Armando Granja: El fruto del callado trabajo

  • 02/09/2019 02:00
Aristides Ureña Ramos expone la historia del escultor atado a suelo istmeño desde 1981. Sus obras, fruto del imaginario creativo, son parte de las colecciones privadas de Panamá

Hablar de escultura en nuestro Panamá resulta una tarea compleja debido (tal vez) a las dificultades de un ambiente no preparado para el consumo de este tipo de obras, en comparación con otras técnicas y otras latitudes.

La complejidad de esta disciplina puede que se deba al entorno logístico para realizar obras de alta calidad. Cuando nos referirnos a obras en bronce o metales, la dificultad aumenta porque los talleres de fusión de metal requieren de un alto índice de conocimientos artesanales y de un alto nivel de preparación profesional; sin olvidar que un taller de fusión cuenta con elevados costos de mantenimiento.

Tenemos que recordar que un taller de pintura es menos complejo que el de escultura —por ejemplo— y para un artista, al momento de escoger entre las dos disciplinas, esas dificultades hacen la diferencia. Es por ello que la práctica de esta disciplina artística es más lenta y compleja.

Panamá, pese a estas dificultades, cuenta en su historial con osados escultores preparados en las mejores academias del mundo que han dejado un digno legado en bronce, vidrios, hierro, acero, cerámicas, barro, maderas, piedras, concreto y en las modernas técnicas mixtas de resinas.

Esta labor titánica ha sido alimentada por escultores extranjeros que también han colaborado con sus aportes técnicos y académicos en distintos centros educativos y talleres privados en el territorio panameño.

Todos ellos creadores de monumentos, bustos, medallones, estatuas que han dejado un patrimonio escultórico en nuestro país, superando las limitaciones arriba delineadas.

Al querer remarcar estas dificultades, las intenciones son dictadas por la voluntad de hacer ver esos obstáculos en la práctica de esta profesión, por lo que, cuando escribimos sobre la escultura y el escultor, lo hacemos con la reverencia requerida para tal propósito… inclinando la cabeza.

El saca muela

Sentado en mi casa, en compañía del amigo escultor Armando Granja, de quien hablaremos hoy lunes, me sumerjo en sus narraciones, pues existe un ligamen único entre Panamá y Colombia, salidos de un mismo Macondo.

Entrando en una mística tertulia donde mis recuerdos se mezclan con los recuerdos de Armando y las viejas casas de madera de La Villa de Los Santos y de un Santiago narrado por tatarabuelos, en el cual un cercano familiar de profesión ‘Saca muelas' —tallador de madera— influenciaba a un curioso niño de apenas siete años en los menesteres. La familia prohibía a sus hijos los oficios de político y pintor, porque eso era acercarse a maldiciones traídas por Lucifer.

El tío ‘sacador de muela' era ácido de carácter y —siguiendo la narración— al bajar a la ciudad sentenció al sastre del barrio, que regresaría a buscar el vestido que había ordenado, so pena de muerte, si hubiese faltado a la palabra y al compromiso.

El sastre incumple al pedido y el tío sacador de muela lo mata con tres disparos. El trauma del pueblo fue tan incompresible que no pudo registrar ‘a memoria' el hecho, pues el tío en su afán de evadir la justicias se adentró en las tupidas selvas y hasta el día de hoy, se desconoce su paradero.

Ese niño es Armando Granja y el ‘Saca muela' es su tío, pero esta es una historia que nos pertenece, porque nos identifica con nuestra historia departamental y los inicios como república, porque yace en la profunda memoria de los cuentos de antaño que nos pueden ser más que familiares.

Armando Granja llega a Panamá en 1981, pero nace en la ciudad de Bogotá en 1957. Su padre, un empleado bancario, y su madre, una modista, construyen una típica familia colombiana de los años setenta donde Armando crece en serenidad, hasta llegar a matricularse en la Escuela Distrital de Arte, donde recibe las primeras nociones de escultura, bajo las sabias manos del escultor Antonio Madero (místico-vidente), maestro que lo indujo a buscar otros caminos fuera de Colombia. Es así que, por ironía del destino, llega a Panamá en tránsito hacia África y demora en tierra istmeña en espera del barco que nunca llegó. Su única opción: descubrir Panamá, lo cual decide probar.

Fue amor a primera vista. Armando ve y comprende las dificultades que en tierra istmeña estamos pasando. Siente que posee cualidades que en tierras colombianas son adelantadas y tal vez, necesitadas en nuestra comunidad… y prueba a establecerse en Panamá.

A esta altura de mi relato, cabría decir ¡gracias a Dios se quedó! Y lo hago sin temor a ser meloso, porque desde la llegada de Armando, trata en miles de maneras de construir un taller de fusión en metal, en primera instancia, y después un taller de fusión en vidrio y metal. Esta decisión cubrió ese vacío de los antiguos talleres, donde se necesitaba fundir cabalmente una pieza escultórica o en vidrio por cualquier artista del territorio nacional. A esto se le suma su desempeño en el terreno educativo, impartiendo clases de escultura, así como armando y construyendo hornos de fusión para el metal y vidrio en los distintos lugares donde ejerció su docencia.

Su oficio técnico y curado conocimiento fue honrado por la colaboración del maestro de la plástica panameña Guillermo Trujillo, con quien produjo por quince años innumerables obras que el maestro Granja realizaba en su taller de fusión en bronce. Hoy estas obras, frutos del imaginario creativo de Guillermo Trujillo, hacen parte de las colecciones privadas de Panamá.

La intimidad artística

He observado muchas veces las esculturas de Armando, sintiéndome apartado emocionalmente, sobre todo cuando su trabajo incorpora las figuras de objeto… y me interrogo ¿Qué es esto? Y me he retirado pensativo.

Es allí, en ese momento, cuando siento lo que siente Armando. Cada objeto es trabajado con elegancia, la cabalidad de los acabados, la sinceridad de su trabajo lo catapulta a simplicidades que juegan en la memoria. Los gestos señoriles de sus estatuas, el movimiento controlado de sus personajes, llevan a captar la idea que flota en nuestros recuerdos… porque en la obra de Armando Granja es lo refinadamente bello lo que nos queda en la memoria.

El amor por las artes

Al reflexionar junto a Armando sobre los confines del arte, de lo representativas que resultan las expresiones artísticas, recordamos que el verdadero artista vive en un océano de profundidades, donde no existen nacionalidades ni diferencias algunas, más bien creatividad y talento, donde medimos la posibilidad de engrandecer la capacidad de las emociones y contemplaciones de la belleza para todo el mundo. Y en Panamá eso sucede porque somos un país abierto al mundo creativo y a los creadores.

Para Armando Granja, unas calurosas felicitaciones por su labor, su obra y la heredada capacidad con la que nos ha ayudado. Con su trabajo, el panorama artístico panameño se enriquece de exquisitas obras y de una distinta manera de expresar el arte.

Lo Nuevo