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Alexandra Schjelderup: La riqueza de este país ha dependido de los aportes de la diversidad cultural
- 30/07/2019 02:00
- 30/07/2019 02:00
Para Alexandra Schjelderup (Alemania, 1964) hay un mundo que está vibrando allá afuera, lejos de las paredes y de las luces artificiales. Quizá por eso ha querido charlar bajo la sombra de un árbol en el Parque Urracá. Evoca, con voz pausada como si estuviera leyendo un cuento, que de niña soñaba con ser arqueóloga o veterinaria, pero la vida torció su anhelo y despertó su interés por lo único que ‘nos hace libres: la cultura'. Lleva su cabello despeinado, un look que sabe cómo manejar y rezuma un aire auténtico que asoma en su sonrisa. Tener como madre a una argentina, como padre a un noruego y como esposo a un colombiano, bien podría suponer que Alexandra ha sido fogueada por múltiples tradiciones. Y así es; sin embargo, es un puñado de vivencias cultivadas por sus viajes, estudios y el roce con seres especiales que la hicieron mirar la vida a través de la expresión y la creación. Alexandra es graduada de la universidad de La Sorbona (Francia), es gestora cultural y especialista en formación de públicos en el cine. A través de su fundación, EnRedArte Panamá, ha promovido encuentros como La Fiesta de la Música, Caminos de Maíz y otras actividades destinadas a promover la democratización de la cultura. Fue directora de Cultura y Educación de la Alcaldía de Panamá en la pasada administración. Ahora está dispuesta a enfrentar un nuevo desafío y es que formará parte del equipo del nuevo Ministerio de Cultura, presidido por Carlos Aguilar. ‘Estamos muy ilusionados. Estamos palpando un esfuerzo de años', dice. Entre sus expectativas pretende acercar la cultura y la educación a los sectores más vulnerables y mejorar el país a través de estos bastiones. La alemana, que llegó a Panamá a sus cuatro años de edad, será una defensora ‘tenaz' del arte, la música, el cine… hasta los últimos días de su vida.
¿Cómo nace su compromiso con la cultura?
Trabajé en Francia en el sector audiovisual. Cuando regresé a Panamá, después de haberme ido a estudiar en 1998, inauguré, con mi mamá , Aleph Café, una crepería - centro cultural. Después de quince años de vivir afuera me dediqué en ese bar a buscar a los boleristas, a los calypsonians, a encontrar cuál era el Buena Vista Social Club panameño, quiénes eran los cuentacuentos, quiénes eran los trovadores... para así tener una propuesta muy universal y, a la vez, muy local.
¿Qué descubrió en ese bar? Imagino que era un espacio libre de banalidades y con sobredosis de tertulias culturales…
(sonríe) Allí logré cuestionarme sobre las condiciones sistémicas en las cuales uno ejerce el tema de la cultura hoy día, es decir me pregunté: por qué era tan difícil llevar a cabo una labor cultural, por qué era tan difícil la vida de los gestores, de los artistas... En ese quehacer, trabajé en un canal de televisión, con Carlos Aguilar, empezamos a trabajar la idea de la necesidad de tener una institucionalidad que se adaptara a lo que la cultura puede hacer para resolver los problemas del país. La cultura está ligada al desarrollo de todo. Tanto resuelve temas económicos, como resuelve el bienestar general, la calidad de vida, la compenetración con las personas. Nuestra capacidad de convivir. La cultura nos hace libres y nos permite construir sentido.
¿Qué es la cultura para Alexandra?
Es la misma definición de cultura que da la Unesco, es todo lo que somos, lo que practicamos. Toda la capacidad de los seres humanos de crear símbolos, es decir, un símbolo es algo que tú puedes descifrar. La cultura implica esas cosas descifrables colectivamente, eso que comienza en las artes pero también incluye nuestra forma de comunicarnos, nuestra forma de comer, nuestra memoria.
¿Por qué importa tan poco la cultura a los político?
No creo eso, pienso que muchas veces el sector cultural no ha logrado hablar oportunamente con los políticos. Muchas veces los artistas se acercan a los políticos desde su problema más inmediato, que es desarrollar su proyecto cultural. Lo que se ha logrado es que se entiendan de una forma un poco más sistémica las posibilidades que tiene la cultura con los Objetivos de Desarrollo Sostenible, como con los temas de los derechos culturales… temas que están en la palestra de cultura para resolver los problemas del país. Ahí te das cuenta de que sí les importa.
Pero apenas ahora es que el Instituto Nacional de Cultura pasa a ser un ministerio... ¿qué se ha hecho mal?
Tuve la ocasión de ir a un conversatorio de un grupo de artistas, y una cantante denunció por qué los políticos siempre llamaban a los artistas a cantar en sus campañas y luego se olvidaban de ellos, sin recordar que los artistas tenían cuentas por pagar. Y es ahí cuando el abordaje es incorrecto, porque al final se hace desde el miserabilismo. Sin embargo, un grupo de gente ha estado luchando por este ministerio desde hace muchos años, y le dicen a los políticos: ‘nosotros les podemos ayudar a arreglar el país'. Ahí es que está el discurso y ahí es que está la clave de lo que debe ser, hoy día, una nueva institucionalidad. Un grupo que puede conversar con seguridad, con salud, con educación, desde las artes y todas las comunidades de la cultura.
¿Cómo vislumbra los cambios?
Voy a entrar al INAC para apoyar en ese proceso, pero de verdad estoy ilusionada. Tengo mucha fe en la persona que lo está dirigiendo.
¿Hay muchas tareas pendientes en la lista?
Hace falta terminar de abrir el Teatro Nacional, pero hace falta más teatros. Hace falta crear condiciones para que todo el mundo tenga acceso y no solamente la capital, necesitamos que exista una democratización de la cultura desde esa mirada: que por un lado implica reconocer la memoria y la cultura local, pero también abrir las puertas al mundo. La cultura nunca puede estar cerrada.
Y durante toda su defensa por la cultura panameña, ¿cuál considera que ha sido su aporte más significativo?
La tenacidad para defenderla. Soy bastante terca. He tenido personas que me han acompañado toda la distancia. El Ministerio de Cultura ha sido el esfuerzo de muchas personas, de muchas cabezas pensando en ese proyecto. Como Carlos Aguilar y Anel Omar Rodríguez. El ministerio es un gran logro y una gran fuente de esperanza.
Si fuese su decisión, ¿a quién nombraría ministro de cultura?
¡Carlos Aguilar, por supuesto! Es un hombre que sabe inspirar. Es un tipo que le mete mucho entusiasmo a las cosas y anda por la vida con un cronómetro al lado, midiendo el tiempo. ‘Tenemos que movernos', dice. Ha llevado un gran equipo con él, y que no se oiga como falta de modestia. Todos son superpoderosos en sus distintas áreas y todos están muy ilusionados por esa posibilidad.
En una biblioteca en Cataluña, vetaron los libros ‘La Caperucita Roja' y ‘La Bella Durmiente' porque los consideran sexistas y discriminatorios, ¿qué opinión le merece esta decisión?
La esencia intrínseca de la cultura es que es cambiante, lo que era un valor en la década de los 50, no es un valor hoy día. La gente ve Casa Blanca con los ojos de hoy y les parecerá que es sexista, machista... porque nuestros valores son cambiantes. Hay que tener mucho cuidado cuando hablas de valores, porque se van adaptando a nuevas realidades.
Hablando de nuevas realidades, ¿cuál es su posición sobre la propuesta migratoria de Zulay Rodríguez?
‘La esencia intrínseca de la cultura es que es cambiante, lo que era un valor en la década de los 50, ahora no lo es'
Los panameños somos como cuando un papá entra a la casa y encuentra a la hija adolescente en el sofá con el novio teniendo relaciones, y el padre lo que decide es vender el sofá y así se soluciona el problema. Nosotros no estamos mirando bien qué hemos hecho mal ni qué tendríamos que haber mejorado dentro de nuestro sistema educativo. No nos hemos dado cuenta cómo nosotros mismos estamos generando nuestras desigualdades, el atajo nefasto es echarle la culpa a los extranjeros. Si nosotros no tuvimos una buena política migratoria, que pienso que sí hay que regularla, no puedes echarle la culpa a los que ya están aquí a causa de la política que tú no regulaste. Lo más sencillo es coger un atajo y ese atajo siempre es la parte más delgada de la cadena, y ahora son los extranjeros.
¿Cómo mermaríamos la reacciones negativas?
Lo primero que hay que hacer es derribar esa idea de lo de afuera y de lo adentro. Todos aquí somos migrantes. En algún tipo: primera generación, segunda, tercera... Lo que hay que hacer es ajustar las políticas migratorias y estar claro de que la riqueza de este país ha dependido de los aportes de la diversidad cultural que lo constituye. Aquí todos vamos a comer desayuno chino los domingos, vamos a la vereda afroantillana, tenemos una gestualidad africana y nosotros somos indígenas. Lo que nosotros tenemos que hacer es rendirle homenaje a esa riqueza que nos da nuestra diversidad, y que, lamentablemente, se ha simplificado en un discurso que blanquea, en un discurso que divide y que hace que la gente quiera hacer lo que no es.
Está lloviznando... y su cita es en cinco minutos... tres preguntas cortas. La primera: ¿Qué le permite tomarse una pausa?
Ver algunas series de Netflix. Es para mi casette .
¿Qué le trastoca?
Cuando las cosas no se mueven. Cuando uno está metido en el fango y no avanza. También la burocracia me saca de los cabales.
Imaginemos que hoy ya no está… ¿cómo le recordarán?
Como esa persona que hizo cosas que le apasionaban, y en este caso, mi vinculación con la cultura.