Lágrimas de mármol

  • 24/09/2022 00:00
A veces dar un paso atrás o detenerse solo para evaluarnos es clave. Hay quienes se pasan la vida derrochando momentos en habitaciones mal ventiladas, buscando verdades oscuras, procrastinando o investigando qué hacer sin hacer nada, hasta que se es demasiado viejo para disfrutar la vida
A veces dar un paso atrás o detenerse solo para evaluarnos, es clave.

“El tren de ayer se aleja, el tiempo pasa. La vida alrededor ya no es tan mía. Desde el observatorio de mi casa, la fiesta se resfría... Superviviente sí, ¡maldita sea! Nunca me cansaré de celebrarlo. Antes de que destruya la marea las huellas de mis lágrimas de mármol... Sí, me tocó bailar con la más fea. ¡Viví para contarlo!”

Tanto el título como el primer párrafo de este artículo es de una canción de Joaquín Sabina, quien, de hecho, es uno de mis cantantes favoritos. Sus letras tan profundas como complejas dejan tanto para reflexionar.

Ahora bien, dice el tango que 20 años no es nada... sí, es verdad, durante ese tiempo vive, hace, es, cambia o se mantiene inalterable como una piedra de mármol o, tristemente se convierte en la copia de alguien más y aun así, le quedarán x cantidad de años para seguir viviendo.

Alguna vez ha hecho un alto y pensado, ¿qué hice o estoy haciendo con mi vida?

A veces dar un paso atrás o detenerse solo para evaluarnos es clave. Hay quienes se pasan la vida derrochando momentos en habitaciones mal ventiladas, buscando verdades oscuras, procrastinando o investigando qué hacer sin hacer nada, hasta que se es demasiado viejo para disfrutar la vida.

Hace 20 años decidí emprender mi empresa, estaba clarito que las puertas de los clientes no iban a estar abiertas de par en par ni que había un caldero lleno de oro al final del arcoíris, sin embargo, nada me detuvo para hacer realidad un sueño que, hasta el sol de hoy, junto a mis socios Nora Cedeño y Nelson Hernández Sr, camina con buen paso.

En 22 años estudié, crecí y me perfeccioné en mi carrera, además descubrí un tema que me fascina a mares y que me ha abierto las puertas a otras empresas y me ha ayudado a profundizar en la magia de la comunicación no verbal, asunto que al final complementa enormemente mi carrera publicitaria.

Hoy puedo decir con propiedad que soy de los pocos certificados internacionalmente en Panamá sobre microexpresiones, lenguaje no verbal, detección de mentiras y análisis de conducta para perfilar criminales entrenado por exagentes del FBI, CIA y criminalistas internacionales de trayectoria.

En 20 años mi gran escuela, mentora, socia y madre, Nora Cedeño ha ido pasando su legado a mi cesta, de hecho, hoy comparto escenario con ella y aún así, sigo teniendo la mentalidad Shoshin... la del aprendiz eterno.

¿Por qué comparto esto? Porque hay quienes no solo se creen un producto terminado y creen que “tienen a Dios agarrado por las mechas”, sino que, además, aseguran contra viento y marea que nadie ni nada les puede enseñar más, ¡qué triste vida! Conozco a varios que ni siquiera son capaces de escuchar a un amigo o a un cliente, porque son solo ellos los que tienen la razón, son solo ellos los que piensan, son solo ellos los que hablan en una reunión dando lecciones y hacen de su vida un falso pedestal para que otros los contemplen.

También conozco a muchos que, siendo una brillante obra de arte, terminan siendo la copia de otros, no se dan el lujo de crear ni de creer en sí mismos, desconocen su talento porque se autovendieron la falta de capacidad o, en su pauta infantil, les quemaron las naves de la aventura y, que a pesar de tener las oportunidades para destacar y cambiar su realidad, optaron por ser seguidores y no líderes magníficos.

Si hablamos de la nueva generación, he visto cómo algunos han enlatado su talento, han reducido su vida a tendencias que están lejos de ser constructivas, educativas y hasta lucrativas.

Como docente universitario veo a jóvenes que no se superan, y teniendo miles de oportunidades las dejan a un lado para vivir la vida a costa de la plata de los padres. También he visto algunos jóvenes que prefieren un whatsapp insulso a un libro que los ayude a crecer profesional o personalmente, porque a su vez copiaron dicho modelo de padres, madres, amigos o jefes, y con dicho estilo se vendieron la idea que una red social llena de banalidades les enseña más que una buena educación.

Conozco jefes que mil veces prefieren dejar en claro que no están para enseñar y guiar a sus subalternos, porque en el fondo saben que no podrán con la competencia y que su puesto podría ser “serruchado” por alguien más capaz. Otros se niegan a renunciar y darle paso a las nuevas generaciones porque supuestamente perderán su estatus o salarios pese a estar claros y ser obvio que ya no tienen la edad, las fuerzas ni los conocimientos para estar al día en pleno siglo XXI.

En mis 22 años profesionales también he visto a corruptos que prefieren sobornar a otros para lograr objetivos determinados, porque no saben lo que es competir con integridad, con talento y transparencia, porque a su vez crecieron con la cultura del “juega vivo”.

Superviviente, sí, ¡maldita sea! Y nunca me cansaré de celebrarlo, porque a mis 44 años me he negado y me seguiré negando a vivir un estilo de vida que algunos han elegido como bueno y que realmente está acabando con el mundo, la humanidad y el país.

Cada día camino por el sendero de la integridad, de la innovación, me encanta encontrarme con la frase “echao pa lante” y, sobre todo, sé que soy capaz de vivir una vida que a pesar de tener altas y bajas, sigue manteniendo las huellas que he dejado y que la marea no ha podido borrarlas. Le invito, amigo lector, a hacer lo mismo.

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