La tregua de los claretianos

Actualizado
  • 21/12/2018 01:02
Creado
  • 21/12/2018 01:02
La Congregación de los Misioneros Hijos del Inmaculado Corazón de María, con presencia en 63 países, fue fundada el 16 de julio de 1849 por San Antonio María Claret, obispo de Santiago de Cuba y confesor de la reina Isabel II. En Panamá, tienen su hogar en Las Cumbres

En medio de la floresta de Las Cumbres se destaca la ‘Residencia Claret', hogar de los misioneros retirados. Ahí, alejados del ruido y los bocinazos, cuentan a La Estrella de Panamá su obra evangelizadora en la ciudad, la montaña, las comarcas indígenas y el territorio insular.

Llegar temprano a la cita tiene su premio: disfrutas de la brisa fresca y limpia; de la belleza de los jardines, del canto del sinsonte y la armonía del ‘piquigordo'. Las acrobacias de las ardillas contrastan con la quietud de los tucanes y sus coloridos picos.

Una hilera de mecedoras en una acogedora terraza da pistas del lugar buscado. Había silencio y miradas curiosas detrás de las ventanas. Un hombre alto, elegante, canoso, de trato suave pero firme, salió al encuentro: el sacerdote Vicente Sidera.

La Congregación de los Misioneros Hijos del Inmaculado Corazón de María, con presencia en 63 países, fue fundada el 16 de julio de 1849 por San Antonio María Claret, religioso español, obispo de Santiago de Cuba y confesor de la reina Isabel II.

En la hermosa residencia hay ocho sacerdotes, todos españoles: Jesús Aramendía (92 años), Agustín Ruíz (83), Jesús Riba (81), Ángel del Molino (92), José María Vigil (72), Vicente Sidera (83), José María González (86) y Félix de Lama (69).

Desde hace siete años acoge y atiende a claretianos jubilados, enfermos y recién operados. La administra el gobierno provincial de la congregación, con sede en el Santuario Nacional del Corazón de María.

CREER, LIBERTAD Y CRECER

Vicente Sidera, de 83 años, nativo de Cellera, provincia de Gerona, Cataluña, arribó a Panamá en 1962. Su primera misión fue en Ustupu, comarca Guna Yala. Su peregrinaje abarcó Darién y Coclé (Aguadulce, Pocrí, Natá). De Aguadulce, recuerda con afecto al periodista Italo Rojas, dueño de la emisora La Poderosa .

En Metetí, Darién, trabajó 25 años. Tiene vena periodística. En un artículo sobre Darién, expresó: ‘Campesinos con mentalidad de ‘potrero' y con ideas ‘deforestadoras', según el modelo de sus amos terratenientes de allá, de donde procedían. Campesinos mayormente analfabetos, pero con la ilusión y el empeño de que sus hijos asistieran a unas incipientes escuelas de tablas, pencas y piso de tierra. Sin pizarrones, sin sillas y sin mensaje'.

Trabajó junto al legendario obispo Rómulo Emiliani y ambos emprendieron proyectos como la emisora Voz sin Fronteras , cuyo lema era ‘Abriendo caminos y acortando distancias'.

‘Ayudamos a la gente a creer, liberar y crecer. Emiliani, con su espíritu guerrero, fundó programas como Pro niños de Darién y el asilo ‘Hogar Luz y Vida'. Logramos una interrelación y mutua aceptación entre los grupos humanos, sin enfrentamientos ni displicencias étnicas y culturales', concluyó.

MECENAS DE LOS INDÍGENAS

En tanto, Félix de Lama, de 69 años, nació en Aranda de Duero, Burgos. Es el ‘benjamín' del grupo, emblema del compañerismo y del don de servicio. De sus 44 años como misionero en Panamá pasó 17 en la capital y 27 en Guna Yala.

Cuenta que en 1975 los gunas emigraban a Panamá en busca de estudios y empleo. Fue así que nació la misión de acompañamiento para evitarles una transición cultural y económica traumática. Se creó la Secretaría Indígena, a través de la que se consiguió un albergue en Carrasquilla para doce estudiantes. Con la ayuda del arzobispo de Panamá, Marcos Gregorio McGrath, dispusieron de un local en San Francisco de la Caleta, que cobijó hasta 50 personas.

Crecían las necesidades de vivienda, estudios y servicios médicos. El obispo de la Diócesis de Colón y Guna Yala, Carlos María Ariz, logró, a principios de los ochenta, que el presidente Jorge Enrique Illueca impulsara la comunidad de Guna Nega, cerca de Cerro Patacón. ‘Era un lugar hermoso, con ambiente rural, buena agua y a 10 minutos de la ciudad, pero se llenó de precaristas y de problemas', afirmó.

De Lama aconseja volver a predicar el mensaje de Cristo para ‘descolonizar las mentes', abrir espacios al diálogo intercultural, para que incluya a indígenas y afrodescendientes. Aboga para que representantes de las religiones conversen, se escuchen unas a otras.

EL COCLESITO DE CHEMA

Cuando en 1959 el padre José María González llegó a Colón, inmediatamente lo bautizaron con el sobrenombre de ‘Chema'. Tiene un largo historial misionero: 29 años en Panamá, 27 en Costa Rica, 3 en El Salvador y uno en Honduras.

Es oriundo de Lérida (Lleida, en catalán). Es alto y delgado, espontáneo, optimista, avispado. Dejó recuerdos imborrables en Colón, Coclé y la ciudad de Panamá. Ha dictado 300 cursillos de cristiandad. Es predicador popular de impacto. A sus 86 años no oculta las ganas de volverse a la montaña a pregonar el mensaje de Cristo. Le gusta hablar de la fundación de su amado Coclesito: ‘Algunos cronistas se la adjudican al general Omar Torrijos Herrera en 1970. Omar no la fundó a partir de cero, sino que hizo el hallazgo de ese pueblo en mitad de la selva; ya existía desde hace nueve años. Yo lo fundé'.

Relata que en 1961 el obispo de Colón y Guna Yala, Jesús Serrano, lo mandó a las montañas de Coclé. Allá, los campesinos de ‘La Negrita' empezaron a bajar al poblado de Coclé del Norte cuando se enteraron de la presencia de algún cura.

Los moradores de La Negrita lo llevaron a su caserío. ‘Los motivé a que fundaran un pueblo para vivir en comunidad. Escogieron la zona más alta. Como esa parte del río Coclé tenía poco caudal, le decían Coclesito. Así La Negrita se convirtió en Coclesito'.

Al pueblo se le llamaba ‘San José del General', en honor del padre José María y del comandante. Al principio tenían una escuela de barro. Un día Chema retrató a 70 niños frente al plantel y llevó la foto al Ministerio de Educación, con una nota que decía: ‘señor ministro: estos niños de Coclesito somos todos analfabetos. Lo mismo que nuestros padres y madres. Ya hemos edificado una escuela, tenemos ganas de estudiar: solo nos falta su colaboración, que nos manden maestros'.

Le hizo tanta gracia la carta que nombraron dos maestras para el siguiente curso. El claretiano guarda silencio… recupera la sonrisa y, con los ojos brillosos, piensa en voz alta: ‘Me siento feliz por lo que hice por esa gente'.

EL POETA DE LA FE

Jesús Aramendía, de 92 años, nos recibió con una emotiva alabanza en lengua guna. Él mismo se encargaba del acompañamiento musical, con una maestría que deja dudas de su condición de ‘medio sordo'.

Nació en Echávarri, Navarra. Fuerte como un palo de macano, culto, versado en latín clásico, poeta y músico. Compartió el evangelio con Guatemala, El Salvador y Panamá (Darién). Dictó clases en la Universidad Santa María la Antigua (USMA).

Es un gran conversador y no le cuesta demostrarlo. Tiene el cuarto empapelado de fotos familiares. ‘Esta es mi hermana pequeña, de 90 años. Acá mi sobrino Jaime, juega con el deportivo Eibar. Vaya si patea ese tío'.

Compone poemas para recordar momentos alegres y tristes. Frente a la cajita con las cenizas de su compañero misionero Gabino Pérez Mata se inspiró: ‘Que la vida es tan efímera/que la vida es como un vuelo/como polvo en la balanza/que apenas si tiene peso'.

Durante sus 7 años en Darién enseñó a la gente a tener amor propio y a ser auténticos. ‘Uno tiene que escudriñar su vocación; preguntarse a uno mismo: ¿qué valgo?, ¿para qué sirvo?, ¿qué puedo hacer por otros?'.

Le gusta contar chistes, con la premeditada táctica de reírse mucho antes de terminarlos. ¿Oye, te sabes el del chinito en el metro?, pregunta. ‘Nada, que cuando el chinito entró al vagón todo el mundo le decía: ‘hola, hola, hola'. Y él, apenado, respondía: no puedo ‘decil hola, no tiene leloj”.

No pudimos conversar con otros titanes claretianos como Agustín Ruiz, Jesús Riba, Ángel del Molino y José María Vigil. Todos escribieron páginas de oro en la obra misionera en Panamá y la región.

Antes de despedirse, Jesús zambulló la mano en el bolsillo de la camisilla y sacó dos paquetes de galleta. ‘Tomad, lo vais a necesitar en el camino, ve con Dios'. Y se perdió en el silencioso pasillo de la estancia.

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