¿Dónde está el diablo?

  • 04/03/2015 01:00
Llega una versión más del Festival de Congos y Diablos. Aunque sigue creciendo el evento la cultura sigue golpeada

El vibrar del silbato provoca un sonido que alborota al alma. Quien ya tiene el oído educado, desde lejos puede conocer que los congos se han tomado el pueblo. Cuando aquella chillona melodía se apodera de los espectadores, lo siguiente que se espera ver es al resto del palenque y al intimidante diablo congo.

Este escenario es el que se espera encontrar en cualquier pueblito de la provincia de Colón, sobre todo de las costas. En un fin de semana de verano, lo ideal es escuchar el retumbar de los tambores, el canto golpeado de la negra y la lluvia de cascabeles que nunca termina de caer. Pero en algunos lugares, esta colorida imagen solo es el grato recuerdo de una historia pasada.

EN LA MEMORIA DEL RECUERDO

Por años, cada verano, desde el 20 de enero, la provincia de Colón se vestía de congos y diablos. El diablo congo danzando, el congo persiguiendo al monstruo y las mujeres meneando las caderas. El ritual representa la victoria del negro avasallado sobre su colono castigador. De esa forma, los afros mantenían en su memoria las luchas de sus antepasados por la libertad.

Antaño, los habitantes de las tierras costeñas le dieron forma a esta cultura con el objetivo de expresar sus sentimientos, sus dolores y sus alegrías. Cuando los azotaban, ellos aún tenían ganas de bailar, el sonido seco del tambor los llamaba por encima del dolor que le causaba el fuete del malvado patrón.

Una vez abolida la esclavitud, la contagiosa danza seguía en las calles como emblema del triunfo. Ya nadie los perseguía, no los lastimaban. Dueños de sus vidas, los moradores de barrios y pueblos salían a festejar. Se hizo una tradición que tenía como temporada el verano. Y así fue por años.

El sábado de Carnaval de este 2015, el silbato volvió a sonar. La piel se erizó otra vez, como lo hacía en los tiempos en los que no era casualidad ver a un congo bailar. Mas en esta ocasión todo parecía una burla.

En la entrada de Portobelo (pueblo que bien se puede considerar la cuna de la tradición) están ‘Iguanete’ y ‘Aguacato’, apelativos que usan para emular lo que hacían sus ancestros, aquellos hombres que se cambiaban sus nombres originales por otros para confundir al europeo fustigador. Los dos congos soplaban los silbatos para llamar la atención de los autos que pasaban o llegaban a histórico pueblo, les hacían muecas a sus conductores con el afán de que estos le dieran algo de dinero. Esta práctica es parte de la tradición, pues se trata de una forma de sostener al palenque.

Al ver a los dos chicos disfrazados se tiene la percepción de que falta poco para ver la cultura congo en todo su esplendor. Este sábado de Carnaval fallaron. Por lo menos la mitad de la tradición. Es que congos y diablos son sinónimo de Carnaval. Mientras en Las Tablas se espera con ansias ver a la llamativa reina y disfrutar del agua, en Colón el Carnaval son pitos, máscaras, fuetazos y tambores. Pero este sábado no hubo diablos. Cuando caía la tarde se escuchaba que saldrían... no fue así.

El pintoresco Portobelo, donde el tambor del congo suena fuerte, en esta ocasión tenía ritmo de regué, de salsa, de merengue o de cualquier otro son. Las máscaras y los vestidos estaban guindados. ¿Por qué no se vestían? Esperan el Festival de Congos y Diablos. ‘Vengan el 14 de marzo y verán bastantes diablos’, se atrevían a responder algunos que disfrutaban de la música en el parque.

EL MUSTIO ESTRENO DEL NUEVO JEFE

La noche le robaba espacio al día y se mantenía la incertidumbre acerca de la salida de los diablos. Tampoco había muchos congos. Puede ser que la lluvia persistente e inusual de un día de verano les opacara las ganas. Puede ser que venían de la ciudad de Colón, donde deben ir a trabajar.

Muy tarde, el palenque se encendió y algunos bailaron, la noche se acabó con el sabor costeño de la percusión y sin tenebrosas máscaras que admirar. Hubo alegría pero no explosión y hasta en los rostros de los portobeleños se notaba cierto dejo, quizás es la misma fatiga que invadió a quien fue el diablo mayor por varias décadas, el todavía alcalde de Portobelo, Carlos Chavarría.

El político de vieja data decidió dejar la batuta, mando que ahora le corresponde a Andrés Jiménez, quien lleva 25 años vistiéndose de diablo. De Jiménez es la responsabilidad de que los diablos salgan. Él es el encargado de alentarlos y reunirlos para el espectáculo. Ese sábado de Carnaval no llegó a tiempo.

El superior de los diablos reconoce el desánimo que rodea a la tradición, por lo que asegura que ya trabaja en actividades para reforzar el legado. Planea conformar grupos de entendidos en el folclor para que le platiquen a los más jóvenes acerca de la importancia de mantener viva la práctica.

Pero el conocimiento es solo una parte. El estrenado diablo mayor entiende que las necesidades económicas de la población en general se han convertido en uno de los ‘cucos’ de la práctica. ‘Todos quieren cobrar’, dice con pesar Jiménez. ‘La leche y los huevos se tienen que pagar cuando vamos al chino’, reflexiona el grupo de jóvenes sentados en el parque. Ellos sí bailan y sí les gusta la herencia cultural recibida, lo que no termina de compaginar es la realidad de vivir y de ser diablo o congo durante todo el verano. Según la percepción de los chicos que veían la lluvia caer una tarde de verano, no es rentable practicar la cultura.

Solo hay que consultárselo a Carlos Chavarría (hijo), un joven de 29 años que hace vestidos de diablos. Estos atuendos no pueden ser vendidos en menos de $150 y, dependiendo de la elaboración, pueden alcanzar incluso los $300. Esta suma de dinero no es tan sencilla de conseguir en estos días. Si un joven como Yosimar Antioco (17 años) se quiere vestir, tiene que hacer algunos sacrificios; y si no los hace él, lo harán sus padres, en caso de que tengan el alcance. Casi que luchando contra la corriente, Yosimar ha logrado vestirse los últimos seis años. Pero este sábado de Carnaval solo se vistió para medirse el vestido que usará para el festival.

AL RESCATE DE LA TRADICIÓN

El Festival de Congos y Diablos, que es organizado desde el año 1999, y que cada dos años capta a más y más personas de diversas latitudes, se ha convertido en el centro de atención. Desde la perspectiva de los amigables Iguanete y Aguacato (los que pedían dinero en la entrada del pueblo), esta actividad sí ha sido positiva. ‘Se han arreglado algunas cosas en el pueblo’, expresó Iguanete, lo que es secundado por su colega, quien comentó que en ese día de feria ‘el pueblo se siente alegre, hay abundancia, los turistas llegan’. Pero es solo un día, en esta ocasión toca el 14 de marzo.

Roberto Enrique King, uno de los organizadores del evento, tiene presente el letargo en la práctica del día a día de los congos y diablos. ‘Como organizadores y colaboradores de este evento no podemos abarcar tanto, pero la misma inquietud que tienes tú las tenemos nosotros’, responde al ser cuestionado en cuanto al rol del evento ferial en el sustento de la tradición.

‘El festival está intentando fortalecerse divulgando la cultura de los negros congos —sigue diciendo King—; sin embargo, la cultura cotidiana está sufriendo, está teniendo problemas en términos de su conservación y de su desarrollo’. Lo que implica, en términos generales, que exista un trabajo mancomunado entre festival y Estado para reforzar las instancias comunitarias y populares, que son las que realmente crean situaciones culturales interesantes.

CARNAVAL DE LAS MARCAS Y NO DE LAS COMPARSAS

Pero no solo los diablos han dejado de bailar. ‘Como todo proceso de Carnaval panameño, muchas tradiciones se han ido perdiendo porque se han comercializado’, reflexiona Luis Romero, promotor cultural y productor de cine. Romero, en el año 1999, cuando nacía el festival, realizó el documental Con el diablo en el cuerpo , en el que describe a los congos y diablos y el legado de afrocolonial.

Este año, el cineasta emprende una nueva versión y para esta labor también visitó Portobelo durante la semana de Carnaval y descubrió lo que otros notaron: el palenque junto a sus congos y los tenebrosos diablos casi que luce triste.

El promotor cultural ha visto de primera mano cómo se promueve la cultura en otras latitudes y por eso entiende que el Carnaval no recibe el apoyo estructural como lo hacen en otros lugares. ‘El Carnaval de Brasil es lo que es porque hay una Liga de Escuelas de Samba, que reciben un apoyo importante del Estado. Yo sé que no hay un dinero para promover el Carnaval de Colón —continúa planteando—, el Carnaval de Las Tablas es lo que es porque hay dos juntas que trabajan solas’.

Habrá quienes vean como mundanas estas fiestas, pero bien lo dice el creador de Con el diablo en el cuerpo al sustentar que ‘el Carnaval es una forma de revivir la historia’. Y el Festival es una herramienta que tiene el potencial de hacer algo más. ‘La organización podría planear un foro educativo sobre temas de la afrodescendencia. Cada año, paralelo, se podría hacer una especie de congreso con especialistas, que pueden resaltar y promover ese tipo de cultura’, eso por un lado, aconseja.

La otra opción —aporta Romero— es que los carnavales pasen a ser patrimonio nacional, como en Uruguay, donde el Carnaval es apoyado por el Estado y se mantiene muy puro. ‘El apoyo va más allá de traer músicos. En el caso del Carnaval de Brasil, no solo es el brillo y el jolgorio, esos son días en los que el pueblo puede expresarse. Los temas hablan de política, hablan de homenaje a la literatura, están narrando un suceso’, algo similar se puede incentivar en Panamá.

Existen dos vías —desde la perspectiva de este personaje que analiza el panorama de los congos y diablos de Colón— para lograr que los carnavales lleguen a ser patrimonio nacional. La primera debe venir de la población, mas para que esto se dé se necesita mucha educación y comunicación para que la gente sea la que diga que quiere preservar su Carnaval. La segunda ruta sí va de arriba hacia abajo, y consiste en que los gobiernos instauren una política dirigida al fomento de la cultura, más allá del Instituto Nacional de Cultura (INAC).

¿Cuánto va a reforzarse o decaer la tradición del tambor, la pollera de colores y del cascabel? Ni King ni Romero ni el joven Yosimar lo tienen claro. De a poco, con las uñas o ya sin uñas, algunos están haciendo una parte. La Agrupación Realce Histórico de Portobelo sigue con actividades de difusión y preservación de su cultura, el nuevo diablo mayor trata de encaminar la lucha y los jóvenes de rostros aburridos que miraban la lluvia caer en el parque, un sábado de Carnaval, tendrán que esperar hasta que llegue el festival para ver al pueblo encendido, tan encendido como podía estar años atrás durante cualquier fin de semana de verano.

Quizás ese sábado el cielo de Colón lloraba porque ya no veía a sus diablos bailar, ya no los escucha ni los siente como en antaño los vivió, y teme porque un día ya no los vea más.

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