El romanticismo necesita piropo y amor

  • 16/03/2015 01:01
¿Qué pensamos sobre los calificativos no requeridos sobre nuestro atractivo físico?

A eso de las 10 de la mañana, cuando ya el sol azotaba con furia la ciudad, una chica de cabello negro, vestida con pantalón a media pierna y una blusa que dejaba al descubierto su vientre plano, caminaba sobre la acera. Desde que la jovencita fue divisada por el grupo de obreros que eran tostados por el astro rey mientras laboraban en una edificación, los silbidos le ganaron protagonismo al sonido de los motores. Todo acabó cuando la chica llegó a la parada. Acabó para esa chica.

Ahora le tocaba el turno a otra joven que, en contraste, lucía bastante conservadora, con pantalón largo y un suéter algo holgado que cubría sus hombros, tapando su contextura física gruesa (no tenía curvas que mostrar). Al ser divisada por el grupo de constructores, empezó nuevamente el aluvión de sonidos y comentarios calificativos: ‘Oye mami estás bien buena’, ‘Esa mi__ (vulva) se te marca bien rico’, ‘llévame contigo’.

Nuevamente, la ola de expresiones hacia la joven de hombros cubiertos duró lo que demoró en pasar la siguiente. Esta era una chica rubia, de cabello largo y rizado que lucía una blusa estilo strapless ceñida a su delgado cuerpo, a la que gritaron lo mismo que a las otras dos.

Detrás de la fula de rizos venía esta reportera. En lugar de detenerme en la parada, crucé la calle. Las expresiones de los obreros se empezaron a sentir más y más cercanas.

—Hola—, comenté, también víctima de las expresiones desaforadas de los hombres.

—¡Vaya Batista! Te vinieron a buscar— intervinieron a gritos otros de los obreros.

—¿Te llamas Batista?—, pregunté.

—Depende—, respondió el joven de piel tostada por el sol.

—Batista, ¿por qué le gritan tantas cosas a las mujeres?— seguí preguntando.

—Mami, él tiene 6 hijos y dos mujeres, llámame a mí— gritó otro de la muchedumbre que trabajaba. Mientras, Batista seguía sin emitir palabra.

—Batista, ¿todas esas chicas que están en la parada te parecen muy guapas?— le insistí.

—Sí— respondió el joven de unos 30 años, entre risas nerviosas.

—Si les parecen bonitas, ¿por qué les gritan frases ofensivas? Eso del órgano reproductor femenino estuvo muy fuerte—.

—Yo no grito esas cosas. Eso lo grita Martínez, ese de allá... —, se defiende el trabajador

—Oye, Martínez, ¿puedes bajar acá un minuto?, no te quito mucho tiempo— grité.

—Me regaña el jefe—, responde desde lo alto Martínez.

Para dicha de Martínez, en efecto, se iba acercando un joven de apariencia más pulcra, y con un casco de un color diferente al resto. Ese era el capataz, que solo se limitó a decir que se llamaba Serracín.

—¿Usted también le grita a las chicas que pasan al frente?— pregunté.

—No— respondió secamente el jefe.

—¿Pero lo hizo en algún momento pasado, cuando hacía trabajos como estos chicos?— seguí.

—Humm, no, eh, no— responde Serracín con una risa algo nerviosa, al tiempo que se excusa diciendo que se tiene que ir a atender un asunto.

QUÉ SIGNIFICAN LOS PIROPOS

Las tres chicas que pasaron delante de la construcción fueron abordadas posteriormente en la parada.

Al ser preguntadas sobre cuán a menudo experimentaban este tipo de situación, dijeron que vivirlas todos los días, mientras se dirigen a tomar el transporte.

A ninguna le pareció algo cómodo y las tres expresaron que preferirían no escucharlos más, pero entienden que por lo menos en ese trayecto no cambiará la situación hasta que se termine la construcción.

Estas damas comentan que algunos de las situaciones resultan hasta graciosos, pero otras les provocan asco y rabia.

UNA ENCUESTA

La experiencia de las tres jóvenes abordadas coinciden con los resultados de una encuesta elaborada por La Estrella de Panamá y presentada en la página web del este diario.

De acuerdo con la encuesta, en la que participaron 137 personas, incluyendo hombres y mujeres, la gran mayoría ha recibido en algún momento silbidos y otros sonidos y expresiones callejeras o calificativos no solicitados.

De las 137 personas que contestaron la encuesta de este diario, el 85.19% mencionó haber vivido algún tipo de acoso en sitios públicos abiertos (calle, parque, barrio, etc.), y cerca del 25% lo vive varias veces al día.

Cabe destacar que de los encuestados, el 50.38% expuso que tuvo alguna experiencia traumática. De hecho, hubo quienes contaron en el espacio de comentarios que tuvieron estos episodios siendo aún niñas (11 a 12 años de edad); otras revelaron que fueron señores mayores quienes las persiguieron y hasta intentaron tocarlas.

A las personas que decidieron participar en el estudio no científico se les preguntó cuál era su posición respecto al anteproyecto de ley 177 propuesto por la diputada Ana Matilde Gómez, a lo que el 68% dijo que se debe proteger legalmente a las personas del acoso callejero, mientras que un 25% estima que ‘ hay temas más importantes’ y otro 6% considera que ‘no ayudaría a resolver el problema’.

De esas 137 personas 113 fueron mujeres. De hecho, de los pocos hombres que tomaron tiempo para contestar las preguntas hubo quien resaltó que el cuestionario parecía hecho para damas.

El 70% de estos caballeros consideran que no es necesario una ley como la destacada por la diputada Gómez, número que contrasta con el femenino, pues un 80% sí lo estima necesario.

Es que el tema, evidentemente es percibido de forma distinta por cada género.

El 60% de los caballeros dice haber recibido piropos halagadores; el 17% silbidos; el 13% piropos agresivos y el 95% dice que las experiencias nunca fueron traumáticas.

En el caso de las damas un 61% afirma sí haber experimentado episodios traumáticos en cuanto a estas situaciones.

POR QUÉ CAER EN LA OFENSA

La abogada Juana Camargo plantea que lo que motiva a alguien a expresar un comentario que no ha sido requerido y en el que se evalúa a la persona (ya sea sobre su cuerpo, burlándose de su discapacidad, de su origen étnico, etc) es la creencia de que se es superior, aunque en ese afán de superioridad se esconda una profunda inseguridad sobre sí mismo.

‘Parte del hecho de creer que una mujer, una persona con discapacidad, o alguien que provenga de una etnia distinta, es ‘menos persona’ que él o ella, y por lo tanto es susceptible de apropiación, aunque esa apropiación sea una ‘toma verbal’. La motivación es el creerse titular de una opinión que debe ser escuchada, aunque no haya sido requerida’, sentencia la defensora.

Tratando de buscarle una explicación a este comportamiento el creativo Tony Fergo sostiene que ‘el piropo se pasea con la gente culta y la grosería con la gente ‘bestia”.

EN BUSCA DEL CAMBIO

Aunque haya quienes consideren como natural esas expresiones callejeras, ‘propias de nuestra cultura’, dijo en los comentarios de la encuesta un participante, ‘es urgente un cambio profundo, una revolución educativa y de formación, tanto en nuestras familias como en nuestras escuelas’, subraya Camargo.

‘Aprender a relacionarnos entre hombres y mujeres de maneras distintas, no violentas y sin acosos de ningún tipo es algo que debemos promover en nuestras casas y enseñar en las escuelas’, sigue aconsejando la abogada. Así como insiste en que hay empezar a mandar mensajes de que este tipo de conductas no pueden ser toleradas y establecer sanciones no privativas de libertad (cursos de comunicación, servicios comunitarios, por ejemplo) podría ser una herramienta útil para quienes sean reincidentes en este tipo de conductas.

Esas chicas de la parada aceptaron que por su puesto les gustan los piropos. Lo que no les gusta es que alguien ‘las humille’ públicamente, que ‘las exhiban como productos’.

Y bien lo dice Fergo, al expresar que ‘del piropo puede surgir un gran amor’, pero también es cuidadoso en resaltar que de la grosería ‘apenas un afecto monstruoso’.

Este publicista autor de contagiosos jingles y de halagadores piropos que han sido publicados en prestigiosos medios del país aconseja que ‘amemos el piropo y al amor, porque estos son necesarios para el romanticismo’.

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