Un día con el presidente

Actualizado
  • 04/05/2009 02:00
Creado
  • 04/05/2009 02:00
PANAMA. La espera por ver al futuro presidente se inició de madrugada, mucho antes de las tres de la mañana, cuando éste aún dormía en ...

PANAMA. La espera por ver al futuro presidente se inició de madrugada, mucho antes de las tres de la mañana, cuando éste aún dormía en la habitación de grandes ventanales que mira a la Calle 3ª Sur en Altos del Golf, San Francisco.

Hasta esa residencia, que no tiene numeración, llegamos para acompañar en su recorrido al empresario, que se presumía podría convertirse en pocas horas en el presidente de Panamá. En los alrededores todo era ajeno a la política.

A medida que giraban las manecillas del reloj, más gente se agolpaba en las verjas, a mirar lo que se podía. Se sabía que Ricardo Martinelli estaba dentro. Aquí ha vivido durante años.

Cada vuelta de reloj inflaba más la curiosidad por verle la cara al candidato preferido en las encuestas. Más tarde dijo, que lo despertó el bullicio de los periodistas que copaban la calle. Yo estaba entre éstos.

No fue sino hasta las 6:13 a.m. que el hombre de las zapatillas Converse salió por una puerta del garaje, como si no fuese el dueño. Allí lo esperaba un auto con el desayuno en los asientos traseros y en el maletero. Aquí dio Ricardo su primera sonrisa de triunfo y su primer apretón de labios a una muralla de micrófonos que apenas lo dejaba respirar.

Antes de pasar a tomar su desayuno: tres vasos de café con leche y uno de jugo de naranja, servidos por las manos de un mimo contratado solo para este trabajo, el empresario apeló a la fuerza divina: “Que Dios decida quién va a ganar estas elecciones”, dice.

A las ocho todo cambió. A pesar de los múltiples preparativos, la agenda se atrasó, sin que se supiera muy bien por qué. Martinelli, un poco inquieto, pregunta a un seguridad qué pasa y éste responde, apuntando el dedo hacia arriba, queriendo decirle que Marta Linares, esposa del candidato, subió por un paraguas y una gorra.

No sólo Martinelli mostraba signos de impaciencia. Su hijo, Ricardo Jr., quiso saber en ese momento cuál era el motivo del retraso. Nadie le dio respuesta.

Cuando la futura primera dama salió, equipaje en mano, ya la agenda del candidato estaba comida por el tiempo. De ahí en adelante, no volvería a vivir un solo minuto de tranquilidad. En cada uno de sus pasos lo seguiría una multitud que se le pegaría como queriendo ser dueña de una palabra, de un apretón de manos o al menos de una sonrisa de un hombre que, después de hoy, no volverá a ser el mismo.

Antes de las nueve, Martinelli ya había salido para Chiriquí. Sería el comienzo de una larga jornada. al final de la cual encontraría finalmente la meta anhelada y con tanta persistencia buscada: la Presidencia.

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