El Gobierno interino de Nepal ha comenzado a reanudar servicios esenciales este lunes, en un intento de recuperar la normalidad
- 09/09/2012 02:00
PALABRA. ‘ Be bed y comed, que mañana moriremos’, decía el poeta persa Omar Khayyan, en clara referencia al poder de la vida sobre la muerte. En medio del trayecto está el placer que se deriva de degustar una buena picada, con un 12% de grado de alcoholemia. Cerveza, ron, brandy, whisky, seco, vino, o chirrisco... cualquier licor puede servir de antesala a una conspiración política o doméstica, al relato de un exquisito rumor, bochinche o información sensible a oídos interesados.
Cabe recordar la existencia de pulperías desde la época colonial, donde el vino era traído en galeones desde el Perú, Nueva Granada o Europa. Con los inicios de los trabajos del Canal Francés en el siglo XIX, las cantinas hispanas se transforman en salones y jardines, donde se bebía, comía y se hacia una que otra cosilla pecaminosa.
A inicios del siglo XX, con el desembarco de las huestes militares estadounidenses, aparecen los bares, que van a darse de la mano de las tradicionales cantinas.
BEBER ENTRE GUERRAS
Antes del estallido de la primera guerra europea (1914-1918) aparecieron nombres peculiares de estos centros de entretenimiento masculino, principalmente instaladas en Santa Ana y Avenida Central. La principal y de mayor nivel social fue la cantina del Hotel Central, en la Plaza de la Independencia, donde poetas de la talla de Charles Baudelaire, Rubén Darío y Pablo Neruda, compartieron más de tres copetines.
Saliendo de esa zona, encontramos la Ciudad de Verona, que servía cerveza de barril, gracias a la instalación de la Cervecería en 1909. Más adelante en los límites entre San Felipe y Santa Ana, aparecieron la Chucuchucu, la Cantina Club Zombie, y en la Calle Carlos A. Méndoza, la Melena, las cuales poseían una ronda de músicos transeúntes, que amenizaban las jornadas de los seguidores de Baco.
Había lugar para todas las clases sociales. Si usted era pobre podía ir a la cantina El Cielo, cuyo espacio superior era ocupado por la Federación Sindical de Trabajadores de la República de Panamá, en los años cuarenta, a la que acusaban de ser comunistas.
Otros sitios populares fueron La Cosmopolita y la Montmartre. Esta última llevaba el nombre del célebre barrio parisino, reflejando la herencia francesa en la cultura panameña.
Al estallar la conflagración mundial surgen las cantinas El Límite, El Refugio, Fuerte 18, El Álamo, La Covadonga, La Herradura, La Handcock, situadas en Santa Ana, y Avenida Central, desplegadas entre sus principales arterias, como Calle J, Calle K, entre otras.
Luego vendría la Segunda Fuerra (1939-1945), con su tránsito de nuevos marines y soldados aliados de distintas nacionalidades, quienes traerían sus capitales para abultar las ganancias de comerciantes inescrupulosos, que recurrirán a la venta de drogas y a la prostitución para fomentar el lucro.
Ya diría Rómulo Escobar, que ellos, los comerciantes y dueños de cantinas, debían hacerles un monumento a las pobres damas de la noche, ante tanto lucro obtenido, con los cuales mandaron a sus hijos a estudiar a los Estados Unidos y Europa. Unos años antes, en esos antros de trata de blancas, se establecieron cantinas en La Gruta Azul (años treintas), La Gloria, Villa Amor, La Bocatoreña (en el mercado anexo del terraplén de San Felipe). Estas fueron escenario de continuas reyertas entre marines estadounidenses y policías panameños, a los que se sumaron buenos peleadores del barrio de El Chorrillo, Calidonia y alrededores, dejando a muchos gringos con aliento etílico en los hospitales zoneítas.
Todas esas trifulcas no ahuyentaron el sabor popular de una buena cerveza, dejando atrás al vino, pero no al ron, en la retaguardia. En un momento dado hubo más cantinas que escuelas, hospitales y restaurantes funcionando en la ciudad de Panamá.
En la cantina La Radio, ubicada en San Francisco se reunían muchos oficiales estadounidenses. En 1958 su propietario era Julio Chang, quien en unión a Kelvin Frederick, dueño del Jardín Río Abajo, (allí se tocó jazz por primera vez) conseguirán del presidente Remón Cantera, la primera personería jurídica, (Resolución No 6 del 8 de febrero) al fundar el 14 de enero de ese año la Sociedad de Propietarios de Cantinas y Bodegas.
Este colectivo agrupará, a principios de los setentas, a las discotecas bar, restaurantes-cantinas, tabernas, jardines, cafés-bar, salones, terrazas, y hasta boites donde se podría disfrutar la cocina afroantillana o criolla.
Una vez terminado la Segunda Guerra Mundial en Panamá quedaron las cantinas: El Segundo Frente, La Trinchera, Maxim, Cantina X, La Popular, El Mercader, Las Quince Letras, Tropical, La Bahía, Astoria, Aurora y La Mayor. En su mayoría ubicadas en Calidonia, Santa Ana y el sector de la Avenida Central. Fueron el escenario de muchas juergas protagonizadas por gringos durante las décadas de los sesentas y setentas. En las proximidades del Instituto Nacional estaban La Trocadero, (cerca de Plaza Amador), la Llave Dorada (frente al Instituto) y Las Vegas (calle K), que dejaron a más de uno acostado en sus calles (verbigracia, Poemas de Cantina, de Aby Martínez, recomiendo su lectura).
TIEMPOS DE PAZ
Con el paso de los años, la clientela de estos antros, que anteriormente había sido estadounidense en su mayoría, se fue panameñizando. Este fue el caso del boite Saoco, El Pueblo, o los bares El Encanto (avenida Fernández de Córdoba), San José (calle J. Vallarino), Interiorana, el salón la Gran Peña, y finalmente El Volcán en calle 6, Vista Hermosa, que tiene la competencia de la Tom Si (ex propiedad de chinos, ahora de españoles).
Todas estos centros albergan tertulias de lunes a domingo. A lo largo de los años, deportistas, artistas, intelectuales y políticos han formado parte de los parroquianas que las frecuentan.
Algunos de estos comercios imitan célebres cantinas de afuera, como es el caso de la Bodeguita del medio, en La Habana. Recientemente en Vía Argentina abrió sus puertas el primer bar costarricense.
Ahora, ya no hay gringos, pero aparecen nuevas variantes de las cantinas que desaparecen, denominadas bar lounge, bar-grill, pub-bar, donde la música de baja calidad, y estruendosa impide escuchar una nueva noticia o conspirar contra las autoridades mal establecidas.