Telas ricas hispanoamericanas: botín de piratas

  • 01/12/2020 00:00
La reina María Luisa de Parma fue retratada por Goya en un lienzo que se conserva en el Museo del Prado. Sus prendas fueron teñidas con colorantes novohispanos en sederías de Valencia.

La reina María Luisa de Parma fue retratada por Goya en un lienzo que se conserva en el Museo del Prado. Sus prendas fueron teñidas con colorantes novohispanos en sederías de Valencia.

En febrero de 2019 el historiador mexicano J.M. Corrales presentó “Hilos virreinales”, fruto de 19 años de investigación, donde aborda un acápite poco estudiado de la vida cotidiana de hace 300 años: la elaboración de telas artísticas, los instrumentos, los tintes y colorantes, las materias primas, así como las rutas comerciales que seguían esas telas –productos manufacturados desde y para un mundo novohispano– entre los s. XVI al XVIII para el vestir, para el adorno de muros, cortinajes y carruajes, y para tapizar los muebles de los pobladores de la América española. Corrales aporta datos sobre la “latinoamericanización” de los telares europeos producto del sincretismo cultural con las sociedades prehispánicas. Surgen así tres tipos, los telares de cintura, los horizontales y los verticales.

A la actividad del telar se suma el arte del bordado con primorosas creaciones tanto para trajes femeninos como masculinos. El historiador J. Pérez Morera (2019) tiene un trabajo sobre ello y la influencia de Italia, Francia y España, así como sobre la presencia de tejido brocado en seda, al que incluso se llega a confundir con el bordado. Sin embargo, la adaptación de los telares europeos a Hispanoamérica estuvo acompañada de cambios en los gustos de sus habitantes. Al inicio, los territorios virreinales preferían géneros españoles provenientes de Toledo, Sevilla y Granada (s.XVI) para mudar hacia lo producido en Génova y Milán (s.XVII) y terminar prefiriendo las sederías de Lyon y Valencia (s.XVIII). El lucimiento de las prendas confeccionadas con tales tejidos por parte de los grupos privilegiados de la organización virreinal fue una de las formas más evidentes de diferenciación y distinción social. Muchas de estas manufacturas alcanzaron un prestigio extraordinario como piezas ornamentales de la liturgia eucarística que se debió, en parte, a la reproducción de los patrones de las fábricas toledanas de la de los Medrano y la de los Molero (1721). Las sederías hispanomusulmanas de Granada y Sevilla también contribuyeron a la gestación de un estilo decorativo propio del Nuevo Mundo, los “damasco” se caracterizaron por sus hilos de brillos metálicos “bien cuajados de oro” que obligaba a instalar telares especiales y a emplear casi exclusivamente hilos de oro y plata, de ahí el calificativo de “tela rica” con el que se le registraba para su venta. “Telas ricas” codiciadas también por los piratas que las consideraban un valioso botín.

Las reformas borbónicas del último tercio del s.XVIII pretendieron elevar la producción de Valencia para responder a la creciente demanda de productos del mercado hispanoamericano. Para evitar las exportaciones clandestinas la corona quiso imponer en 1786 un nuevo sello con el fin de distinguir los géneros nacionales de los productos franceses, pero la marca fue falsificada (Rodríguez G. citado por Pérez Morera, 2002) y nació la oportunidad para Nueva España (México) para surtir a los territorios aledaños de encajes, galones, franjas, puntas y flecos hechos allí.

Las sederías de Génova y Milán se hicieron presentes en el comercio de la Metrópoli con sus posesiones americanas desde un temprano 1605, particularmente con sus terciopelos en los virreinatos de México y Perú; para llegar a este último, las telas necesariamente debieron pasar por Panamá. Desde 1713 se registran los primeros esfuerzos por producir terciopelo hispanoamericano. Sin embargo, desde 1750 es claro que las sederías de Lyon copan el mercado virreinal. El contrabando, el comercio clandestino, las falsificaciones y la guerra de España contra Inglaterra de la segunda mitad del setecientos continuaron abriendo oportunidades a las manufacturas del Nuevo Mundo que, en varios lugares, se especializaron en copiar los gustos neoclásicos de las confecciones y telas francesas.

La ruta comercial usual hasta la primera década del s.XIX era desde Sevilla o Cádiz pasando por las islas Canarias, Cuba, Puerto Rico o Panamá (V. Conesa, citado por Pérez Morera, 2002) y desde el istmo hacia el Perú y los territorios del Pacífico.

Una década antes de la secuencia de independencias políticas de las naciones latinoamericanas, los atuendos virreinales presentan un enfoque novohispano. El historiador estadounidense Middleton (2015) sostiene que “la moda no la dictaba la élite, sino la población mestiza; esta transformó los vestidos españoles de dos piezas en prendas típicamente americanas, con cuerpos lisos (blusas) y faldas estampadas, como se aprecia en los biombos y cuadros de castas de la época. Las faldas estampadas no se conocían en Europa, pero fueron muy populares [en la América española] en el siglo XVIII en adelante y las portaban las mujeres de todas las clases”. Lo nacional –que reflejaba una idiosincrasia propia– se había impuesto en cada país.

Embajador del Perú en Panamá
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