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- 06/04/2014 03:06
Es usual en nuestras élites políticas las confusas proposiciones que elaboran sobre las encuestas electorales. Todas ellas cargadas de lugares comunes, de ‘frases hechas’, propias de quienes no tienen la menor idea de qué se habla: ‘Las encuestas son una fotografía’; ‘son un instrumento para el análisis’; ‘son una radiografía del momento’; ‘expresan percepciones’; ‘la verdadera encuesta es la del día de las elecciones’; ‘la única encuesta es la de carne y hueso’. Pese a lo anterior, la encuesta electoral se define por lo que ella mide. ¿Qué es lo que miden? ¿Actitudes, conductas, percepciones u opiniones? Y por supuesto, dada la naturaleza de la encuesta, lo que está en juego es el criterio de su posible cientificidad. Esta descansará siempre en su capacidad de predecir y como se sabe, esto último es el quid del asunto.
En verdad y en beneficio de los políticos del patio, la deformación que se tiene de las encuestas es también el resultado del discurso que sobre ellas han hecho las propias empresas encuestadoras; como también, los analistas de los medios de comunicación que se valen de estas técnicas para describir y condicionar realidades electorales. Sin entrar a ponderar su importancia en una democracia competitiva como la nuestra, las encuestas hay que analizarlas en dos planos. ¿Qué aspectos de la opinión pública miden? Y en segundo, ¿qué aspectos de la opinión pública alteran o modifican en interacción con la sociedad?
Una encuesta electoral es una técnica que opera dentro de ciertos límites de error, orientada a obtener información sobre opiniones por medio de mediciones generalmente de naturaleza cuantitativas y que se aplican a un grupo de individuos que procuran representar a una población mayor. El objetivo de la encuesta electoral es la llamada ‘opinión pública’. Eso que algunos autores identifican como el centro de una sociedad deliberativa y por tanto, componente fundamental de la democracia.
SITUACIÓN Y TIEMPO
En la diferencia entre actitud y opinión, descansa los alcances de las encuestas electorales. La ‘actitud’ es una disposición relativamente estable en el sujeto, que le permite orientarse de manera consistente frente a determinados objetos de la realidad. En ella intervienen concepciones y orientaciones de valor que el individuo extrae, tanto del ambiente cultural al que pertenece, como de sus experiencias. Sin embargo, aunque Louis L. Thurstone, precursor de la medición de actitudes por medio de escalas, llegó a sostener en su época que ‘la opinión es la expresión verbal de una actitud’, lo cierto es que creer a pies juntillas en esta proposición puede llevar a errores de estrategia política. La ‘opinión’ aunque pueda parecer que lleva implícita una actitud, está marcada por el momento y es fundamentalmente la expresión pública realizada generalmente por medio del lenguaje verbal, de una controversia o un polémico tema.
En el debate está la cuestión de la medición de actitudes, en su intento por resolver si estas tienen ‘algún’ valor predictivo con respecto a una conducta esperada. De lo anterior surge: a) no siempre nuestras actitudes se expresan de manera coherente por medio de acciones o conductas; b) además de las actitudes, una acción o conducta política puede estar influida por otras causas; c) la presión de un entorno cultural, social o económico pueden sobrepasar una actitud e incidir en una acción o conducta; d) no todas las personas tienen la misma personalidad y la consistencia entre actitud y acción puede variar. Desde cualquier perspectiva queda claro que entre actitud y acción hay todo un mundo de mediaciones que complejizan la posibilidad de una predicción.
No obstante, si se desea hacer una predicción a partir de la medición de una actitud—preferencia electoral hacia un candidato determinado, se debe considerar, el objetivo o ‘blanco’ al cual se orienta; el contexto situacional (condición socio-económica, por ejemplo) que articula al individuo con el tema o problema; y por último, una determinada temporalidad, que en este caso son las particulares características emocionales de la coyuntura electoral. Ninguna encuesta electoral de las que se hacen en el país está en condiciones de realizar científicamente estas predicciones, ya que son simples sondeos de opinión que no construyen escalas complejas que midan actitudes.
EL MERCADO ELECTORAL
La construcción de escalas de medición que se origina en la academia con pretensiones de medir prejuicios, aprendizajes y estructuras de la personalidad, se hace extensiva primero al ámbito de la economía con tal de entender el mundo del trabajo y de paso manipular el mercado de los consumidores. Hoy alcanza al mundo de lo público, con pretensiones de comprender las preferencias políticas y predecir la distribución del comportamiento electoral como si fuera otro mercado. El ciudadano sujeto de la democracia queda proclamado como soberano, pero del consumo de bienes políticos, tanto simbólicos como materiales. No es casualidad que los que tienen la mayor audiencia en el país son los sondeos electorales que patrocinan los más importantes medios de comunicación de masas y que de alguna manera, deseándolo o no, se sitúan junto a otros actores –partidos políticos—, en el esfuerzo de conducir la oferta y la demanda electoral.
LA OPINIÓN PÚBLICA
Diversos autores han escrito sobre este fundamento de lo público, que sirve de vínculo entre el conjunto de intereses individuales y colectivos dinamizados por los procesos políticos frente a la fuerte acción del poder concentrado en el Estado. Dentro de la filosofía política, la expresión ‘opinión pública’ se inscribe de manera decidida como objeto de reflexión teórica desde el siglo XVIII, marcando el espacio de la ilustrada emergente burguesía en sus intenciones de afirmarse en valores de igualdad civil y política frente a la monarquía. La importancia contemporánea de la ‘opinión pública’ descansa en que ella es un cimiento ideológico de cohesión social y sustento de los procesos de legitimación política en tanto es el resultado de una democracia deliberativa que razona sus intereses y conflictos.
Pese a lo anterior, si algo tiene de dinámico y cambiante en nuestro país es la poco ilustrada opinión pública. Estamos ante una voluble manifestación que se origina desde diversos ámbitos de la sociedad civil, y que puede exhibir distintas modalidades y asumir diferentes características. Lo fundamental de esta opinión pública, objeto del deseo de las encuestas electorales, es que no se les puede considerar un impulso durable, ya que varía conforme a las múltiples interacciones que se experimentan entre creencias, valores individuales y las cambiantes condiciones sociales y políticas. Los temas de la opinión pública, si no se articulan de manera razonada a una agenda o proyecto nacional, variarán en lo específico al igual que el momento político como resultado generalmente de la manipulación y deformación que producen los sondeos de opinión. En definitiva, según el sociólogo y filósofo J. Habermas, un consenso político fundado en una manipulación permanente de la opinión pública, no consolida a las democracias modernas.
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