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- 23/02/2014 01:00
Cuando Dorindo Cárdenas vendía gallinas y huevos en el pueblo ya soñaba con ser músico. Aprendió a tocar el violín de niño y a los once años tocaba en fiestas de casas. Los jardines y toldos no se habían inventado. Una mañana se disgustó con su padre y se marchó a otra provincia, a Chiriquí, con un grupo de amigos músicos que se hacían llamar ‘Paraíso Istmeño’.
En Chiriquí limpiaba potreros, pero la música le seguía dando vueltas en la cabeza. Al poco de estar en el llamado Valle de la Luna, el acordeonista del ‘Paraíso Istmeño’ le ofreció venderle el único acordeón que tenía el conjunto con la condición de que lo prestara cuando le saliera alguna presentación. Seis dólares fue el precio por el instrumento; tres meses, el tiempo que tardó en aprender a ejecutarlo.
A los cuatros meses estaba de vuelta en su tierra santeña con un proyecto en mente. En Chiriquí decidió la ‘transición del violín al acordeón y armé mi conjunto Águilas Istmeñas’. Acordeón, churuca, guitarra y tambor eran los instrumentos con que el ‘Águila’ salía alegrar al público. Eso fue en 1957, y otros músicos acaparaban a los bailadores. Una de las estrategias del joven Dorindo fue cambiar el nombre al grupo. ‘Orgullo Santeño’ fue el nuevo nombre, a petición de los bailadores.
Gelo Córdoba reinaba en los bailes y lo acompañaba la cantante y salomadora más famosa de aquellos años: Eneida Cedeño, ‘la Negrita de Purio’. Gelo había cambiando el violín por el acordeón tres años después del fin de la Segunda Guerra Mundial y ganaba la suma más alta por toque, 50 dólares. El hoy llamado ‘Premier de Los Comendadores’ pensaba en más cambios para su conjunto y entabló conversación con la Negrita de Purio.
-Eneida me dijo que ella no era exclusiva de ningún grupo. Se vino a cantar conmigo y yo también empecé a cantar, en ese tiempo a los hombres que cantaban los miraban extrañados para ver qué pasaba por ahí, cuenta el acordeonista.
Eneida se convirtió en esposa de Dorindo y cantó en el grupo, también conocido como el Conjunto Escuela, hasta finales de la década del 90, cuando se acogió al retiro y ocupaba el tiempo en cuidar el zoológico que tenía en su residencia.
EL FILÓSOFO DE LA NOCHE
En mi vida yo nunca he sido feliz, la estrellas iluminan al revés, pues ya pienso que si volviera a nacer, heredara sacrilegio y gran sufrir.
Me encuentro tan solitario, voy vagando por el mundo, ¡ay qué dolor tan profundo, vivir triste y arbolario!
Sé que nadie me quiere, lo llevo en el pensamiento, ay con tanto sufrimiento, así cualquiera se muere.
De las 200 canciones que ha escrito e interpretado Dorindo, la que más le gusta es El Solitario.
Era 1988. ‘En aquel tiempo no estaba tan viejo y me buscaba problemas emocionales por ahí. Se presentó un día que del lado que sacara la cara venía la gaznatada. Me fui a la finca, ese día tenía que llevar al capataz, y de mortificación me fui sin él. Llegué solo a la finca y me puse a andar por ahí. Qué solitario estoy, pensaba’.
Así nació El Solitario, que ha interpretado su compadre colombiano Alfredo Gutiérrez en vallenato; el Gran Combo de Puerto Rico, en salsa; Samy y Sandra Sandoval como un homenaje y hasta el rockero español Enrique Bunbury.
Antes de esta composición, Dorindo fue conocido como compositor por tres temas más: Al Galope de mi caballo, Décimo Quinto Festival de Guararé y Olvidemos el pasado.
Jorge Isaac Guevara, amigo del artista, piensa que Cárdenas, además de músico es filósofo: ‘Desde que lo conocí siempre ha sido autodidacta. Solo cursó hasta tercer grado, pero se preocupa por estar actualizado de lo que pasa en el mundo por medio de la lectura’.
Guevara relata que una madrugada de baile se acercó al músico y vio su rostro cansado. ‘Maestro, ¿se siente agotado?’, le preguntó Guevara. ‘La que se ha cansado es la noche, que le da paso al nuevo día’, le respondió el músico que se encaminaba hacia la tarima para continuar con la faena.
Esa sed de aprendizaje la ha aplicado a otras ramas de su vida. Afina y repara todos sus acordeones. Al inicio de la carrera lo hizo con el acordeón que compró por seis dólares: lo abrió para mirar qué tenía por dentro. Hoy, más por necesidad que por curiosidad, afina los instrumentos que le cuestan entre $2,000 y $5,000.
LAS CASAS QUE TODOS CONOCEN
En Las Tablas, para llegar a la residencia no hay que dar dirección. Solo hay que decir ‘voy a la residencia de Dorindo’.
Ante esa instrucción, el taxista que nos llevó preguntó: -¿A cuál de las casas lo llevo: a la del centro o a la de Santa Elena?
–Mañana tengo que esconderle el celular para que lo dejen descansar’– confiesa su esposa María Rosa Vergara. Al día siguiente, 14 de febrero, ‘Doro’, como le dicen de cariño, cumplirá 78 años. Cada cumpleaños, el músico recuerda la disputa de su padre y su abuelo por apuntarlo ‘En mi cédula aparece que yo nací el 13, pero nací en la madrugada del 14’. Según ‘El Poste de Macano Negro’ (sobrenombre que nació de su resistencia e ímpetu), eso se debe a que ‘en ese tiempo los viejos decían que el día cambiaba cuando amanecía’. Aunque su primer nombre es Daniel, artísticamente es conocido como Dorindo. Al respecto comenta el músico ‘Mi abuelo me puso Dorindo porque así se llamaba una novia que tenía. Creo que fui el primer Dorindo que hubo por aquí’.
Una de las residencias de ‘El Premier’, otro de sus tantos apelativos, está en la barriada Santa Elena, en las afueras de Las Tablas, frente a un potrero donde pastan vacas negras que se tuestan con el verano. María Rosa cuenta que ‘el sofoco no es tanto’, que ‘si se quiere sudar hay que irse a David, donde el calor fue de 40 grados hace poco’.
Santa Elena es un barrio que no separa las clases sociales, a un lado vive el acordeonista y más adelante familias que ganan el salario mínimo de las provincias.
La única música que se escuchará en esas horas es la del Doro cuando desenfunda un acordeón en la sala de su casa, de dos plantas. Cárdenas abre y cierra el instrumento ante los ojos saltones de ‘Lola’, la chihuahua color tierra que lo mira desde el sofá.
El camión blanco se estaciona a un lado de la puerta y ya no dejan ver las vacas negras al otro lado de la carretera. María Rosa abre la puerta de una habitación y le entrega los acordeones al conductor. Son ocho los que llevarán para la presentación de la noche.
Cuenta que antes acompañaba al conjunto, pero ya no, porque ahora la columna le está molestando. Le gustan todos los temas que ha interpretado su esposo, cuenta, pero se quedaría con Olvidemos el pasado.
Las paredes y las mesas del hogar Cárdenas Vergara están llenas de diplomas y de fotografías. ‘No son todas, hay en cajetas, queremos hacer un museo para colocarlas todas’, adelanta.
María Rosa y Dorindo tienen dos hijos: Yiniva y Adonis. La primera es actriz de teatro y lleva su propia empresa de casting para proyectos cinematográficos. El segundo, toca el acordeón y hace 13 años acompaña a su padre en todas las presentaciones. ‘Ellos salen artistas a él, dice María Rosa señalando al acordeonista, porque yo no canto ni los pollitos’, comenta entre risas.
‘LOS JÓVENES ATRAEN A LOS JÓVENES’
Dorindo es el acordeonista con más edad que continúa en los toldos. Artistas de su época, como Ceferino Nieto y Dagoberto ‘Yin’ Carrizo, están retirados de las tarimas o solo tocan en funciones culturales.
‘Él ha reiterado que quiere morir con el acordeón en el pecho. A mediados de los noventa, cuando tuvo que viajar a Estados Unidos para una cirugía del corazón, nos asustamos mucho y pensamos que cuando volvía tenía que ir dejando el trabajo’, relata Jorge Isaac.
Pero el acordeonista, al regreso a Panamá volvió a recorrer los toldos. Luego, fue incorporando a muchachos al grupo para cubrir las vacantes de las jubilaciones y retiros. Uno de esos nuevos integrantes fue uno de sus hijos, Adonis, quien también interpreta el acordeón.
‘Los jóvenes atraen a los jóvenes’, comparte Dorindo, que detalla que el grupo tiene en la actualidad 14 miembros que se transportan en tres carros: el camión del equipo, un microbús y el auto del acordeonista.
Y agrega que en esta carrera, como en todas las demás, siempre hay altos y bajos, lo importante es la perseverancia, ‘sin eso no se consigue nada. Esa es una regla para todo lo que uno emprenda en la vida’, explica el ‘maestro’.
EL BAÑO EN EL RÍO Y LA CARRETA
Del recorrido de los acordeonistas hay un rosario de anécdotas. Cuanto más lejanos estén los pueblos, más vivencias quedan de aquellas fiestas.
Jorge Isaac relata que terminada la fiesta de Reyes en Chupaíto, al día siguiente se presentaban en Macaracas. Las horas de descanso las harían en Las Tablas. Cuando ya se marchaban, un amigo les ofreció un sancocho. Mientras esperaban a que se cocinara el sancocho, se fueron al río. Se bañaron con la ropa que llevaban puesta.
Comieron y secaron la ropa encima. ‘No hubo tiempo de ir cambiarnos de ropa, así que nos fuimos a tocar con la misma ropa del día anterior’.
El maestro cuenta otro pasaje que le parece el más jocoso. Cuando estaban iniciando la carrera les contrataron para tres días de presentaciones en San José, provincia de Herrera.
‘Nos tenían dos carretas, una para el equipo y otra para los músicos. El camino tenía muchas piedras y cuando la carreta tropezaba con una te dolía hasta la vida. Nos bajamos y nos fuimos caminando’, cuenta el acordeonista.
Esto ocurría cuando no había carreteras en buen estado. Ahora, con el progreso económico que vive el país, estas situaciones no han terminado del todo.
‘Hay días que tocamos en David y al día siguiente en Colón. No hay tiempo de descansar, dormimos lo que podemos en el carro. Estos malestares tenemos que esconderlos tan pronto subimos a la tarima, allá tenemos que poner la cara bonita como si estuviéramos bien descansados’.