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- 14/03/2010 01:00
El bullicio de una bandada de pericos rompe el silencio de la tarde, mientras el sol acentúa las infinitas variedades de verde del bosque tropical y refleja sus rayos en las tranquilas aguas del Río Chagres. Jirones de nubes arrojan intermitentemente pequeñas sombras que pintan telarañas y se diluyen al contacto con el agua, mientras una suave brisa refresca la tarde meciendo el cayuco que espera para la práctica.
Barbara Stephenson, embajadora de Estados Unidos en Panamá, llega ataviada con su sonrisa perenne, una camiseta verde, lentes oscuros y shorts negros -sin preámbulos ni protocolos- para su entrenamiento previo a la carrera de cayucos entre el Pacífico y el Atlántico a través del Canal de Panamá. En la competencia, que se realiza hace más de cincuenta años y en la cual participa junto a su esposo Mathew Forbush, se hace evidente que también en el deporte, ella es líder. Por algo es la que va al frente de la embarcación, marcando el ritmo de los remeros.
Alta, bronceada, de espalda cuadrada y brazos musculosos, la figura de la embajadora no deja duda sobre su habilidad y gusto por los deportes, Además de buena nadadora, monta en bicicleta, hace caminatas en la playa y practica yoga. En el bote se nota cuánto disfruta esta actividad, a la que es capaz de entregarse por entero sin importar el calor, mojarse con el oleaje, o ser el centro de la atención.
Su sencillez le permite eliminar la barrera que tradicionalmente separa a un embajador – más aún si proviene del monstruo del norte – del común de las personas. Los pobladores de Metetí (Darién) y otras comunidades cercanas lo pueden atestiguar. En una de sus visitas fue capaz de tomarse el jugo que ella misma extrajo de la caña de azúcar en un trapiche. Con una pequeña darienita en brazos inspeccionó los retretes que funcionarios del Cuerpo de Paz ayudaron a construir a los pobladores. Bajo un sombrero de paja hincó los dientes en un marañón maduro mientras preguntaba sobre la mosca del gusano barrenador a pequeños ganaderos de la zona. Y también se enfureció al contemplar un mural sobre la quema y tala de los bosques, ante la pobreza que en algunas regiones obliga a la gente a destruir el medio ambiente en busca de sustento. +3B
VIENE DE LA PORTADA
DE THATCHER A MANDELA
En su papel de diplomática esta misma mujer, gracias a su enorme versatilidad, ha tenido la oportunidad de vivir de cerca momentos críticos de la historia reciente de varios países. En la sala de la casa señorial de la embajada en La Cresta, la cual ocupa desde hace año y medio, en un sencillo traje sastre oscuro que resalta el azul de sus ojos, recuerda como una de las experiencias más importantes de su carrera, su participación en el acuerdo de paz en El Salvador en 1992. Orgullosa aún, relata que en la ceremonia de la firma del documento, el entonces presidente salvadoreño Alfredo Cristiani, “cruzó todo el salón para darme dos besos y un abrazo y agradecerme por mi papel”.
La anécdota más emocionante de su carrera, sin embargo, proviene de su encuentro con Isabel II de Inglaterra en una cena en honor al ex presidente George Bush, en noviembre de 2003. Con una emoción que la desborda todavía, haciendo una reverencia como la que tuvo que hacer ante la soberana, la cual había practicado múltiples veces, relata esta experiencia que se convirtió para ella en la culminación de un sueño que no se le cumple a cualquiera: ver y conversar con una reina de carne y hueso.
Después fue Irak. Como coordinadora para los asuntos de ese país en el Departamento de Estado, le tocó generar el consenso para reducir la violencia y establecer los mecanismos de buen gobierno, trabajo por el que obtuvo un premio del Departamento de Estado. Y también Sudáfrica, donde durante el segundo año de mandato de Nelson Mandela, trabajó en el programa de eliminación de armas de destrucción masiva.
Al igual que el deporte en lo físico, estas experiencias le han dado a esta mujer, siempre tan segura y tan en control de su vida personal y de su carrera, el aplomo y la formación necesarios para seguir representando a su país, aún después del cambio de gobierno, cuando Barak Obama ganó las elecciones y la ratificó en el puesto. Satisfecha con sus logros, hoy siente que, más allá de su carrera, solo le queda pendiente cultivar su propio jardín, viajar más por el mundo y tener un salón donde enseñar yoga.
CUANDO EL HIERRO SE FUNDE
Demostrando que después de todo no es una dama de hierro, Barbara Stephenson no puede contener las lágrimas cuando habla del orgullo de su madre por su nombramiento como embajadora en Panamá. Es la única integrante de su familia que ha asistido a la universidad y que ha obtenido con honores un doctorado en literatura inglesa. Fue su profesor de política comparativa, de origen francés, quien despertó en ella el interés por seguir la carrera diplomática.
Nacida en 1958, en un pequeño pueblo del estado de la Florida, de no más de dos mil habitantes, Barbara tiene una historia familiar que ella misma califica como “compleja”. Es hija adoptiva y mientras sus padres, tanto el biológico como el de adopción, son estadounidenses. Sus madres, biológica y adoptiva, son de Alemania y Canadá, respectivamente. Curiosamente, mantiene una buena relación con ambas. Con la adoptiva de 80 años de edad – que vino a Panamá en septiembre pasado – habla casi todos los viernes, y con la biológica, de 83 años, tiene ya una relación de más de dos décadas, que actualmente mantienen por internet.
El sufrimiento vivido en la Segunda Guerra Mundial fue lo que llevó a sus padres biológicos a entregar, cuando nació, a la pequeña Barbara en adopción. Quizás esa experiencia es la que la ha llevado a esforzarse por tener a su familia unida. A pesar de lo difícil que es conciliar la vida profesional con la familiar por las exigencias del cargo, su esposo Mathew, con su gran sentido del humor, su afición al deporte y la gran sensibilidad que posee como músico y escritor, ha sabido manejar exitosamente la situación. “No es para todos los hombres norteamericanos”, explica ella. “A Mathew y a mí nos invitaban siempre a participar en los talleres de discusión sobre cómo ser madre, esposa y diplomática con éxito porque éramos el único ejemplo”, dice lanzando una de sus alegres carcajadas.
Hoy trata de pasar tiempo leyendo con Brewster, su hijo de 10 años, que ha descubierto recientemente su afición por la lectura y a quien le acaba de leer la trilogía completa de “El señor de los anillos”. Con su esposo comparte la afición por el deporte y con su hija Claire, de 20 años, el gusto por la música pop, en especial Carly Simon.
Barbara que habla inglés, español y alemán, y entiende francés, es ante todo una gran lectora. Admiradora de Gabriel García Márquez, a pesar de su excelente español confiesa que aún no ha podido leer la versión original de “Cien años de soledad”. Disfruta también la obra de Borges, quien le resulta más fácil de entender que el colombiano, y entre sus últimas lecturas están “Cuentos chinos” de Andrés Oppenheimer y la biografía de Samuel Lewis Galindo “Hasta la última gota”, de María Mercedes Corró. En literatura de habla inglesa sus gustos incluyen a Shakespeare, por supuesto, a Edith Whartor con “La edad de la inocencia”, y a Michael Pollan con “El dilema de los omnívoros”.
PANAMÁ 24 AÑOS DESPUÉS
Llegar a Panamá como embajadora, 24 años después de su primer cargo, ha sido la culminación de otro sueño. Con la franqueza que la caracteriza dice que desde que empezó en el servicio exterior estadounidense siempre quiso venir a este país como embajadora, y que cuando se le presentó la oportunidad de elegir el lugar para presidir una misión diplomática, sin pensarlo dos veces pidió el istmo.
Y es obvio que le gusta Panamá. En su nueva estadía como diplomática se ha involucrado en tantas actividades que es difícil entender como las realiza todas. Con picardía dice que el secreto está en hacer más de una cosa a la vez, como por ejemplo, leer mientras pedalea en su bicicleta estática.
Fomento a la música, prevención de la criminalidad, fortalecimiento de los lazos comerciales, formación de la policía comunitaria, desarrollo agropecuario en Darién, son algunas de las actividades que junto con un equipo de personas totalmente identificado con su embajadora, ha emprendido desde la misión que encabeza.
Esta mujer, que revela entre su elocuencia al hablar y las francas carcajadas su fuerza arrolladora, y que no le tiene miedo ni siquiera a la muerte –aunque si uno irracional a las serpientes– se considera muy joven aún para retirarse. Por eso, por ahora solo tiene en mente realizar, cuando termine su misión en Panamá -aproximadamente en año y medio- un crucero de tres meses “para mí”, según dice con una seriedad sospechosa tras la cual deja entrever que todavía tiene energía y ganas de seguir siendo una embajadora “todoterreno”.