Redescubriendo América

E scuchar la noticia de la llegada del descendiente de Cristóbal Colón lleva a imaginarse la figura de aquel aventurero valeroso, de mel...

E scuchar la noticia de la llegada del descendiente de Cristóbal Colón lleva a imaginarse la figura de aquel aventurero valeroso, de melena larga y capucha oscura que vivió parte de sus años en el mar. Sin embargo, estar frente a Cristóbal Colón XX, borra la imagen de su antepasado. Este hombre maduro, con aspecto de ejecutivo de ciudad, más bien tímido y que habla en voz baja con timbre agudo, se sonroja al hablar ante el público, no se desenvuelve fácilmente entre las multitudes y decidió cambiar los desafíos del mundo marino por el trabajo en una empresa de seguros.

La visita de Colón XX a las provincias de Panamá y Penonomé fue anunciada quince días atrás en los templos religiosos. Cuando los sacerdotes informaban que Cristóbal Colón venía a entregar unas “imágenes”, y a presentar un proyecto turístico, la incredulidad era total. No solamente los campesinos quedaban confundidos al escuchar aquel nombre. Quienes estaban encargados de promocionar su visita tuvieron serios problemas para que la gente creyera la historia. “Nadie me creía que venía Cristóbal Colón”, cuenta una ejecutiva de mercadeo.

El descendiente del navegante, de 61 años, arribó a Panamá en medio del sofocante calor de marzo. En seis días, el heredero de los títulos Duque de Veragua y Duque de la Vega, cumplió una agitada agenda que incluyó entrevistas privadas, conferencias, peregrinaciones, cenas benéficas, presentaciones, sobrevuelo por el Canal de Panamá, y al final de cada jornada, el asedio de quienes buscaban tomarse una foto con el personaje.

Este Colón, lleno de títulos y abolengos, historiador por curiosidad y que reconoce no tenerle miedo a la muerte pero si a la inseguridad que estrangula a muchos países, es el motor de un ambicioso proyecto turístico y cultural que tiene como objetivo devolverle a La Castilla del Oro de la época colonial -constituida hoy por las provincias de Veraguas, Herrera, Coclé y Los Santos- la importancia que tuvo en el siglo XVI, cuando de sus minas salieron más de 22 toneladas para fabricar varios de los más preciados tesoros de la corona española. +3B

LA PEREGRINACIÓN

En un camión de transporte de autos averiados, dos monumentales imágenes de un Cristo yacente y Nuestra Señora de las Angustias, –similares a aquellas con las que se realizan las famosas procesiones de la Semana Santa en Sevilla–, partieron de la capital el viernes pasado, alrededor de la una de la tarde, en medio de los solemnes cánticos del Avemaría. A pocos metros, en un 4X4, las seguían Colón XX y el profesor Pascual Montañés, experto en estrategia, catedrático del Instituto de Empresa (IESA) y ahora presidente de la Fundación Castilla del Oro en Panamá, quien lo actualizaba sobre los cambios urbanísticos de la Avenida Balboa a la medida en que avanzaban hacia el Oeste de la ciudad, rumbo al corazón de las provincias.

La iglesia de Arraiján fue la primera estación de esta especie de viacrucis del Duque de Veragua y su comitiva, que decenas de curiosos fueron siguiendo a lo largo del camino. Después de una pausa en Buenaventura para pasar la noche, la caravana continuó su recorrido por la Vía Panamericana hasta llegar, el sábado en la tarde, a Penonomé donde el fervor católico era tan evidente como la alta temperatura que le aguaba el rostro al Duque. Hacia las seis de la tarde, Nuestra Señora de las Angustias llegó finalmente a su destino, en Natá de los Caballeros, donde fue recibida con aplausos y lágrimas, y después transportada por una calle estrecha, alumbrada por velas, como si fuese la Procesión del Silencio del Viernes Santo. Allí, un Colón XX más suelto y confiado, se apeó del auto y se adelantó unos metros para mirar la llegada procesión.

Con la fuerza de un montacargas, la figura de Nuestra Señora de las Angustias fue trasladada del camión plataforma al “anda”, cubierta por helechos aún goteando. Tras unos minutos de suspenso y oración, se oyó la voz del sacerdote Samuel Arcia, párroco de Natá, que sobresalía entre la de los voluntarios trepados en la mesa diseñada para la santa. “No la agarres por el brazo que se quiebra”.. “Hay que levantarla por los cuatro lados”.. “¡Espera un poco más!”, eran algunas de las frases entrecortadas que se escuchaban mientras la imagen descendía del montacargas. Finalmente, pudo concluirse la riesgosa misión, tras lo cual el sacerdote dio un emotivo grito al rebaño: “Todos a esperar dentro del templo”, e inició la procesión hacia la Catedral de Santiago Apóstol, iluminada con potentes faros amarillos que le daban la apareciencia de una robusta muralla de oro.

Ni en medio de la penumbra, Colón XX pasó desapercibido. Tras unas cortas palabras para un medio radial, en medio de la calle, el Duque se vio rodeado de docenas de feligreses que se acercaban para conversarle al oído o pedirle que se tomara fotografías con camaritas de celulares. “Siempre te piden que les cuentes cosas”, dice Colón XX, ahora presidente de La Fundación Castilla del Oro en España, mientras la noticia de su visita se difundía como pólvora, ante la actitud incrédula de muchos, entre ellos los miembros de la redacción de un diario de Panamá, a donde un periodista de ese pueblo llamó para contar que Cristóbal Colón había estado en su casa.

EL APORTE DE LOS ALCALDES

El domingo por la mañana, como todos los domingos, la central de Penonomé olía a pan asado. El provocativo olor provenía de la panadería ubicada a la entrada del pueblo, punto de partida de la peregrinación de la imagen del Cristo Yacente de la Buena Muerte hasta la Catedral San Juan Bautista. A esa hora el comercio era escaso, y no quedaba nada de la agitación comercial típica de los sábados, o de los conciertos callejeros de artistas desconocidos, como una pareja de peruanos que el sábado anterior ofrecía en la plaza discos a dos dólares.

Hacia las 11 de la mañana en el Restaurante “El Cruce”, el noble español recibió de manos de los 32 alcaldes de la zona, las iniciativas surgidas de la comunidad para refundar La Castilla del Oro. En el encuentro de los representantes de estas alcaldías, la aprobación del proyecto fue unánime. Merici Morales, alcaldesa de Natá, piensa que es un programa que traerá muchos beneficios para la población y permitirá el desarrollo de los distritos que tienen una historia para contarle a las nuevas generaciones, pero que todavía no han podido superar problemas básicos como la falta de agua potable. “Los turista llegan y no hay agua para darles”, resalta Gonzalo Adames, acalde de Santiago, en la provincia de Veraguas. Ángel Domínguez, alcalde de Tonosí, y Celestino Gonzalez, alcalde de Atalaya, esperan, como los demás mandatarios locales, que el nuevo proyecto signifique el renacer de esta zona llena de historia y riqueza cultural, donde en las fiestas religiosas pueden congregarse más de 300 mil personas, pero a la cual el paso de los años parece haber condenado al olvido.

¿ES USTED CRISTÓBAL COLÓN?

Horas antes de la procesión, una señora de unos setenta años pegada al cristal que rodea la imagen del Cristo, traspasaba el vidrio con unos ojos marchitos, y dando unos pasos hacia atrás abría los brazos al cielo exclamando: “Parece un muerto de verdad”. La anciana era una de las primeras devotas del Cristo Yacente de la Buena Muerte, que era arreglado por tres hombres casi adolescentes en la Catedral San Juan Bautista de Penonomé, para llevarlo luego a la procesión. El domingo por la tarde, minutos antes de iniciarse la caravana para la entrega del Cristo en la Catedral, una señora se acercó al Duque y le preguntó: “¿Es usted Cristóbal Colón?”. La señora buscaba aclarar la duda que le rondaba el pensamiento desde hacía quince días, cuando el padre Teobaldo Quirós, párroco de la Catedral de San Juan Bautista, anunció después de la misa de diez, la llegada de una nueva “imagen” a la iglesia.

El Cristo, elaborado en España por el escultor toledano Luis Martín de Vidales, llegó para hacerle compañía a San Juan Bautista y Jesús Nazareno, las imágenes tradicionales de la Catedral de Penonomé, ante las cuales miles de fieles dejan sus fotografías tamaño carnet, sus escritos con peticiones, o mechones de cabello envueltos en plástico, a la espera de algún milagro. “Es un pueblo muy católico, asiste a misa, rezos, procesiones, novenas, pero también está muy entregado al alcoholismo. Hay en cada esquina un lugar para la venta de bebidas”, cuenta Quirós, conocedor profundo de las virtudes y pecados de los pobladores de Penonomé. Y es que los penonomeños, católicos y rezanderos, pero también algo borrachines, tienen fe en que las llegada del Cristo, de la mano del Duque de Veragua, significará el comienzo de un nuevo “descubrimiento” para su pueblo de apenas 40 mil habitantes, donde la falta de agua potable, las calles deterioradas y una Plaza con un pasado colonial, pero que hasta ahora no parecía tener futuro, reclaman acción a gritos.

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