Cavilaciones entre un poeta y un metafísico

  • 01/02/2015 01:00
Perderme en pensamientos con mi primo me brinda una verdadera sensación de paz.

Mi primo el metafísico, ingeniero, filósofo, misógino y buen padre (tiene una niña y la ama como a ninguna mujer), estuvo de visita en Panamá los primeros días del año. Vive en algún país de Sudamérica, no sé si Brasil, Uruguay o Bolivia. Por allá está porque por allá tuvo a su hija con una mujer de la que se divorció antes de que la bebé cumpliera el año. Conversamos y tomamos cerveza. Recuerdo poco de las conversaciones, pero me quedó la sensación de un camino perdido.

Al contrario de lo que se podría esperar, extraviarme en pensamientos con mi primo me da eso, paz. Ni más ni menos. Creo que hablamos de aquello de que ‘nada comienza a existir’. Le dije a mi primo que era un excelente tema para poetizarlo. Le dije, para cambiar el tema, que pensaba que hay que ver los grises todo el tiempo, concentrarse en los detalles. No ver un puño, sino los nudillos, los dedos doblados, las uñas, los pliegues de la piel. No ver la barba, sino cada pelo que la compone. No ver un rostro, sino el ojo, la nariz, la boca, cada uno por separado. Es un ejercicio muy bueno. Pero me he dado cuenta, le recalqué, de que también es agotador.

Agota pensar todo el tiempo así. A veces quiero solo ver una botella de cerveza frente a mí. Es decir, quiero dejar al cerebro hacer aquello para lo que está diseñado; agrupar, resumir, percibir, relacionar imagen-palabra, y listo. Pero no, me pongo a desmembrar la botella, a ver más allá, y a veces logro (llego a) sucesos interesantes. Pero es un esfuerzo. Claro, con práctica todo se logra. Pero imagina, le dije ya un poco picado (iban cinco cervezas) que luego te conviertas en un experto del desmembramiento mental y conceptual, en ver el mundo ‘como es’, como ahora piensas que es: debe ser terrible. Porque detrás del rechazo a la manera natural en que el cerebro percibe la ‘realidad’ con relación al lenguaje, está la convicción de que el cerebro nos engaña, lo cual nos hace concluir que si hago el esfuerzo de descubrir esa otra ‘realidad’ que al cerebro se le oculta voy a encontrar algún otro tipo de ‘verdad’.

El mundo anterior —como lo veías antes—, el que percibe todo el resto de los mortales que no tienen tiempo para esta mierda (porque tienen una vida que vivir y morir y sobre todo cuentas que pagar e hijos que mantener), queda atrás, y sientes que tú sí (los otros, imbéciles, no) lo ves desnudo y tal cual, pero, seguro estoy, que no se ha hecho más que caer en otro ámbito del engaño.

Me tomo otro trago y digo: Quiero que me enseñes física. Mi rechazo a la física viene del hecho de que espero que sea concreta, tangible, real; porque representa lo contrario a mi mundo de metáforas y abstracción. Pero no, tengo que aceptar que la física es lo mismo, metáfora, abstracción, mentira, o ¿me equivoco? Te equivocas en todo, pero me gusta escucharte hablar en código poético, me dice mi primo, tómate la última que ya nos vamos... Su labios se arquean hacia arriba, mostrándome los dientes y haciendo que las arrugas de la comisuras de sus labios y de las esquinas exteriores de sus ojos se acentúen; es decir, se sonríe, yo diría, con los ojos.

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