COLOMBIA. Han pasado 15 años desde la muerte de Pablo Escobar en el tejado de una casa del barrio Los Pinos, en el occidente de Medellín, y nadie se pone de acuerdo acerca del verdadero alcance de su legado, como tampoco del impacto de su imagen, ahora mitificada a causa de una muerte cada vez más lejana y borrosa.

No resulta fácil definir cuál es el verdadero legado de un personaje. Escobar llegó a ser (y tal vez en algunos países aún lo sea) el referente inmediato cuando alguien pronunciaba la palabra Colombia. Un referente de terror y violencia. ¿Qué tan presente está esa marca en el país, que ha visto sucesivas oleadas de violencia posteriores a la muerte de Escobar? ¿Qué tanto marcó la ética y la estética del país? Para comenzar, el nombre de Escobar genera una poderosa atracción sobre la gente, bien sea que se le odie o se le ame.

El pintor Fernando Botero plasmó en un óleo el momento en que el capo cae abatido por sus perseguidores. Basta revisar el listado de películas documentales y dramatizadas que giran alrededor del personaje o de su leyenda.

Hollywood prepara la superproducción “Killing Pablo”. Documentales basados en este mismo libro y otros en los archivos familiares de Pablo Escobar, son apenas unos ejemplos de exitosos productos televisivos. Los libros sobre su vida tampoco han dejado de aparecer.

El año pasado Virginia Vallejo, la ex amante del capo, generó todo tipo de controversias con su obra “Amando a Pablo, odiando a Escobar”, una muy bien narrada apología del capo.

Pero el fantasma de Escobar también ronda aún en escenarios ajenos al periodismo y la dramatización de su vida. Algunos turistas que llegan a Medellín, casi todos extranjeros, preguntan por la tumba de Pablo Escobar y toca armarles paseo al cementerio Montesacro, en el sur de Medellín, donde han tallado sobre una lápida de mármol el epitafio "aquí yace Pablo Escobar Gaviria, un rey sin corona".

Similar al peregrinaje que miles de turistas hacen en París que van a visitar la tumba de Jim Morrison, en el cementerio Pére Lachaise.

Algunas agencias de viajes de la ciudad han diseñado recorridos que visitan edificios emblemáticos relacionados con Pablo Escobar (Mónaco, Dallas, el Ovni, estos dos últimos paradigmas de la llamada arquitectura traqueta o 'narcdeco'); la cárcel de La Catedral, en la zona rural del vecino municipio de Envigado donde estuvo recluido y de donde se escapó; casetas telefónicas del centro de la ciudad desde donde, dice la leyenda, se comunicaba con su familia, y la casa donde cayó abatido en el barrio Los Pinos.

Durante el recorrido el operador pone música de los Tigres del Norte y Bob Marley a manera de banda sonora, y no faltan quienes ofrecen un toque de marihuana.

Algunos “tours” también ofrecen la opción del viaje de tres horas por carretera a la Hacienda Nápoles.Y es que si existe algún ícono de la “pabloescobaridad”, ese es precisamente la Hacienda Nápoles, en Doradal, un municipio del Magdalena Medio antioqueño, en cuya entrada Escobar empotró la avioneta Piper Cub con la que coronó su primer envío de cocaína a Estados Unidos.

Pero también perdura Pablo Escobar, como ícono estético. Su imagen, despojada de su incalculable maldad, o quizá como desafío de las nuevas generaciones, adorna camisetas, como si se tratara del Che Guevara.

Al igual que pasa con el símbolo de lo mejor de la revolución cubana, quienes la lucen poco o nada tienen que ver con el ideario del personaje.

Se luce a Pablo Escobar en Europa como quien se pone una camiseta de Homero Simpson o la lengua emblema de los Rolling Stones, sin tener conciencia de la interminable estela de sangre que dejó en Colombia.

Otro elemento interesante es ver cómo, mientras los verdaderos narcotraficantes aprendieron las lecciones del pasado y han aprendido a pasar de agache y mantener un bajo perfil, amplios sectores de la sociedad se han contagiado de la cultura traqueta de la ostentación.

Una tendencia que algunos ven en declive, como el publicista Ángel Beccassino, gran estudioso del significado de las imágenes populares, quien afirma que "esa cultura del 'kitch' rabioso también pasó.

Con la nueva tendencia de los narcos a pasar de agache se diluyó la parte popular bonita, de la exageración, que ahora se ve en los carteles de México.

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