Integrantes de la caravana migrante en el estado de Chiapas, en el sur de México, denunciaron este jueves 21 de noviembre que las autoridades les bloquearon...
- 15/09/2013 02:00
- 15/09/2013 02:00
PALABRA. Boca La Caja no es como otros barrios de la ciudad. Parece una aldea de pescadores en medio de uno de los enclaves inmobiliarios más costosos de la ciudad. Es como un pueblo caribeño en las riberas del Pacífico. Es una comunidad donde viven gente de Las Tablas y de otros pueblos del interior, a pocos metros de Punta Pacífica.
Boca La Caja está cercada. Por un desarrollo urbano que parece, al mismo tiempo, rodearla y desconocerla. Que la separa del resto de una ciudad que expande su caos, y la acorrala con torres de apartamentos.
Aún así, orillada por el cemento, casi sin playa y sin manglares, con tan solo un par de salidas al mar (dos endebles brazos de aguas pardas que pasan por debajo del Corredor Sur), Boca La Caja ha seguido creciendo. Hacia adentro. El sol relumbra débilmente sobre sus veredas, peleando espacios con los tejados que prácticamente se rozan unos con otros. Rejas y portales que casi acaban donde comienzan los del vecino. Una comunidad que se va contrayendo, mientras afuera del gueto, en los condominios de lujo, la cotización del metro cuadrado sube cada día.
Sus estrechas veredas son como un hervidero de historias. Relatos de pescadores, que se ven forzados a lanzar cada vez más lejos sus redes en el mar, en busca de los esquivos cardúmenes. Narraciones de una Virgen que se perdió en el océano y que este pueblo de mar adoptó como su patrona. Testimonios de retenes, redadas, de jóvenes que fueron esposados y ‘fichados’ sin que la ley pudiera dar una justificación convincente. De pandillas que han llegado a imponer su ley, que siguen los movimientos de los extraños que se aventuran en el barrio. Cuentos de los que vendieron sus tierras y se fueron, de los que han llegado a lo largo de los años y se han asentado en un lugar donde la vida depende de los dictámenes de la marea.
Algunas de estas historias aflorarán en dos cortometrajes en los que el colectivo ‘Mente Pública’ ha venido trabajando durante las últimas dos semanas, y que están englobados en dos talleres de cine impartidos a jóvenes de dos comunidades marginales, como lo son Boca La Caja, en el distrito de Panamá, y Torrijos Carter, en San Miguelito.
Los talleres forman parte del proyecto educativo que el Centro de Imagen y Sonido (CIMAS) de la Universidad de Panamá viene realizando durante los últimos tres años en diferentes comunidades marginales de la ciudad de Panamá. De acuerdo con la actriz Nyra Soberón Torchía, una de las fundadoras de ‘Mente Pública’, el programa de ‘Cine al aire libre’ (CAL) se realizó el año pasado en Cabo Verde y Calidonia. ‘Nuestra organización decidió sufragar el proyecto, muy a pesar de la falta de apoyo estatal y de la empresa privada’, manifestó Nyra, hermana del autor y director Edgar Soberón Torchía.
Este año ‘Cine al aire libre’ (CAL) fue uno de los 14 proyectos seleccionados entre 5 mil iniciativas internacionales presentadas a ONU-HABITAT, programa de las Naciones Unidas. Soberón Torchía detalla que la selección de los barrios de Torrijos Carter y Boca La Caja ‘obedece a los criterios que el mismo programa establece y que responden a que los proyectos seleccionados promueven la transformación de las ciudades en lugares más seguros, más saludables, con mejores oportunidades’.
CINE MARGINAL
-----Yo quiero aparecer en la película disparando una AK..., grita uno de los niños que juegan en la entrada de la Escuela Federico A. Velásquez, que desde la semana pasada ha albergado el taller cinematográfico dictado en Boca La Caja.
Mientras los chiquillos se pelean por aparecer en la película, adentro Nyra Soberón Torchía trata de convencerles a los muchachos de que a través del cine pueden vencer la invisibilidad a la que han condenado a su comunidad. ‘Yo pienso que Boca La Caja es una comunidad representativa de lo que antes fue el corregimiento de San Francisco. Ahí todavía se vive de frente al mar. Muchos son pescadores y muchos jóvenes son surfers. En las tardes, cuando sube la marea, puedes ver a algunos niños bañándose en la playa junto a las lanchas de pesca. Supongo que así vivía mucha gente en la ciudad antes de que empezaran a construir esa gran muralla de edificios que ahora recorre la costa’, sugiere Enrique Pérez Him, un joven realizador ganador del Festival ICARO, quien estuvo encargado de dictar el taller en Boca La Caja.
Para Soberón Torchía y Pérez Him inculcarles la pasión cinematográfica a los muchachos del sector no fue tarea fácil. Tuvieron que amarse de paciencia para superar el recelo inicial. ‘Los pela’os eran bastante inquietos pero nunca hubo ninguna situación en la que yo o ninguno de los otros instructores nos sintiéramos amenazados. El reto más grade fue mantenerlos interesados...’, afirma el director del cortometraje Hombre atado a una silla.
Ayer, en la Escuela Federico A. González, se llevó a cabo la edición de los dos cortometrajes que fueron escritos y dirigido por los estudiantes de este centro educativo. Según la teatrista, la experiencia les enseñó a los muchachos ‘que el cine es un arte colectivo donde todas las personas en una cadena de trabajo son importantes, y que el respeto y la tolerancia son esenciales para que todo producto final sea bueno’.
Mientras en Boca La Caja se edita, en Torrijos Carter se está comenzando a armar lo que será la proyección de sus dos cortometrajes, que tendrá lugar el 18 de octubre en el Complejo Deportivo de esta comunidad, mientras que en Boca La Caja la muestra está programada para el 17 de octubre.
DEFENSA CONTRA EL OLVIDO
Durante el tiempo que han estado en la comunidad costera, tanto Soberón Torchía como Pérez Him tomaron nota de ciertas situaciones que a juicio suyo parecen ‘formar parte de una agenda de las autoridades locales para que, poco a poco, las personas vayan abandonando el área’, para comercializar ‘uno de los pocos espacios frente a la bahía en donde todavía no han podido construir edificios’. ‘Creo que es un barrio que las autoridades y el poder económico quieren ocultar. Con todo lo que hacen para borrarlos de la faz de la ciudad, se necesita ser muy fuerte para sobrevivir’, considera la actriz.
Las estrategias empleadas para despojar a los moradores de esta comunidad de su ‘entorno para dar seguimiento a la construcción de ese espejismo de ‘ciudad bonanza’’ son diversas. Una de ellas es ‘fichar’ a la juventud, imponerles una ‘historia criminal para demostrar que esa comunidad solo tiene criminales y se justifique su desaparición’. Soberón Torchía advierte que lo único que se consigue con este proceder es golpear la autoestima de los moradores más jóvenes.
Otro recurso para demoler la identidad de los moradores es poner a sus tradiciones bajo un ataque incesante. Un ejemplo de esto es la tradición de la Virgen de la Caridad del Cobre, que se viene celebrando en esta comunidad pesquera desde hace más de 60 años. De acuerdo con Soberón Torchía este año ‘las autoridades estatales y eclesiásticas’ impusieron un cambio de fecha para la celebración de la procesión marítima y terrestre, que cada año convoca a decenas de fieles de la patrona de los pescadores. ‘Consideraban que esta tradición compite con la idea oficialista de otra virgen como patrona de la ciudad, idea recientemente impulsada en el marco de la celebración de los 500 años del llamado descubrimiento y la construcción de una escultura. Esa es otra forma de excluir y marginar a Boca la Caja, otra forma de resquebrajar su identidad’, dictamina.
Gracias a la labor realizada por ‘Mente Pública’, si Boca La Caja llegara a sucumbir frente a los intereses inmobiliarios que la amenazan, los sonidos e imágenes de esta pequeña villa de pescadores, que persiste a la sombra de los rascacielos de Punta Pacífica, formarán parte de la identidad fílmica de la ciudad de Panamá.