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- 31/10/2019 20:32
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Aquí estoy con decenas de jóvenes corriendo de las bombas lacrimógenas que lanzan las unidades antimotines de la Policía Nacional. Allí van ellos, con pañuelos que tapan sus narices, con pancartas que insultan a los diputados, con megáfonos que han usado para mostrar su enojo, corriendo sin rumbo por esas calles oscuras que muy poco frecuentan. Son diversos, son de sectores sociales distintos, son homosexuales, lesbianas, heterosexuales, pero ante todo son jóvenes panameños que han encontrado esta noche, como en otras noches, una razón para conspirar, un motivo para ser alguien: protestar contra las reformas constitucionales.
Antes de correr por los callejones y los tugurios cercanos a la Plaza 5 de Mayo, antes que iniciara la represión, antes que un joven encapuchado lanzara un cohete artificial contra las policía y se desataran los arrestos y la persecusión, corearon consignas, actuaron, desafiaron a los policías, les dijeron que no le tenían miedo, que no tenían piedras, que no tenían nada y alzaron los brazos, todos, decenas de ellos, diciendo “manos arriba”, “estas son nuestras armas”. Cuando los miras de cerca, cuando estás con ellos, no puedes dejar de pensar que algo novedoso ha ocurrido. Los jóvenes que protestan no son los jóvenes que protestaban antes, casi siempre, estudiantes de la Universidad de Panamá; están, por supuesto, los universitarios del sistema oficial, pero también están los hijos de aquellos padres que pueden pagar universidades privadas, que no tendrían mayores problemas sociales en apariencia, pero no es así. La realidad siempre es compleja. Están molestos porque no pueden ser ellos, y están enojados porque las reformas que hasta ahora se han aprobado mantiene el mismo Estado que tanto les incomoda, aquel que ha tolerado la corrupción, que es permisivo con la intolerancia, que promueve la desigualdad. Así como leen.
Antes de correr y respirar el gas que nos hace llorar y estornudar, estuvieron muy pasivos. Casi todo el tiempo estuvieron así. Participaron tímidamente de la protesta que convocó el Sindicato Obrero de la Construcción (Suntracs) contra las mismas reformas constitucionales, disfrutaron los coros de los obreros que pedían agua, luz, y mejores condiciones de vida al ritmo del reggae, pero no se mezclaron. Una vez marchó el Suntracs, estos jóvenes se tomaron el lugar, cantaron, y no querían desalojar la Asamblea Nacional. Como la noche anterior pusieron sus detenidos, como la noche anterior sufrieron la represión y como la noche anterior se retiraron corriendo por esas calles oscuras que desconocen, gritando que volverán, que esto no ha acabado. Del otro lado, la Policía Nacional protegía un símbolo, un cascarón de cemento sin gente, porque no hay diputados a quien reclamarle, solo una cerca que parece inofensiva y que juega un papel también simbólico. Les recuerda que las barreras existen y que no son bienvenidos.