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- 13/05/2018 02:00
Aunque hoy están por doquier en la cultura pop, los hombres con peluca, maquillaje y tacones no son novedad. La historia y el cine de época han hecho del conocimiento popular que en la antigüedad, los hombres (independientemente de su orientación sexual) utilizaban elaboradas pelucas, cosméticos y zapatos de tacón con fines tan diversos que iban desde lo esotérico y la expresión de los estados de ánimo, hasta montar a caballo con mayor facilidad, resaltar su atractivo físico o demostrar estatus y poderío. Fue así en distintos periodos históricos y en culturas tan diversas como la del antiguo Egipto, el Imperio Romano, China, Francia o Inglaterra, hasta principios del siglo XIX, cuando finalmente el uso de estos accesorios comenzó a asociarse estrictamente con la feminidad. Como ocurre con todo en la cultura, los significados de las prácticas y los discursos, incluyendo lo que entendemos por masculinidad y feminidad, son transformados por procesos sociohistóricos, aunque hoy en día los sectores conservadores se empeñen en creer que hombres y mujeres venimos programados con gustos diferenciados por una suerte de mandato genético.
Actualmente, ante el boom de la teoría queer , personajes de ficción como Frank N. Furter (The Rocky Horror Picture Show) o artistas como Boy George, la propia One Two o RuPaul, son celebrados como íconos del humor, la moda o el feminismo. Hombres que son maquillistas profesionales y gurúes de estilo se han vuelto youtubers exitosos y estrellas de Instagram, sin mencionar que cada vez más casas de maquillaje emplean a modelos masculinos como embajadores de marca. Pero además, las drag queens han cobrado especial relevancia como icono progresista, y es donde cabe preguntarse por qué esta subversión de los roles de género no tiene la misma gracia cuando ocurre a la inversa: que las mujeres se vistan y actúen ‘como hombres' es común y hasta considerado una conquista histórica que se supone nos acerca a la igualdad.
Es la razón por la que Ellen DeGeneres no produce escándalo. Es una humorista con su propio talk show, un icono LGBT y su estilo de vestir encajaría en los estándares considerados convencionalmente masculinos, pero ¿cuántas más como ella conocemos? O quizás una mejor pregunta sería: ¿podríamos decir que existe todo un culto pop en torno a las mujeres ‘masculinas', o al menos del mismo modo en que lo hay hacia la cultura drag , con shows de concursos como ‘RuPaul Drag Race', delegaciones en todos los desfiles del orgullo LGBT alrededor del mundo, sus propias cantantes icónicas, shows nocturnos en las discotecas o personajes humorísticos en programas de televisión? La respuesta sería un claro no. Las drags son iconos progresistas porque, si para el hombre promedio la feminidad es degradante, para ellas es una reivindicación.
Pero esto último es debatible. Algunas autoras feministas se preguntan si es posible hablar de sexismo en la exageración irónica que caracteriza a la cultura drag , o si la práctica es comparable con la insensibilidad de la apropiación cultural. Pero tal vez lo más inquietante es que esta imitación exagerada de la feminidad amplifica sus aspectos negativos en tanto falsa, superficial y frívola. Lo irónico es que para las mujeres, la feminidad es una imposición social que se espera cumplamos al pie de la letra, pero al mismo tiempo se nos minusvalora y estigmatiza por ella, pues en el imaginario colectivo, la feminidad, entre otras cosas, se asocia a la frivolidad, la superficialidad y una eterna enemistad entre mujeres. Sin embargo, estas mismas características son aplaudidas en las drag queens como prácticas subversivas. En otras palabras, para estos hombres la feminidad es una opción transgresora, mientras para las mujeres es una imposición estereotípica y opresiva que internalizamos como una elección libre.
Por otro lado, ¿qué hay de la incorporación de niños en la estética drag/queer ? Recientemente, diarios como el Daily Mail o The Independent publicaron que un niño de 10 años fundó su propio club para niños drag en Nueva York, y medios como Teen Vogue , Elle o el Huffington Post han celebrado últimamente a ‘Lactatia', un niño drag canadiense de 9 años. Así de contradictorio es el feminismo posmoderno: critica la sexualización temprana de las niñas por medio del maquillaje, los concursos de belleza infantiles y la ropa de niña que imita la moda de las mujeres adultas, pero considera progresista la sexualización temprana de niños pequeños a través de las mismas prácticas.
Como toda ideología, el progresismo también tiene sus propios dogmas, por lo que la (auto)crítica y el debate no son necesarios, sino vitales.
COLUMNISTA