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- 29/06/2014 02:00
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La historia de Romilda me la contó un borracho en la cantina ‘El Maracuyo’; su verosimilitud me tiene sin cuidado. La historia tiene un gustillo como a realismo mítico que me molesta un poco, sí. Parece como si el borracho hubiera estado leyendo a García Márquez y ahora tratara de imitar, con muy poca fortuna y con casi nada de talento, el estilo de contar del escritor colombiano.
Vaya, que esto fue lo que me contó: ‘Romilda llegó a la tercera edad siendo virgen. Virgen y vieja, sí, pero sus pensamientos: lejos de ser castos; su imaginación: lejos de estar seca. Todos (pero todos) los hombres del pueblo la recordaban con cariño. Ella pasaba (a paso lento) por la cantina y la memoria hacía los trucos ya sabidos. Entre las mujeres del pueblo, por supuesto, tenía fama de ser una consagrada puta, la vieja esa, lujuriosa, sucia, tortillera, marimacha, corruptora de menores, por eso está sola. (Es que por estos lado las mujeres se maltratan las unas a las otras que da miedo, compadre; y nada de que son mujeres machistas, no, son crueles y sanseacabó). Romilda, por otro lado, inmune a los comentarios que de ella se pudieran hacer, solo se miraba la mano con orgullo y se echaba a reír’.
‘Vivía sola, no tenía hijos ni parientes cercanos, se las arreglaba con un platita que un muchacho que decía ser su ahijado le enviaba mensualmente y de cuyo nombre ni siquiera se acordaba. Se la pasaba la mayor parte del día recordando. Se gozaba, particularmente, en el recuerdo de cuando descubrió el poder de su mano: ay, lo que disfrutó ver a Miguel deshacerse y desintegrarse con placer confuso cuando ella le envolvió la cosa con los cinco dedos y se la sacudió un día que este la invitó al río. Y luego la explosión y después ver cómo aquello se recuperaba y se iba levantando y él que intentaba entrar en ella y ella que no, no, duele mucho y qué va, esto no es para mí, y Miguel que ya no insistía y se enojaba y entonces de nuevo la mano de arriba abajo y Miguel que se le iba el enojo y que explotaba y ella que disfrutaba verlo retorcerse’.
‘Lo otro, abrir las piernas y permitir el paso, nanái nanái, le dolía mucho. Si siento que me desgarro cuando entra apenas eso, imagínate parir, pensaba. No, compai, esta se queda sin hijos. ¿Besos y caricias allá abajito? Tampoco, una sensación como de nunca acabar la colmaba y ya deja eso que no me gusta. ¿Lesbiana? Experimentó, sí, pero pronto se dio cuenta de que qué va. Lo suyo era otra cosa: la mano de arriba abajo, la explosión y punto’.
‘Al poco tiempo, la fama de su diestra se regó con una inquebrantable ley de bochinche verdadero, y los hombres venían en busca de ella para experimentar otra clase de placeres. A ninguno de los hombres (clientes) que pasaban por la sacudida y el sube y baja y el estallido, les quedaba energía para siquiera imaginar tomarla, a la fuerza o no, y consumar la faena de manera clásica y por donde debía ser, como Dios manda, pues’.
Y allí terminó de contar abruptamente el borracho porque se lo llevaron a jugar dominó. Me quedé con ganas de saber más, como todo lector que piensa, ingenuo, que todo cuento debe tener un final redondo. Resignado, le pedí una servilleta al cantinero Nen y escribí: ‘El filósofo, después de entregarse a la mano, pensó: ‘Esta es la derrota definitiva del falo”.
MÚSICO Y POETA