El barrio de Chualluma en Bolivia, es único en la ciudad de La Paz ya que todas sus paredes están pintadas de colores que resaltan los rostros de las cholas,...
- 09/02/2020 06:00
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En mi libro Filosofía de la Nación Romántica (2008), discuto el romanticismo panameño que, a partir de la década del veinte, va cobrando forma con la fundación de la Academia Panameña de la Lengua. Este romanticismo consiste en que a la nación se le define por una lengua, una cultura, en este caso, la religión católica y la tradición mestizo española.
El universo de lo Uno se impone sobre la diversidad, un universo que, en Panamá, se vio proyectado no solo en el folklore, sino también en la literatura, la historia y la filosofía. No es por casualidad, entonces, que hubo en el transcurso del siglo XX una palabra que había que combatir, un enemigo terminológico que no era panameño, el cosmopolitismo, como se puede observar en los textos de Baltasar Isaza Calderón (1904-2002).
Se identificó el cosmopolitismo, por todo lo que venía de afuera, lo extranjero y lo extranjerizante, lo que rompía la esencia del “ser panameño” con todas aquellas inmigraciones que habían inundado el istmo, producto primero del Ferrocarril y después con el Canal. Desde hace poco tenemos el texto “Panamá Cosmopolita” (2017), donde se analiza la Exposición Universal como proyecto cosmopolita, bajo la administración de Belisario Porras. Para realizar aquel evento se construyen edificaciones en el barrio de La Exposición que forma parte de lo que hoy se conoce como el corregimiento de Bella Vista. Ahora bien, no se dice mucho si se afirma que este era un proyecto elitista y burgués, aunque, sin duda alguna, formaba parte del imaginario del progreso con raigambre positivista y modernista, como también se dio en Ecuador con su Exposición en 1909 que, a diferencia de la de Panamá, sí resultó exitosa.
El Panamá cosmopolita, en este caso, es circunscrito a un espacio citadino específico, es decir, el imaginario de lo cosmopolita es localizable y atrapado en un proyecto histórico, urbanístico, social y político. Es importante preguntar si el cosmopolitismo en Panamá es solo localizable geográficamente en el barrio de la Exposición.
En este sentido, ¿no podría hablarse de un cosmopolitismo popular santanero? ¿De un cosmopolitismo de abajo? La huelga inquilinaria de 1925, cuyos mítines se realizaban en la plaza de Santa Ana, un espacio que era conocido popularmente como el arrabal santanero, fue la conexión humana y social de trabajadores antillanos, europeos y panameños, un espacio de contacto y transferencias de lenguas, orígenes y culturas que se impone por la dinámica propia de Panamá.
Podríamos decir que fue un cosmopolitismo de abajo, popular, dictado por la emergencia de los poderes transatlánticos en la segunda revolución industrial, donde el transporte y las comunicaciones aceleran el intercambio global. Y con esto hubo un intercambio de ideas y de concepciones del mundo. Es, en este sentido, que los escritos del intelectual y político Diógenes de la Rosa (1908-1998), un santanero cosmopolita por excelencia, nos ilustra de cómo un joven se apropia de las ideas socialistas, anarquistas y marxistas de su época a través de los inmigrantes italianos y españoles que arribaron al istmo. Muchos de estos trabajadores fueron deportados tras la intervención estadounidense en la ciudad de Panamá.
Es de aquí que, para ir superando prejuicios contra el concepto cosmopolita que ha tenido una larga tradición en Panamá por el peso del universo romántico entre sus académicos e intelectuales, hay que recordar que la idea del cosmopolitismo fue elaborada por Inmanuel Kant en su obra La Paz Perpetua (1795).
Contra algunos que piensan que Kant era el típico pensador eurocéntrico, hay que decir que, en esta obra, vemos a un pensador que denuncia la conquista europea de ultramar, llena de ultrajes y despojos, guerras y saqueos, y ve la esclavitud, que hay en las Antillas, como el peor de todos los males ejercido por naciones que alardean de ser devotas. Es él quien nos habla de la ciudadanía mundial, de la hospitalidad universal, de una constitución cosmopolita. Este concepto ha conocido transformaciones y podemos citar a dos autores contemporáneos que enriquecen este concepto, como los trabajos de Antony Appiah (2006) y el de Ifeoma Kiddoe Nwankwo (2014).
Por lo tanto, me atrevería a hablar de un cosmopolitismo popular en Panamá, de abajo, a partir de la historia del arrabal santanero, de la plaza de Santa Ana, que da múltiples ejemplos en su historia de haber sido una plaza republicana y democrática, abierta a las ideas del mundo, desde que el santanero negro, liberal y laico, y expresidente de la República Carlos A. Mendoza (1856-1916) la inaugurara con un discurso en 1890.
Artistas, intelectuales y políticos eran santaneros; desde la primera poetisa panameña Amelia Denis de Icaza (1836-1911), pasando por Federico Escobar (1861-1912) y Gaspar Octavio Hernández (1893-1918), quienes escribieron versos y ensayos periodísticos tematizando problemas universales, resultado del colonialismo y del despojo, el racismo y la opresión de la mujer.
Aquí tampoco podemos dejar de mencionar a dos artistas importantísimos de Panamá, santaneros, como el pintor Humberto Ivaldi (1909-1947) y Roque Cordero (1917-2008), cuyas composiciones, como “Cantata para la Paz”, ha sido interpretada en varios escenarios internacionales y que polemizó con su ensayo, “Nacionalismo vs Dodecafonismo” (1959), contra el estrechísimo provincialismo romántico que quiso imponerse hasta en la música.
Finalmente, es importante el impulso que ha dado la historiadora Marixa Lasso para conocer y revisar este histórico barrio del país, que, desde el siglo XIX, ha estado conectado por sus hijos con las ideas liberales, progresistas y democráticas de Panamá y del mundo. Hablar del barrio de Santa Ana es también hablar de cosmopolitismo.