Historia, nacionalidad y el desarrollo económico

Al igual que el resto de las colonias americanas, Panamá aprovechó la coyuntura de crisis general del sistema de dominación colonial par...

Al igual que el resto de las colonias americanas, Panamá aprovechó la coyuntura de crisis general del sistema de dominación colonial para declarar su independencia de España en 1821. No obstante, una serie de circunstancias impulsaron a los líderes del movimiento emancipador a adherirse voluntariamente a la Gran Colombia, entonces bajo la égida del libertador Simón Bolívar. Sin embargo, la unión al país suramericano no dio los resultados esperados pues Colombia nunca se ocupó de atender y resolver los problemas y necesidades de los habitantes del istmo.

Esta situación llevó a los dirigentes istmeños a buscar, a lo largo del siglo XIX, diferentes mecanismos para romper los vínculos que nos ataban a Bogotá. Así, los sucesos del 3 de noviembre de 1903, que dieron origen al surgimiento de la entidad nacional panameña, deben entenderse como la culminación de una larga aspiración de los pueblos del istmo por reafirmar sus derechos de libertad y autodeterminación.

A pesar de los esfuerzos emprendidos, el Estado que emergió de tales acontecimientos nació frágil, dependiente de una poderosa nación extranjera y, sobre todo, careció de plena soberanía sobre todo su territorio.

Tal estado de cosas despertó un genuino sentimiento nacionalista en el pueblo panameño que lo llevó a librar grandes batallas por la recuperación de la soberanía y la integridad nacional. Tales esfuerzos generacionales cristalizaron el 31 de diciembre de 1999, cuando el país recuperó el Canal y las tropas norteamericanas abandonaron el territorio panameño. Es un triunfo de varias generaciones de hombres y mujeres panameñas.

LOS VICIOS HEREDADOS Y EL SENTIMIENTO DE LA NACIONALIDAD

Por las circunstancias en que se dieron los acontecimientos del 3 de noviembre de 1903, la nación quedó dividida y personalidades distinguidas de la época opinaron a favor y en contra del movimiento separatista, lo que generó las conocidas ‘interpretaciones o leyendas’ de la independencia. Pese a que son opiniones divergentes, las mismas han servido para enriquecer el debate intelectual sobre uno de los sucesos más importantes de la nación y punto focal del quehacer historiográfico nacional.

Sin embargo, la independencia lograda el 3 de noviembre no significó el fin de los vicios heredados del sistema político colombiano del siglo XIX. A las constantes luchas partidistas por el poder se unen también los intereses económicos y de clase de los grupos dominantes y los del capital monopólico extranjero, los cuales van a obrar en contra de un auténtico fortalecimiento del nuevo Estado, sus instituciones y su desarrollo económico y social.

Por ello no es casual que en fechas tempranas de la república como 1916, el doctor Eusebio A. Morales afirmara, a propósito de las luchas partidistas que se vivían en la época, la necesidad de cultivar el sentimiento de la nacionalidad.

Es preciso, advertía Morales, ‘que formemos el designio colectivo inalterable de ver al país como una entidad moral superior a toda idea o concepto partidista, muy por encima de la lucha partidista, muy por encima de la lucha de los hombres por el poder.

El sentimiento de la nacionalidad es el supremo creador de ideales, el generador de los grandes heroísmos, la fuente de todos los triunfos y glorias nacionales, y el resorte moral que impulsa al hombre a los más grandes sacrificios.

Un país sin ideales, no es una nación, no es un Estado, es un girón geográfico, sin personalidad moral, cuyo destino es desaparecer y extinguirse para siempre’.

Este llamado para ver al país como una entidad moral superior significa que gobernantes y gobernados deben deponer sus intereses partidistas o de clases a fin del alcanzar objetivos comunes que vayan en beneficio del país y en particular de los sectores más necesitados de la sociedad. Pero también el cultivo de este sentimiento significa que es importante resaltar y reafirmar los valores cívicos, morales y sociales; nuestras manifestaciones folclóricas, artísticas y culturales así como las costumbres y tradiciones populares que le dan sentido a la nacionalidad panameña.

PROFUNDIZAR LA ENSEÑANZA DE LA HISTORIA NACIONAL

Una forma de contribuir al cultivo del sentimiento de la nacionalidad es profundizando y mejorando la enseñanza y el conocimiento de nuestra historia.

A pesar que la investigación histórica y los estudios historiográficos en general se han incrementado en los últimos años, pareciera que estos nuevos saberes no se incorporan a los manuales escolares ni son tema de discusión y análisis en las aulas escolares de la educación panameña, pues todavía predominan métodos de enseñanza tradicionales y enfoques históricos-sociales ya superados por la moderna historiografía.

Por lo tanto, entristece el poco conocimiento que tienen nuestros niños y jóvenes sobre el pretérito panameño. Como decía el historiador Alfredo Castillero Calvo, ‘padecemos de una pobre conciencia histórica. La visión que tiene el panameño común de nuestro pasado es raquíticamente estereotipada, limitada a unas pocas fechas, episodios y nombres. Es una visión cargada de prejuicios y veladuras que muy poco, si algo, contribuyen a uno de los supuestos objetivos de la historia, a saber, el fortalecimiento de la identidad nacional’. El conocimiento de la historia nos debe llevar a fortalecer nuestra identidad como pueblo así como los valores de la nacionalidad y de la solidaridad entre nosotros.

POR UN PAÍS MÁS INCLUYENTE

Si bien el país ha progresado notablemente desde la fundación de la república, también es cierto que el progreso alcanzado ha sido desigual, discriminatorio y excluyente para un gran número de panameños a tal punto que hoy, y pese al alto crecimiento económico de los últimos años, un porcentaje significativo de compatriotas viven en condiciones de pobreza y pobreza extrema, tenemos una de las peores tasas de distribución de la riqueza en el continente y según datos recientes de la CEPAL, ‘el salario mínimo de Panamá es el de menor capacidad adquisitiva en la región latinoamericana’. Es una realidad difícil de creer, pues el país con ‘el mayor crecimiento del producto interno bruto (PIB) de la región, con 10.6% de crecimiento registra un puntaje negativo de 5.5% en la capacidad adquisitiva de su población’. Esto significa que el ciudadano promedio tiene menos posibilidad de consumo que los habitantes de países con menores ingresos que el nuestro.

Estos datos nos hacen pensar que el modelo económico que históricamente ha predominado en el país está agotado y por lo tanto debe implementarse, en conjunto con las fuerzas representativas del país, un nuevo ‘estilo de desarrollo’.

Un estilo que, sin descuidar el sector de los servicios, impulse el desarrollo efectivo del sector primario y secundario y que al mismo tiempo impulse políticas para disminuir las grandes desigualdades sociales existentes en esta cálida tierra.

HISTORIADOR

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