La tradición del 8 de noviembre de 1821

Actualizado
  • 08/11/2020 00:00
Creado
  • 08/11/2020 00:00
Es este el relato de los acontecimientos realizados en Las Tablas en aquella memorable oportunidad del 8 de noviembre de 1821. Son relatos de tipo oral que han dado origen desde tiempos muy lejanos a lo que se ha llamado La tradición del 8 de noviembre
La tradición del 8 de noviembre de 1821
Introducción

Los detalles y los pormenores de la tradición del Primer Grito de Independencia del 8 de noviembre de 1821 de Las Tablas, tienden a perderse en la obscuridad del tiempo porque no han sido escritos de manera formal. Difícilmente se pueden conseguir algunos viejos discursos alusivos a esta acción libertadora y uno que otro comentario, la mayoría inéditos, que formularon personas interesadas en dar a conocer su pensamiento y alguna información sobre el particular.

Nos hemos conformado a través de los años con recordar y repetir de manera oral la rancia relación patriótica, escuchándola cada año de los viejos autorizados tableños. Pero ya nos quedan muy contadas personas en Las Tablas que escucharon las narraciones de boca de sus abuelos y bisabuelos o de otros ciudadanos que, aunque no estuvieron temporalmente cerca de los acontecimientos, recibieron las informaciones de manera clara.

Se corre el riesgo de que se olviden ciertos detalles, nombres y acciones interesantes. Peligro mayor es que la imaginación popular invente héroes y desfigure los hechos reales con hazañas y proezas ficticias; imaginaciones e invenciones que tienden a transformar la tradición en una leyenda o simplemente un cuento.

Antes de que esto ocurra, es deber patriótico e histórico escribir el relato de nuestra tradición oral tal y como ha llegado a nuestra generación. Además, es del conocimiento público que la ciencia de la historia no solo permite, sino que aconseja, que se escriban las tradiciones ya como auténtico venero de la patria o ya como fuentes que explicarían acontecimientos que ella misma no tardaría en recoger en su seno.

Para realizar este trabajo me he atenido a dos tipos de fuentes: 1°: La narración oral que aún subsiste; escuchada expresamente de la viva voz de los ciudadanos de mayor edad del “pueblo” y 2°: Algunos documentos escritos como cartas, discursos y narraciones propiamente dichas. La mayoría de estos escritos, muy posteriores a 1821, tienden a conmemorar y a aclarar (aunque sin esa exclusiva intención) la realidad de los hechos que se narran; son copias que se guardan con cariño y respeto en algunos archivos familiares y son concurrentes todos a la explicación, mantenimiento y persistencia de nuestra hermosa tradición. Es lamentable, pues, que por carecer de elementos esenciales e indispensables no puedan estos alcanzar la categoría de documentos históricos; aunque hay que reconocer que han ayudado a mantener la tradición.

La tradición del 8 de noviembre de 1821

No se conocen todavía los documentos originales o copias que fueron firmados por los insurgentes de Las Tablas el 8 de Noviembre de 1821.

Por ahora, y de acuerdo con la intención de estos renglones, me limito a recoger la información que ha llegado a nuestros días y que se “traspasa de boca en boca” sobre aquellos imperecederos incidentes de la rebelión del 8 de noviembre de 1821, para ofrecerla así, sana y exacta, a las juventudes de mi pueblo, en prueba del cariño que le guardo al solar nativo y para que esas juventudes, inspiradas en los ideales de libertad que nuestros antepasados hicieron realidad a la sombra nocturnal del níspero legendario, mantengan vivo el recuerdo y persistentemente hagan real y efectiva la libertad del hombre.

Antecedentes y causas

Bien es sabido que desde que se inició la revolución pro independencia de América, los pueblos del istmo comenzaron a prepararse, por lo menos espiritualmente, para cuando les llegara el momento. Razones había de sobra para que se asentara tal actitud. Sus causas eran generales porque estas tenían características más o menos comunes en todas partes; sin embargo, tales causas se hacían locales o particulares en cada sitio por la intervención de personas conocidas en cada localidad y por la forma como cada localidad realizó sus actividades de resistencia.

La persecución que por cualquier motivo ejercían las fuerzas españolas en cada pueblo en contra de los ciudadanos del lugar, el maltrato de palabra y de hecho, las restricciones para impedir el goce de ciertos derechos y libertades civiles, las exigencias al grado máximo para que se les entregara el dinero efectivo, prendas y otros objetos valiosos, así como el ganado vacuno, caballar y de cerda y, especialmente, las cosechas de la agricultura a dichas fuerzas militares para su propia subsistencia, crearon el antagonismo entre estas y el pueblo. Las madres, las esposas, las hijas mozas y aun los hijos menores eran ultrajados “hasta en lo más sagrado que es su persona”, en muchos casos atados a las colas de las bestias y arrastrados por las calles, caminos y montes, azotados y guindados para que declararan no solo el lugar en donde se escondían sus padres, hermanos mayores y abuelos perseguidos por la gendarmería, sino que debían delatar en dónde tenían guardado su dinero y sus alhajas, para robárselas después del ultraje. Así surgió y se creó una profunda e irreductible tirantez entre las fuerzas reales y los pueblos istmeños, hasta el extremo de que en algunos casos hubo choques armados.

Es bueno recordar aquí que los vecinos de la parroquia de Santa Liberata de Las Tablas eran descendientes directos de padres y madres españoles, quienes habían venido de Andalucía y de Galicia. Santa Liberata era una virgen gallega. Ellos no se mezclaron con los indios porque estos habían huido de los conquistadores; se establecieron allí por razones de orden místico y religioso, por la fertilidad del suelo y por su deseo de vivir libres y en paz. Llevaron pocos negros para sus servicios porque ellos eran agricultores y tenían sus métodos propios para el cultivo de la tierra. Cuando los soldados irrumpían en la plaza, en las calles, en las sementeras, se encontraban con hombres de su propia raza y de igual valor, aunque desarmados.

Cuentan las voces de la tradición que esos choques entre los criollos santeños y los militares se fueron haciendo cada vez más frecuentes y más encendidos. En Las Tablas fue muy comentado y por muy largo tiempo hondamente sentido el caso de la muerte de Eufrasio Rodríguez, esclavo, quien, encontrándose dedicado a cuidar la hacienda de su amo y señor Joaquín de Barahona, tierra adentro, fue sorprendido, robado y asesinado por una compañía de soldados que andaba en busca de provisiones. Otro esclavo que logró escapar sin ser visto dio la noticia a la familia de Barahona. Por no quedar más camino que el de buscar la justicia en manos de las autoridades, Joaquín de Barahona presentó su queja y demandó el abuso ante las autoridades de La Villa de Los Santos y, aunque aparentemente se llenaron las formalidades legales del caso, los militares hicieron uso del poder que les daba su rango para salvar su responsabilidad. Achacaron la muerte de Eufrasio al tigre, fiera que acabó con los cerdos de la hacienda, el ganado y los caballos, según ellos. Joaquín perdió su finca, quedó burlado y el pueblo sufrió con él, en silencio, la incapacidad física de hacerse justicia.

Con la existencia de tanta inseguridad, los dueños de haciendas y sementeras resolvieron unirse para hacerle frente a los abusos. Establecieron por su cuenta “la ronda” de sus propiedades. Pero desde luego, esto produjo choques más frecuentes y de mayores proporciones. Poco antes de 1813, las familias De León, Barahona, de Espino, de la Roca, de García y otras se unieron para defender con energía sus propiedades. En uno de los choques fue muerto un capitán español de apellido De Tejada, que ejercía la jefatura de una patrulla asaltante. Este suceso produjo una extraordinaria reacción de los militares en contra de los civiles criollos. Para conocer de los hechos y vengar la muerte del subalterno capitán De Tejada, se trasladó de La Villa de Los Santos a Las Tablas el capitán de milicia Joaquín de Navarro, jefe de las Fuerzas Militares del Cantón, español déspota, bebedor de aguardiente, arrogante y abusivo. Lo primero que hizo fue ordenar el arresto de los padres, hermanos, abuelos o tíos (no importaba el sexo) de los que se habían enfrentado a la patrulla de De Tejada y le habían dado muerte a este en la acción. De esta manera hizo salir de sus escondites en los bosques a los defensores de la propiedad. Se entregaron, de tregua en tregua, unos veinte jóvenes, quienes fueron trasladados en prisión a La Villa y poco tiempo después, decapitados, sin proceso ni procedimiento de ningún género. Sus cabezas, colocadas en el extremo superior de postes de madera, estuvieron a la vista del pueblo tanto en La Villa como en Las Tablas por varios días para que sirvieran macabramente de escarmiento.

El pueblo lloró en silencio la muerte de sus jóvenes hijos. Este acto profundizó de manera insalvable y para siempre las diferencias entre los criollos tableños y los militares españoles.

En pos de encontrarle arreglo a tan desesperada situación, viajó a España en 1813 el entonces teniente de Caballería Pedro Damián Pérez, natural de Las Tablas, con diploma militar, quien la expuso y planteó ante las Cortes Españolas y pidió y sugirió que se adoptaran otras formas para tratar de gobernar a los istmeños. Sus esfuerzos, sus explicaciones y sus súplicas no alcanzaron resultados satisfactorios. Hay documentos que prueban estas gestiones del teniente Pérez que felizmente concuerdan con la tradición. Es posible que este fracaso lo convenció de que tendría que luchar al lado de sus hermanos para romper las horribles y detestables cadenas de la opresión. Desde entonces sus actos se inclinaron definitivamente hacia la liberación de su gente. A su regreso de España redobló sus conversaciones con los señores Mariano (su compadre) y Blas Arosemena, instigadores secretos desde la capital para que se formasen núcleos simpatizantes de la independencia de todo el istmo.

La “trama insurreccional” se tejía con sumo cuidado. En Natá de los Caballeros, el coronel Francisco Gómez Miró tomó el primer puesto y comenzó con una activa propaganda para explicar los nuevos principios liberales de los derechos del hombre a las personas de su mayor confianza y hasta a sus propios subalternos del cuartel, a quienes invitaba para que cooperaran con la libertad.

En la Heroica Villa de Los Santos se organizó otro grupo secreto compuesto por Segundo de Villarreal, quien lo dirigía, y los Vásquez, Garrido, Mendieta, Iturralde, Rufina Alfaro y otros santeños arrojados. En Las Tablas tomó la dirección del movimiento en forma exageradamente discreta el teniente Pedro Damián Pérez de León, quien recibió la colaboración directa de Pedro Antonio de Barahona, Agustín de Espino, José del Rosario Espino, Simón de Velasco, José Respeto, José de Barahona, Esteban Batista, Gregorio E. Rodríguez, Juan Bendiburg, José Rafael de León, Juan Antonio Castillero y otros más.

En un viaje de exploración, catequización e instrucción que por mar hacían José Manuel Aizpú y el teniente Pérez de León, en octubre de 1821, la nave zozobró a consecuencias de una tempestad y tuvieron que arrojarla a las playas de La Yeguada (hoy La Concepción), distrito de Pocrí, provincia de Los Santos, para salvar sus vidas. De paso por Pocrí trabaron relaciones con los conspiradores Bustamente, Vera, Cuervo, Muñoz y otros ciudadanos principales. Ellos constituyeron el grupo que debía ejecutar el movimiento cuando llegara la hora. Ya el pueblo de Pocrí había dado pruebas de su desagrado y su valor ante los abusos de los “godos”.

De regreso de este viaje a su hogar en Las Tablas, el teniente Pérez formaba ya parte principal del entendimiento secreto que unía a todos los prohombres de cada pueblo para sacudir el yugo español.

La decapitación de los veinte jóvenes no se olvidó jamás en Las Tablas. Tantos años después el ambiente del pueblo, en apariencia tranquilo, guardaba en sus fondos extrañas fuerzas de venganzas reprimidas que explotarían con el menor incidente. Sin armas y sin ejército no era posible hacerle frente a los militares; pero estos sabían perfectamente bien que se les guardaba una disimulada y profunda actitud de reproche y de repulsa. No podían conseguir allí en el pueblo ni alimentos ni servicios personales. Por lo tanto, debían estar en continuo estado de alerta. Y efectivamente, lo estaban.

Tenían indicios de las simpatías revolucionarias del teniente Pérez de León, cuya confianza no compartieron mucho. Por estas dos razones había que mantener en el cuartel de Las Tablas, al frente de las tropas, al capitán de Navarro en forma permanente para contrapesar aquel estado de ánimo del pueblo tableño y controlar el orden público y al propio teniente Pérez de León.

Cuando la ciudadanía se convenció de que el capitán de Navarro, el asesino de los veinte hijos tableños y perseguidor constante del vecindario, permanecería indefinidamente al frente del batallón de la localidad, se prendió la chispa. No era posible admitirlo en el pueblo por más tiempo. Había que buscar una fórmula para salir de él. Era preciso desconocer su mando y desterrarlo del lugar. De la misma manera había que suspender de su cargo también al alcalde Pedro de Barrios, y reemplazarlo por un ciudadano que fuera partidario de las nuevas ideas.

Eran medidas extremas, peligrosas y de urgencia inmediata. Una citación secreta circuló disimuladamente y una idea y un propósito unían a todos los pensamientos y a todos los corazones: La libertad. Ese era el deseo general y la inspiración común. Solo habría que levantar una voz; pero no se podría declarar la independencia porque además de los riesgos y peligros de la lucha para deponer a de Navarro, no había recursos para hacerle frente a los refuerzos de emergencia, terriblemente superiores, que de La Villa vendrían inmediatamente para sofocar cualquier intento y, al final, se produciría una matanza inútil. Pero la hora había llegado. Se presentía el comienzo de una noche triste.

Los hechos

El 7 de noviembre de 1821, día jueves, desde la prima noche comenzaron a llegar los citados a la herrería del colombiano Pedro Restrepo en plan de jarana. Se agregaron numerosos curiosos y amantes de la música, pues se cantaban versos, décimas con el acompañamiento de la mejoranera o el socavón para despistar a los “vigilantes”. Esta herrería de Restrepo estaba localizada en el solar que hoy ocupan las casas de propiedad de la familia Cano-Domínguez, en la actual calle 8 de Noviembre en Las Tablas.

En el interior de la casa del herrero los conjurados discutían qué iban a hacer, cómo lo iban a hacer y cómo se enfrentarían a los militares. A avanzada hora de la noche lograron ponerse de acuerdo para apresar al capitán Joaquín de Navarro, desterrarlo o devolverlo y entregarlo a las autoridades civiles de La Villa de Los Santos, cabecera del cantón y deponer, reteniéndolo en el pueblo, al alcalde Pedro de Barrios.

Se firmó un acuerdo que debía remitirse a las autoridades supremas del Gobierno a la mayor brevedad. Intervinieron y ayudaron a formularlo y firmaron este acuerdo y las respectivas comunicaciones Pedro Antonio de Barahona, Esteban Batista, Simón de Velasco, Agustín de Espino, Sebastián de Urriola, José del Rosario Espino, José Respeto, José Domínguez, José Rafael de León y el teniente Pedro Damián Pérez, el cabecilla.

En las primeras horas de la madrugada se le dio curso al plan. En efecto, el capitán de Navarro fue sorprendido y reducido a prisión por un grupo compuesto por el teniente Pérez, Simón de Velasco, José Rafael de León y otros levantados en el momento en que se debía hacer el “cambio de guardia”. Recuérdese que a pesar de que el capitán de Navarro era el jefe supremo de los militares en el cantón, el teniente Pérez era el jefe permanente del escuadrón residente en Las Tablas; el cuartel era suyo.

Mientras tanto, Esteban Batista, Gregorio E. Rodríguez y otros apresaron en su residencia por sorpresa al alcalde de Barrios, quien no ofreció resistencia. Preso, pues, el capitán de Navarro, y encargado el teniente Pérez de la jefatura del cuartel, y detenido, por otra parte, el alcalde de Barrios, la situación se consideraba controlada por lo pronto.

Tanto de Navarro como de Barrios fueron llevados de inmediato esa misma madrugada ante la presencia de los insurgentes pare que ambos escucharan las disposiciones acordadas. Los deseos de venganza se exteriorizaron muy pronto en algunos individuos, por lo que los directores del movimiento tuvieron que intervenir para que no se maltratara especialmente a de Navarro. El amanecer del 8 de noviembre de 1821 los sorprendió reunidos debajo del corpulento árbol de níspero que había cerca de la herrería. Resuelta satisfactoriamente la primera parte del plan, el pueblo no se contuvo por el entusiasmo delirante que lo dominaba y proclamó de hecho la libertad del yugo español, y en la plenitud de la alegría por sentirse libres de tanta amenaza y enardecidos los ánimos se dispuso que Toto Castillero subiera a la copa del níspero y llamara al resto del pueblo y sus vecindades con los gritos de: Libertad..., Libertad..., Libertad... mientras que los conjurados José Rafael de León, Juan Bendiburg y Gregorio E. Rodríguez “golpeaban de puerta en puerta” para anunciar que se acababa de declarar un “levantamiento” en contra de los militares, que se había declarado la independencia y que desde ese momento la población estaría en estado de guerra al mando del teniente Pedro Damián Pérez.

Efectivamente, todos corrieron al lugar de los hechos y, siguiendo las instrucciones impartidas por los jefes, se dedicaron a prepararse para las futuras contingencias. Como lo primero que debía esperarse era el ataque de fuerzas leales procedentes de La Villa, los insurgentes se dedicaron a preparar trincheras en las entradas del pueblo, en la plaza y en las esquinas de mayor concurrencia. Se designó nuevo alcalde a Pedro Antonio de Barahona y al teniente Pérez se le mantuvo de jefe de las fuerzas y reservas militares, sin papeles ni juramentos.

Durante el 8 de noviembre un crecido número de damas, entre ellas Marcela Pérez, María Antonina, María del Rosario Barahona y María Eugenia de León se dedicaron a alentar a los defensores del pueblo y a colectar fondos y alimentos para la guerra que se avecinaba. Por orden superior se recogieron las pocas armas de fuego que tenían algunos civiles que, junto con las del cuartel, se aprovecharían para la defensa.

Se esperaba, pues, que tan pronto como las autoridades de La Villa fueran informadas de lo ocurrido, los atacarían para reducirlos y salvar el honor del gobierno y la vida de los dos prisioneros.

Como a las 2:00 de la tarde del 8 de noviembre salió de Las Tablas para La Villa de Los Santos, Esteban Batista, correo o posta, con los documentos firmados esa noche, que debía entregar al cura párroco de La Villa, José María Correoso, quien los entregaría a las autoridades. El padre Correoso era muy estimado en Las Tablas, visitaba el lugar con cierta frecuencia y gozaba de mucha confianza allí. Pensaban que ante la gravedad del incidente ocurrido, la intervención del sacerdote amigo les sería útil por su ascendiente ante las autoridades del cantón.

Por otra parte, los descendientes actuales de Esteban Batista refieren y aseguran haber oído a su abuelo, que era hijo de Esteban Batista, que este llevó los documentos a la ciudad de Panamá. Informan que cuando Esteban pasó por La Villa se ocultó en casa de un amigo suyo en las afueras del pueblo y que allí se dio cuenta de que los soldados ejercían una persecución muy activa a toda persona que tuviese simpatías con los movimientos de libertad que se comentaban. Ya en La Villa se sabía lo que había ocurrido en Las Tablas. Para salir de su escondite y proseguir su camino, Esteban Batista tuvo que disfrazarse de arriero y evitar cualquier encuentro con alguna otra persona, pues ya esa noche (del 9 de noviembre) un movimiento público apreciable se advertía en La Villa. Propiamente no sabía él qué ocurría en el pueblo. Para seguir su viaje a Panamá tuvo que abandonar el camino real y evitar así el riesgo de encontrarse con soldados y el registro que hacían a todo caminante. Cruzó montes y cerros, pantanos y ríos, quebradas y riachuelos crecidos con grandes dificultades, pero cuidando seriamente la documentación que llevaba en un motete.

Refieren que a su llegada a la capital y en el instante en que hacía la entrega de los documentos al jefe del gobierno (posiblemente al general José de Fábrega), este era detenido a manera de resguardo por sus subalternos militares porque se acababa de declarar la independencia en dicha ciudad. Era el 28 de noviembre de 1821. Batista no pudo volver a ver al jefe del gobierno por razón de los hechos ocurridos en esos días, y nervioso por los peligros de la situación que vio en Panamá se regresó a Las Tablas por la misma vía terrestre. Así, dichos documentos quedaron, según se informa, en manos del jefe del gobierno del istmo.

Mientras tanto, ¿qué sucedió con de Navarro y el alcalde de Barrios, prisioneros en Las Tablas? De Barrios era casado con una dama de la localidad y por razón de que no se le achacaban a él muchos abusos, se le dejó en libertad posteriormente; él se retiró del pueblo y se estableció en las llamadas que ahora son los corregimientos de El Sesteadero y La Laja. Una comisión especial compuesta por Simón de Velasco, Sebastián de Urriola y otros voluntarios se encargó de trasladar al general de Navarro desde Las Tablas a La Villa, prisionero, al amanecer del día 9 de noviembre. En la noche de ese día 9 y acompañados por una concurrencia numerosa simpatizante de la libertad, lo entregaron al alcalde mayor de La Villa, ante cuya autoridad le hicieron las acusaciones de las tropelías, asesinatos, crímenes y atropellos que este militar venía cometiendo contra los ciudadanos, y expresaron sus deseos, conforme lo firmado y acordado al amanecer del 8, que quedaba totalmente desconocida la autoridad del capitán de Navarro y que habían declarado la independencia del poder español para verse libres de sus persecuciones.

El teniente Pedro Damián Pérez, quien había quedado encargado del mando del cuartel de Las Tablas, logró controlar la situación y el orden público. Algunos incidentes se sucedieron en contra de algunos de los soldados españoles residentes en el cuartel, pero en definitiva, no hubo abusos ni choques de consideración. Valiéndose de una “ronda de vecinos”, especie de guardia civil, impuso el orden e impidió las venganzas y los atropellos. Posteriormente, los soldados tuvieron el derecho de escoger el camino que quisiesen. La mayoría resolvió abandonar el pueblo.

Bicentenario de la independencia de Panamá de España
Para cumplir con la historia

La independencia de Panamá de España (28 de noviembre de 1821), cuyo bicentenario celebraremos el próximo año, involucra los movimientos que se llevaron a cabo en el interior del país, entre ellos el 8 de noviembre en Las Tablas y el 10 de noviembre en Los Santos. A diferencia del de La Villa de Los Santos, cuya acta fue hallada, del movimiento generado en Las Tablas no han sido halladas actas ni documentos que certifiquen que aquel movimiento tuvo lugar, en efecto. El educador, historiador y geógrafo Claudio Vásquez Vásquez, hijo de Santo Domingo de Las Tablas, dedicó tiempo y esfuerzos en esta búsqueda para lo cual viajó a Bogotá y a Perú, lamentablemente sin éxito. Ante este hecho, preparó un documento en donde explica el valor de la tradición y cuáles fueron los hechos que se han podido registrar hasta hoy, por cartas, recuerdos, relatos de los abuelos, etc. “Para cumplir con la historia de mi patria y, especialmente, de mi pueblo (Las Tablas), me he tomado la libertad de escribirla para que no se acaben de perder los últimos datos que se tienen de aquellos acontecimientos”, escribió al final del relato que aquí reproducimos.

Claudio Vásquez Vásquez (1905-1983), educador, historiador y geógrafo 1905-1983 nació en Santo Domingo de Las Tablas, fallece en Penonomé. Egresado del Instituto Nacional de Panamá (1924) de la Universidad de Panamá (1940) maestro de grado y director de escuelas primarias en Las Tablas, Bocas del Toro y Panamá. Subinspector de Educación del Ministerio de Educación en Santiago, provincia de Veraguas, Inspector de Educación en la provincia de Darién. Profesor de geografía, historia y español. Director de la escuela secundaria en Chitré. Viceministro de Educación. Secretario general de Correos y Telégrafos. Primer presidente de la Asociación de Tableños residentes en ciudad de Panamá (fundada en 1945) Editor de la revista “Canajagua” (1946.) Miembro del Instituto de Cultura Hispánica, de la Academia Panameña de la Historia.

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