Pasión en Mi bemol

Actualizado
  • 22/05/2011 02:00
Creado
  • 22/05/2011 02:00
S mall. Pequeño. La traducción del apellido no corresponde a la dimensión de quien lo ostenta. Carmen de Guadalupe Small es una mujer gr...

S mall. Pequeño. La traducción del apellido no corresponde a la dimensión de quien lo ostenta. Carmen de Guadalupe Small es una mujer grande. Inmensa en su pasión por la música, en su pasión por Clarinon, en su pasión por Mozart y en su pasión por quien despertó en ella un amor a primera vista: el clarinete, para ser más precisos el clarinete Mi bemol, su instrumento favorito.

Encontramos a la profesora Carmen en el simbólico edificio de la ex estación del ferrocarril, el que hasta hace algunos años albergó al Museo del Hombre Panameño o Museo Antropológico Reina Torres de Araúz, en la populosa Plaza 5 de Mayo, instalaciones donde hoy funcionan algunas reparticiones del Instituto Nacional de Cultura (INAC). La entrevista no pudo ser en el Conservatorio Nacional de Música en Albrook, donde es enseña, porque se dañaron los aires acondicionados y estos calurosos y húmedos días de mayo hacen imposible una reunión agradable en un lugar cerrado.

El salón donde nos reunimos está fresco, alguna mano caritativa encendió el aire acondicionado previamente. Afuera la ciudad bulle como de costumbre en un día de semana. Los diablos rojos transitan por las calles circundantes en medio del ensordecedor rugido de sus grandes motores, mientras los gritos de los pavos compiten con los bocinazos que con razón o sin ella no paran de sonar. El despiadado sol de la 1 y 30 de la tarde humedece los rostros y las espaldas de los transeúntes que desesperadamente buscan el cobijo de alguna sombra amiga.

EL PRINCIPIO DEL AMOR

La profesora Carmen ha llegado antes de las 2 a pesar de que recién a partir de las 2:30 empieza su jornada diaria de trabajo. Delgada, de pelo entrecano que contrasta con su mirada juvenil y una manera fresca de hablar, empieza a armar el clarinete ni bien entramos al salón, casi sin darle tiempo de hacer lo mismo con su cámara a Luis, el reportero gráfico. ‘Empecé a estudiar música en el Instituto Nacional de Música, como se llama realmente el conservatorio, en 1970’ empieza a referir cuando le preguntamos desde cuando es clarinetista. Enseguida empieza una rápida y didáctica explicación sobre estos instrumentos de viento-madera que se dividen en cinco partes ensamblables: campana, cuerpo (inferior y superior), barrilete, boquilla (y tapaboquilla), caña y abrazadera.

‘Siempre quise ser música’, recuerda la profesora. ‘Mi padre no estaba de acuerdo pero mi madre que quería que nos dediquemos a las artes me puso a estudiar ballet, pero no me gustaba’, dice mientras va montando las partes de las que consta un clarinete en Si bemol que es el que ha llevado a la entrevista y que utiliza para estudiar y enseñar. ‘Iba a traer el otro, pero le tengo miedo al área’, agrega como de paso, refiriéndose tanto al instrumento como a la zona hoy peligrosa, especialmente al atard ecer que es cuando regresa a casa.

Pero lo peor fue que, cuando a fuerza de insistir, logró llegar al conservatorio para inscribirse como alumna de música le dijeron que estaba muy vieja – tenía apenas 14 años –. Pero entonces, su madre y Elena, una tía de cariño, lograron que fuese aceptada inscribiéndola con la partida de nacimiento de su hermana menor con la que comparte el primer nombre: Carmen y por supuesto los apellidos. Sus únicos ahorros de 50 dólares se los entregó a la tía Elena quien se encargó de adquirir su primer clarinete en Europa. Y finalmente en el tercer bimestre empezó a tomar clases de este instrumento como alumna del profesor argentino José Digerónimo, quien fuera segundo clarinete de la Orquesta Sinfónica Nacional por muchos años.

Después viajó a la Universidad Federal de Bahía en Brasil donde estudió clarinete con el profesor alemán Klaus Haefele, convirtiéndose en la primera mujer clarinetista profesional en Panamá. A su retorno al istmo se graduó como profesora de segunda enseñanza con especialización en clarinete y terminó la maestría en Docencia Universitaria. Perteneció a la Banda Republicana y se ha dedicado a la música de cámara. Ya establecida en Panamá y canalizando ese entusiasmo por la música, formó junto a otros amigos y colegas la Asociación Grupo de Música de Cámara Clarinon, de la cual es también directora y a través del que intenta difundir la música de cámara y ponerla al alcance de quienes no pueden asistir a un concierto formal.

Clarinon, que cumplió 30 años el pasado 16 de mayo y dado conciertos en México, Costa Rica, Estados Unidos, Venezuela, Nicaragua, Grecia y Puerto Rico, es una agrupación formada por cinco clarinetes, un violín y una voz. La agrupación realiza varios conciertos por año en los que ofrece música clásica, latinoamericana y panameña. Junto a Carmen que es la encargada de adaptar las piezas originales para el grupo, Matías Padilla, clarinete bajo; Benedicta Jiménez, cantante y clarinete; Isis Tejada, clarinete; Ariadna Nuñez, violín y viola y Liliana Valdés, clarinete, forman el sexteto.

Este año la temporada de conciertos de Clarinon empezó la semana pasada y seguirá hasta el 23 de diciembre. La mayoría se realiza en la iglesia Espíritu Santo de la 24 de Diciembre y la Parroquia Nuestra Señora del Carmen en Juan Díaz. El 2 de junio, en un concierto fuera de temporada, se presentará en el Ateneo de la Ciudad del Saber en el Festival Alfredo Saint Malo.

VIVIR DE LA MÚSICA

Pero ninguno de ellos - los de Clarinon -, al igual que ningún otro músico en Panamá puede vivir de esta actividad. ‘Todo músico empieza por elegir el instrumento que quiere tocar y no visualiza de qué va a vivir’, asegura Carmen, resumiendo con esa frase una realidad común a este grupo de profesionales. En Panamá solo dos clarinetistas – integrantes de la Orquesta Sinfónica – reciben un salario por tocar el clarinete. El resto, entre los que pertenecen a la banda del Cuerpo de Bomberos, la Republicana, la Municipal y la de la policía ejercen otras funciones para acceder a recursos económicos que les permitan sobrevivir, a ellos y a sus familias.

‘Por eso tenemos que enseñar’, afirma la profesora. ‘Aunque para mí esto de enseñar tiene que ver con una manda’, cuenta. Y de la mano de sus recuerdos encontramos a una Carmen niña delicada, que enfermó gravemente de hepatitis, escarlatina y septicemia. ‘Yo era muy creyente y le pedí a Dios que me sanara y a cambio prometí que iba a ser música y a enseñar lo que aprendiera y me salvé’, relata. Y cumplir con esta manda le ha valido un gran número de reconocimientos ‘a su labor de formación y su aporte a la cultura’ en Panamá.

Afuera sigue haciendo calor, más que cuando llegamos, adentro se queda la profesora Carmen sumida en sus recuerdos y su música.

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