El mensaje de la Academia

Los suabos del Banat fueron, en su origen, una comunidad diminuta. No eran más que un puñado de campesinos pobres que hace más de 200 añ...

Los suabos del Banat fueron, en su origen, una comunidad diminuta. No eran más que un puñado de campesinos pobres que hace más de 200 años emigró desde Alemania central hacia las regiones despobladas de Europa del Este. Se instalaron primero en la región del Banat, en lo que en aquel entonces era Austria. Pero tras el colapso del imperio austro-húngaro, esta pequeña comunidad, que seguía fiel a sus tradiciones y lengua alemanas, es decir, fiel a su propia historia, decidió unirse, tras la primera Guerra Mundial, a lo que hoy es Rumania, porque el nacionalismo húngaro en furor en aquel entonces prohibió la enseñanza en otras lenguas.

En Rumania, los suabos encontraron una acogida menos opresiva y pudieron mantener sus tradiciones. De hecho, en Timosoara, la pequeña ciudad donde nació en 1953 la escritora recién galardonada con el Premio Nobel de Literatura, Herta Müller, había periódicos en alemán, y hasta un teatro donde se podían representar obras alemanas. Es más, cuando Müller tenía 15 años aún no hablaba rumano, pues toda su educación fue en alemán, la lengua en la que escribe. La sombra de la historia tuvo siempre los dientes listos para hincarlos en la comunidad de los suabos. La Gran Depresión de los años 30 los empobreció dramáticamente y muchos emigraron hacia Argentina y Estados Unidos para nunca volver. Y luego vino la década siniestra que desembocó en la Segunda Guerra Mundial. Hitler llevó a cabo un plan para utilizar a los alemanes étnicos dispersos por esa Europa Central. Como Rumania misma se alió a los alemanes, muchos suabos rumanos participaron en la persecución de los judíos y en la invasión de la Unión Soviética. Sólo algunos pocos se opusieron a Hitler. Y fueron fusilados. Pero de pronto, cambió la balanza de la guerra y justo un año antes de su final, en 1944, Rumania se cambió de bando. Los suabos, orgullosos de su ascendencia alemana, pasaron de la noche a la mañana a ser vistos como siniestros enemigos y muchos de ellos acabaron en campos de concentración en la Unión Soviética en los tiempos de la posguerra. La madre de Herta Müller fue uno de ellos. Pasó cinco años en un campo de concentración en Ucrania, y sobrevivió milagrosamente. Cuando Müller tenía apenas 12 años, uno de los dictadores más brutales de la Europa del Este de la posguerra asumió el poder: Nicolás Ceausescu. Müller creció en esa Rumania triste y sin libertades en la que el puño del absolutismo se cerraba sobre los suabos cada día más.

Müller fue a la universidad, donde estudió lengua alemana, y uno de sus primeros trabajos fue como traductora en una fábrica de carros. Muchísimos suabos abandonaron Rumania en esa época, a pesar de que debían pagar sumas astronómicas por tener derecho a una “visa de emigración permanente”. Los años 80 comenzaban ya a anunciar la terrible crisis de los Estados comunistas, y crecían los rumores de que el dictador tenía un proyecto secreto de destrucción total de los pueblos y las ciudades de esa incómoda minoría étnica alemana. Más de 200 mil 000 huyeron durante esa década. Mientras tanto, Müller trabajaba en la fábrica y escribía. Pero un incidente cambiaría el rumbo de su vida. La KGB rumana, la igualmente temida Securitate, intentó atraerla, como lo hacía con todos los escritores e intelectuales. Y Müller dijo no. “En la Rumania comunista, la policía política, La Securitate, chantajeaba a toda persona que quisiera afirmarse a sí misma,y en la mayoría de los casos, la cuota que tenías que pagar era la de convertirte en informante”, dice Maria Sipos, la embajadora de Rumania en Colombia, gran lectora de Herta Müller y amiga de grandes escritores rumanos disidentes como Paul Goma, exiliado en París.

En 1989, con la caída de Ceausescu, Müller, junto con su marido, logró emigrar a Alemania. “De hecho, Müller sólo publicó un libro en Rumania antes de irse -dice Sipos-. Pero sin duda, el premio lo hemos recibido con gran alegría porque Müller es rumana, aunque escriba en alemán”. Pero 20 años en Alemania no han logrado borrar el peso del pasado para Herta Müller. Toda su obra gira en torno a Rumania. Ella misma ha dicho: “La experiencia más poderosa de mi vida fue la de crecer bajo el régimen dictatorial. Y vivir en Alemania, a cientos de kilómetros de allí, no borra esa experiencia”.

Su necesidad de escribir también provino de una vida bajo la dictadura: “Yo he tenido que aprender a vivir por medio de la escritura, y no al revés. Yo quería vivir según los parámetros que soñaba, así de simple. Y escribir fue una manera de dar forma a aquello que no podía vivir”.

Müller ha publicado más de 20 libros. Es poeta y ensayista, cuentista y novelista. En sus libros de cuentos se concentra el extraño poder de su escritura. Sus cuentos suelen ser muy breves y profundamente perturbadores. Casi se podría decir que son surrealistas pesadillas en miniatura. El horror de un campesinado endogámico, áspero y pobre; de una vida dura, reflejada en la brutalidad de la guerra, donde sus protagonistas son victimarios. Y así mismo, la mirada de la infancia, en choque constante y doloroso con un mundo adulto ignorante y cruel. Müller es también novelista. Como casi todas sus novelas, “El zorro era el cazador” transcurre en la Rumania de Ceausescu. A través de la amistad de dos mujeres, Adina, una maestra, y Clara, una ingeniera que trabaja en una fábrica, Müller logra transmitir el miedo todopoderoso y la amenaza constante de la vida bajo la dictadura. Hay en esta novela imágenes tremendas de humillación y desesperanza y a lo largo de ella, la amistad entre las dos mujeres se va degradando melancólicamente, cuando una se enamora de un oficial del Servicio Secreto. En ella, Muller quiere recordar a sus lectores que las vidas privadas no escapan a las historias políticas de las naciones. Y eso no está de más recordarlo ahora y aquí.

Su última novela, publicada este año, vuelve al tema de La persecución por parte de ese la Securitate. Sipos agrega que “la memoria interior funciona como un incentivo, y es ella la que se refleja en la literatura. Al premiar a Herta Müller, se premia también la memoria del inmenso sufrimiento del pueblo rumano bajo el yugo del comunismo. Todo el país lo celebra, sus amigos, los críticos y los habitantes de la ciudad donde se educó y vivió antes de irse, Timisoara”.

La Academia ha premiado a una escritora de altísima factura literaria. Poco importan los escándalos sobre si el premio se filtró a la prensa sueca días antes, o las declaraciones ambiguas de Günter Grass, quien ha afirmado que si bien se alegra, habría preferido a Amos Oz. Tampoco es relevante el debate sobre si el premio es muy europeo, porque en las últimas décadas ha premiado a escritores de todos los continentes. Un premio que abra las puertas a más traducciones al español de escrituras auténticamente literarias, no comerciales, es algo que, en un mercado cada vez más banalizado, todos los lectores tienen que celebrar. Y así mismo, cada nombre de un Premio Nobel desconocido, que pertenece a una lengua y a un país que aquí se considera remoto, constituye una oportunidad más para recordar que los latinoamericanos forman parte de esa lejanía y que, por lo tanto, deberían transitar esos puentes que les tiende el azar y buscar hermandades más universales. ©PUBLICACIONES SEMANA

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