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- 29/11/2020 00:00

La más reciente obra de mi escritora favorita, Isabel Allende, Mujeres del alma mía, cuyo subtítulo es “Sobre el amor impaciente, la vida larga y las brujas buenas”, resulta ser un canto al feminismo y una crítica al patriarcado, cuyo fin pareciera que no llega nunca. Es un libro corto, casi autobiográfico, de lectura obligada para todas las mujeres (y hombres) que creen en la libertad, la sororidad (solidaridad en el caso de los hombres) y el respeto y la justicia, valores que a veces nos parece que van camino a la extinción, hasta que aparece en nuestro camino un libro como este y nos renueva la esperanza, siempre latente.
Isabel nos cuenta que fue feminista desde el kíndergarten, antes de que el concepto se conociera en su familia. Su madre fue abandonada en el Perú con “dos niños en pañales y un recién nacido en los brazos”. La familia se refugió en casa de los abuelos en Chile, donde Isabel pasó sus primeros años, en una casona señorial que describe como desordenada y llena de empleadas domésticas, niños, perros y gatos. Su enojo contra el machismo comenzó al ver a las mujeres de la época como víctimas subordinadas, sin recursos, sin voz y dominadas por las convenciones; situación que cambió para ella, porque pertenece a la generación del feminismo, con oportunidades que la generación anterior no tuvo.
En Chile, como en Panamá, y la mayoría de los países de nuestra región, el pilar de la familia y la comunidad es la mujer. Los padres van y vienen, sin acordarse más de los hijos. Las mujeres se hacen cargo de los propios y de los ajenos cuando es necesario: son fuertes y organizadas. Sin embargo, todavía hay diputados, curas y gobernantes que se creen con derecho a decidir sobre el cuerpo de la mujer, a negarle el derecho a la salud sexual y reproductiva, a prohibirle los anticonceptivos y el aborto hasta en situaciones extremas. Los hombres controlan el poder político y económico, proclaman las leyes y las aplican a su antojo y en caso de que eso no sea suficiente, interviene la Iglesia con su consuetudinario sello patriarcal. Recuerdo que, con su característico sentido del humor, en un discurso que dio hace unos años Isabel Allende describió a los curas conservadores como “ancianos seniles que nunca han mantenido una familia y, además, usan polleras para trabajar, afirmando que no deberían tener derecho a opinar.

Las mujeres del alma son su madre, su hija Paula, que murió y su editora y mejor amiga, de Barcelona, Carmen Balcells, también difunta, pero la autora nos habla de las mujeres todas, que somos vulnerables mientras estamos solas, pero que florecemos si estamos juntas. Necesitamos estar conectadas y desde el comienzo de los tiempos nos hemos juntado. Ante una amenaza, la reacción masculina es huir o luchar (adrenalina y testosterona); mientras que la femenina es formar un círculo y poner a las crías en el centro (oxitocina y estrógeno).
A pesar de que las mujeres hemos tenido que actuar como damas, pensar como hombres, vernos bellas, trabajar como un caballo, aprender las tácticas masculinas y competir para lograr la emancipación y seguir luchando contra el patriarcado, este sigue siendo el sistema operante de opresión, que exige obediencia y castiga a quien se atreva a desafiarlo. El feminismo suele asustar, porque parece muy radical o se interpreta como odio al hombre, pero Isabel lo define como una postura filosófica y una sublevación contra la autoridad del hombre, una forma de entender las relaciones humanas y apostar por la justicia, “luchar por todos los oprimidos por el sistema”. Se puede ser feminista y ser femenina (que en el idioma patriarcal quiere decir actuar como una dama y verse bella, sin dejar de trabajar como un caballo).
Los hombres son los que determinan la tradición, la costumbre y la cultura (lo que muchos denominan “la moral”, que es una palabra que prefiero no usar). Y menos “la moral cristiana”, ya que hay muchas morales. Las mujeres somos las que sufrimos el impacto del tráfico humano, la guerra, la pobreza y el abuso contra los derechos humanos. Nos llaman radicales, porque como dice Isabel, no hay feminismo sin bulla. Hay que hacer bulla para cuestionar conceptos sagrados que no tienen sentido. Por eso Isabel ha formado su grupo: las Hermanas del Perpetuo Desorden, un círculo de amigas que forman un grupo de oración, que de rezos, nada. Me recuerda el grupo al que pertenezco, que se llama “Las brujas”. Pero ser bruja no es nada fácil, hay que tener estilo, talento, glamur y personalidad e Isabel lo tiene todo.