- 07/10/2018 02:00
Una blasfemia es una palabra o expresión injuriosa contra alguien o algo. Ese alguien o ese algo puede ser sagrado o no. El punto importante aquí, señores, es el término ‘palabra'. No acción, no hecho o acto. A ver, silabeen conmigo, pa-la-bra. Que sí, que entiendo que a los cristianos nos grabaron el concepto de culpa a fuego, a penitencia y castigo desde pequeños. Entiendo que lo de ‘de palabra, obra u omisión' nos marcó la infancia. Comprendo perfectamente que para los creyentes en que el Verbo se hizo carne, la palabra es sagrada, sé que para aquellos que creen que Dios nombró y existieron el día, la noche, las estrellas y lo que hay bajo ellas el nombrar algo hace que lo nombrado sea real. Que sí, que hay palabras que hieren.
Pero venga, señores, ¿en serio nos creemos que lo que digan o dejen de decir una panda de melenudos cantando en lengua de bárbaros le importa lo más mínimo a un dios omnipotente? Porque pienso yo que, si le molestase de verdad, y con la poca paciencia que parece tener en la Biblia, ya debería haber hecho caer un rayo justiciero sobre ellos; u ordenar que un oso hambriento se los comiese, como a los niños que se burlaron del profeta calvo. Si a Dios realmente le importase un ardite lo que dicen o dejen de decir de Él, veríamos el cielo surcado de rayos vengadores, noche y día.
Pero, aunque al parecer a Él no le importa, ahora resulta que nosotros, simples mortales, debemos convertirnos en defensores del Señor de los Ejércitos, sin tomar en cuenta lo ridículos que nos vemos defendiéndolo de uno que, al parecer es miembro destacado de su consejo de guerra y administración y con el que se pone a jugar a las apuestas a costa de pobres hombres virtuosos a los que ponen a prueba para demostrar un punto un tanto confuso.
En este país, y en unos cuantos otros del área, que tienen problemas mucho más acuciantes que resolver, de injusticia, pobreza, desigualdad, violencia, educación paupérrima, embarazos adolescentes y corrupción galopante, los que cortan el bacalao deciden que lo más importante que tienen que hacer, en lugar de cranear la forma de sacar a sus compatriotas del hueco donde están, es poner toda la carne en el asador para evitar que un grupo de poca monta llegue a un antro a cantar unas cuantas canciones.
Que es una falta de respeto, con Dios dicen, con el suyo, infiero. Porque al Mío le importa un bledo lo que unos tipos barriten. A Él, fíjense ustedes qué cosa más tonta, lo que de verdad le importa es que sus hijos sean felices, que se cuiden unos a los otros, que aquellos que creen hagan suyo el único mandamiento que Su Hijo trajo a este mundo después de los desmanes de su colérico papi: que nos amásemos los unos a los otros.
No viene mal recordar que Marduk en la antigua cosmología sumeria, es el dios que dominó a los demonios, el que separó las aguas y la tierra y creó al hombre. Como dios de justicia, Marduk entrega las leyes que deben seguir los hombres. Él fundamenta las instituciones sociales, todas aquellas prácticas y costumbres que hacen posible la civilización. Y hoy una de las más importantes es el derecho a la libre expresión, ¿qué lo que alguien canta blasfema contra algún dios? Les propongo algo, ¿y si dejamos que los dioses libren sus propias batallas y se venguen ellos mismos si consideran que los han ofendido? Vivan y dejen vivir, cojones ya.
COLUMNISTA