Falsos históricos, verdaderos tracaleros

  • 16/04/2017 02:00
El aullido de loba

A veces llegas a un lugar que has visto en documentales y películas. Un lugar sobre el que has leído libros y que te fascina por el motiva que sea, el Escorial, pongamos por caso, y vas y llegas a la alcoba donde dormía aquel en cuyo imperio no se ponía el sol, Felipe II. Y tú te imaginabas aquel fasto y grandeza y te encuentras con una camita de casita de muñecas, una cosa pequeña y constreñida. Y se te cae un poquito el alma a los pies. Pero es lo que hay. Es ahí donde dormía. Es real. Fue su cama.

Entonces paseamos por el Casco Antiguo de Panamá, llegamos a Plaza Catedral y nos encontramos con el Hotel Central. ¿Bien bonito? No. ¡Bien falso! Más falso que un dólar de a tres. Sí señores, es un falso histórico, un quiero y no puedo, muy bonito, será para algunos, no voy a discutir de gustos (aunque hay gustos que merecen palos), pero no conserva nada de su esencia ni de su verdad. No fue entre sus muros que se fraguó la independencia de este país, ni por sus pisos por donde caminaron los próceres. Los han engañado. El real, el original, se vendió a pedazos como antigüedades: ladrillos, tejas, baldosas de mármol del suelo. Lo dejaron caer, era más fácil esperar, enredando a la ciudadanía con carteles y promesas de un mejor mañana, que ponerse manos a la obra y conservar, restaurar y mantener la historia.

Eso es lo que pasa en este país, es más fácil tirarlo todo y construir algo nuevo. Un quiero y no puedo pseudohistórico es más rápido, más barato. Y de eso se trata, de ahorrar. Ahorrar en costos para que los márgenes permitan que unos y otros se lleven su parte. Ahorrar en tiempo para que el de turno pueda cortar la cinta en su periodo de poder absoluto y que el anterior no le venga a sacaliñar que ‘eso lo hice yo'. Ahorrar esfuerzo, ahorrar investigación, ahorrar mimo y cuidado.

Somos un país inmediatista, la Casa Wilcox se puede restaurar. Pero los poderes económicos y fácticos tienen prisa, saben que les quedan menos de dos años para sacar provecho de todo aquello a lo que poder echarle la zarpa. Y lo van a hacer. Despídanse de la Wilcox, ya está sentenciada. Se esfumó en el humo del poco importa y el deje así. Lo que ven es apenas el fantasma de un edificio que fue corazón de una urbe. Lo que ven allí, aún en pie, es apenas el orgullo de un patrimonio que se resiste a desaparecer. Pero lo obligarán a perderse, a desaparecer y a olvidarse.

Ha habido unas cuantas renuncias provocadas por esta defenestración patrimonial. Gente lista que decidió que un sueldo y un par de décimos no merecen la pena a cambio de una demanda y posible cárcel.

Porque, (y esto es un aviso a navegantes), demoler un inmueble con declaratoria de Patrimonio Histórico está penado por la ley con pena de cárcel. Y como por lo visto se está poniendo de moda en Panamá detener ‘preventivamente' a aquellos sospechosos de atentar contra el patrimonio nacional, amárrense los machos todos aquellos que tengan algo que ver con la caída, derrumbe o demolición de la Wilcox, si ésta, al final se termina dando, porque seguro que hay personas dispuestas a denunciarlos y a que paguen su pena. Porque mis hijos, y los de aquel y los del otro, tienen derecho a su propia historia, no a que los engañen con falsas construcciones de pacotilla.

COLUMNISTA

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