Danza sobre serpientes

A li Abdullah Saleh comparó una vez el gobernar Yemen con bailar sobre la cabeza de varias serpientes. El hombre que gobernó—y, en ciert...

A li Abdullah Saleh comparó una vez el gobernar Yemen con bailar sobre la cabeza de varias serpientes. El hombre que gobernó—y, en cierta manera, aún gobierna—el país más pobre del mundo árabe desde 1978 se refería a la extrema complejidad de mantener el poder y la estabilidad en una sociedad con fallas tectónicas tribales, políticas, económicas, ideológicas y religiosas que se entrecruzan de mil maneras y en las que, por ende, lo extraordinario es sobrevivir un día sin un terremoto. Saleh ha sobrevivido, a día de hoy, 12,015 días. Casi nada.

Pero nada es para siempre, y las serpientes parecen, por fin, haberle mordido los talones. Las mordidas llegaron, cómo no, por donde menos se lo esperaba: en Yemen, los hijos de dos poderosos clanes se hacen la guerra sin importar las consecuencias. Mientras, recluido en un hospital en Riad (Arabia Saudita), Saleh parece aferrarse a la célebre frase del beisbolista Yogi Berra: ‘esto no se acaba hasta que se acaba’. Los reportes más drásticos afirman que, después de que fuera atacado hace 10 días mientras rezaba en la mezquita de su palacio presidencial, Saleh sufre de quemaduras en el 40% de su cuerpo. El ataque, cuya autoría aún se desconoce, dejó siete muertos.

CALENTÁNDOSE A FUEGO LENTO

La situación en Yemen lleva calentándose ya demasiado tiempo. El país, en su forma moderna, es el resultado de la unión voluntaria de la parte norte y sur del país en 1990. Después de la unificación, los norteños, comandados por Saleh, empezaron a hacerse con el poder. El clan Saleh se enquistó en el gobierno y el ejército. El presidente, no obstante, siguió encantando a las serpientes, y mantuvo una interesante relación de amistad y cooperación con su mayor opositor, Sheik Abdullah al-Ahmar. En 2007, al-Ahmar—considerado el segundo hombre más poderoso de Yemen—murió de cáncer en Riad. Sus 10 hijos, que heredaron su poder e influencia, fueron distanciándose poco a poco del presidente. Todos ostentaban altos cargos gubernamentales.

Cuando la llamada ’primavera árabe’ empezó a tumbar cabezas en Túnez y luego Egipto, las primeras protestas comenzaron en Sana’a, la capital del país. Yemen, en ese sentido, sigue el patrón egipcio: lucha interna de poder sumada a protestas callejeras que poco o nada influyen en las intrigas de palacio. En Egipto, los militares diseñaron un cambio de líder manteniendo la estructura del Estado intacta. El mismo muñeco, pero con cabeza distinta. En Yemen, las dos familias más poderosas del país—los Saleh y los al-Ahmar—se disputan el poder mientras miles de yemeníes protestan en las calles del país. Unos protestan por democracia, otros por islamismo, otros por socialismo, y otros porque simplemente quieren un cambio. Muchísimos protestan porque tienen hambre.

La tercera pata del banco es el ejército. La mayoría de analistas coinciden en que, en condiciones normales, el rifirrafe entre los niños ricos yemeníes no debería tener consecuencias dramáticas a nivel geopolítico. Pero, como siempre, el que tiene las armas decide quién lleva la corona. Con esto en mente, la situación yemení ha empezado a tomar tintes escalofriantes desde que el General Ali Mohsen desertara con sus tropas hace un par de meses para ‘defender a los manifestantes’. Una tensa calma había reinado desde entonces, pero ahora parece que los soldados de Mohsen están participando en la violencia callejera. La situación se agravó desde que Saleh rechazó una propuesta saudí para abandonar el poder y dejar a su vicepresidente a cargo a cambio de inmunidad.

DESASTRE SOBRE DESASTRE

En ese contexto ocurrió el ataque del 3 de mayo. Los análisis coinciden en que el ataque fue perpetrado por profesionales, así que el ejército está en la mira. Pocas horas después, Saleh tuvo que ser evacuado a Arabia Saudita para recibir tratamiento, y a día de hoy su estado de salud es una incógnita, igual que su posible regreso al país. La tensión en Yemen se puede cortar con un cuchillo, los Saleh—que todavía mantienen el control de los puestos claves del gobierno y las fuerzas armadas—quieren venganza, los al-Ahmar quieren el poder, y las tropas del General Mohsen son una gran interrogante.

Yemen, encima, es un desastre de país. Sus problemas son profundos, profundísimos. Pobreza, desnutrición, falta de agua, falta de comida, escasas reservas de petróleo y otros recursos naturales y una economía al borde del colapso. La insurgencia al-Houthi en el norte y los grupos separatistas en el sur añaden más picante a la mezcla. Y para colmo, las grandes extensiones de terreno que son tierra de nadie lo han convertido en un santuario para Al Qaeda en la península arábiga (AQAP). Todo esto, no lo olvidemos, en un país localizado a la entrada de uno de los puntos geopolíticos más importantes del planeta (el Golfo de Adén) y por cuyas costas pasa el 10% del petróleo del mundo.

Para (casi) todos los actores—internos y externos—situación es clara: hay que evitar una guerra civil, cueste lo que cueste. La situación yemení es una combinación de Libia y Baréin. Con la primera coincide en la compleja estructura tribal y en la división del país. Pero mientras que a la geopolíticamente insignificante Libia se le permitió descender a los infiernos de la guerra civil, Yemen comparte la condición que hizo que Baréin no cayera: la proximidad con Arabia Saudita.

INTERESES EXTRANJEROS

La posición saudí es extremadamente compleja. Por un lado tienen una ventaja enorme al tener a Saleh en su poder. Por otro lado, el resultado de la lucha de poder en Yemen les importa muchísimo. Lo que para el resto del mundo sería el resultado ideal—una asamblea que tuviera en cuenta todas las facciones yemeníes y estableciera un gobierno de unidad—para los saudíes sentaría un precedente que pondría en peligro su propia seguridad nacional. Arabia Saudita, no lo olvidemos, sufre ataques de pánico sólo con escuchar la palabra democracia.

Washington y Riad comparten, a grandes rasgos, la misma agenda en Yemen, así que el peso de la mediación lo están llevando los saudíes. El compromiso democrático expresado por Obama en su reciente discurso sobre el Medio Oriente sería puesto a prueba si la situación se resuelve con un simple cambio de élites, pero, como dice el refrán, las palabras se las lleva el viento. La estabilidad de la gasolinera del mundo es demasiado importante para ser sacrificada por simples ideales. Dicho esto, EEUU goza de una inteligencia e influencia muy limitada en Yemen, y una posible guerra civil complicaría enormemente su retirada de la región, que ya se encuentra en marcha.

EEUU, por otro lado, está librando su propia guerra en Yemen. El jueves se daba a conocer que la administración de Obama ha aumentado la guerra de ’drones’—máquinas de destrucción a control remoto—en las áreas tribales yemeníes. Tal es la importancia de la ésta guerra para Washington que se dice que el mismo Saleh permitió que Al Qaeda tomaran la ciudad sureña de Zinjibar para resaltar los problemas de seguridad que un Yemen sin él enfrentaría.

A estas alturas, la situación en Yemen es absolutamente impredecible. La guerra civil no parece interesarle a nadie, y la tensa calma actual hace pensar que los clanes en guerra han reconocido su incapacidad para imponerse por la fuerza. El General Mohsen, mientras, mantiene todas las opciones sobre la mesa para poder asegurarse una posición importante en el próximo gobierno, sea cual sea. Y entre medias, hay miles de pobre yemeníes que realmente parecen creer en que su país atraviesa una revolución. Las tendencias demográficas, la falta de educación, de infraestructura, de comida y de agua, sin embargo, no se iban a ir ni aunque sus sueños se hicieran realidad. Y no se irán, porque la realidad en Yemen es que las serpientes, finalmente, lograron derribar al presidente que bailó encima de ellas por doce mil días.

Lo Nuevo