‘Felices los felices’: Jorge Luis Borges

Si hay algo que me da mucha risa es la gente que anda por ahí citando a eruditos, filósofos, escritores o bien figurines de la cultura l...

Si hay algo que me da mucha risa es la gente que anda por ahí citando a eruditos, filósofos, escritores o bien figurines de la cultura light (tipo Osho, Paulo Coelho, Deepak Chopra o Yehuda Berg) como ejemplo de cada cosa que dicen. No lo puedo evitar, me resulta tan pretencioso como increíblemente gracioso. Tanto es así que a veces invento citas y se las enchufo a personajes conocidos, a manera de chiste, esperando secretamente que algún ingenuo citador caiga en la trampa y no pueda resistir la tentación de citar la cita trucha.

Sin embargo, irónicamente y muy a mi pesar, desde la semana pasada tengo clavada en la mente una frase del escritor argentino Jorge Luis Borges, que dice así: ‘Felices los felices’. Es la última línea de un poema suyo llamado ‘Fragmentos de un evangelio apócrifo’, que descubrí por aquellos años de adolescente obsesión borgiana. Por supuesto que no ando por ahí diciéndosela a la gente, pero por más que intento no logro sacarla de mi mente. Sospecho que es el efecto colateral que ha dejado en mí la dichosa –por no decir increíble!- encuesta de Gallup –que seguramente ustedes ya habrán leído- que sitúa a Panamá como el país más feliz del mundo.

Yo, hombre panameño presuntamente feliz, no tengo dudas de que Panamá se ha convertido en la capital de la Dimensión Desconocida. Antes solía referirme a ella, mi agreste patria, como el ‘País de las Maravillas’; pero ahora que la felicidad baña nuestras costas y la perdiz a la plancha es el nuevo plato nacional, creo que hemos trascendido el reino de las fantasías para perdernos en las praderas secretas donde nacen las incógnitas.

Este sonriente servidor, curado de espantos y otras infelicidades, lo primero que pensó fue que el gobierno le pagó a la empresa encuestadora para que pusieran a la risueña Panamá (A.K.A. ‘La tasita de oro’) en el puesto número uno de la lista. Sé que los amigos del gobierno y gladiadores afines han de estar cansados de que les eche la culpa de todo. Y qué pena con el compañero Gallup, al que aprovecho para saludarlo y felicitarlo por tantos años de cifras y porcentajes, pero en estos menesteres de los sondeos debo reconocer que pienso lo mismo que la expresidenta panameña Mireya Moscoso, de quien me permito citar (¡oh sí!) una de sus más célebres frases: ‘a mi las encuestas me las sirven con carne y hueso, por favor’.

Dicho de otra forma, a este venturoso columnista le basta con ser testigo día a día del contagioso caraculismo que reina en las calles y avenidas de esta nación, próspera entre las más prosperas, para comenzar a intuir si hubo una Mano Peluda o Divina Providencia que intercediera por nosotros. Entonces es muy probable que la bienaventurada encuesta haya sido realizada en una discoteca a las tres de mañana, en un fin de semana caprichoso y sabrosón en que no regía la Ley Zanahoria.

Cierto o no, lo bueno de esta historia –porque hay que ser positivos, mis felicianos camaradas- es que, junto al misterioso caso de las sonrisas gratis que otrora prometía el ministro salsero, ya tenemos otro mito urbano que comentar en la sobremesa. Que, siendo consecuente con el tono altivo y victorioso de estas nuevas conquistas panameñas, bien podría ser uno de los grandes enigmas de la humanidad.

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