Ganar la guerra interna: la historia de Vicky contra el alcohol y las drogas





- 27/06/2025 17:22
La primera vez que Vicky pisó una sala de Alcohólicos Anónimos tenía apenas 21 años. No fue por una obligación externa ni por presión de familiares. Fue porque, tras un nuevo episodio de blackout, sintió un miedo profundo. “Me asusté mucho porque al no tener recolección de lo que había sucedido mientras tomaba, corría el riesgo de que alguien más me hiciera daño”, recuerda con voz firme, como quien se ha repetido esa frase mil veces.
Vicky no era la típica imagen que la sociedad construye de un alcohólico. “Se tiene esta mala idea de que quienes poseen esta adicción al alcohol son personas de la calle o que están en un estrato económico bajo. Esta enfermedad no distingue entre estratos. Aquí he conocido a personas brillantes que tienen todo en la vida”. En su caso, siempre había sido una joven extrovertida, sociable, con amigos y planes. Pero en silencio cargaba una sed imposible de saciar. “Yo no bebía para pasarla bien, nunca la pasé bien, yo siempre bebía para apagarme”, confiesa. “Quedaba en blanco. Mi mente borraba todo”.
Una noche cualquiera, Vicky se sentó frente a su computadora y escribió en Google: “por qué no puedo dejar de beber”. Fue así como encontró información sobre Alcohólicos Anónimos en Panamá. “Que sea lo que Dios quiera”, dijo quebrada, pero dispuesta antes de entrar a su primera reunión.
Allí conoció a su sponsor, una madrina que sería su guía espiritual, emocional y práctica. “Ella se sentó conmigo, me dio las bases y guías y me preguntó si de verdad quería dejar de beber, a lo que yo le contesté que sí”. Le explicó que el compromiso inicial era asistir a 90 reuniones en 90 días y apegarse a un solo grupo. “Serán ellos los que te sostendrán cuando tú todavía no puedes sostenerte”.
Dentro de la sala de reuniones colgaba un cartel con 12 frases. Doce pasos. Doce formas de comenzar de nuevo. Vicky se aferró a cada una, especialmente a esa que reza: “Admitimos nuestra impotencia ante el alcohol, que nuestras vidas se habían vuelto inimaginables”.
Durante tres años, Vicky se mantuvo sobria. Cumplió el programa. Asistió a reuniones. Hizo servicio. Pero el ego, dice, es tramposo. “Había agarrado resentimiento con alguien del grupo y, poco a poco, me fui alejando. Dejé de asistir a las reuniones, de leer el libro de Alcohólicos Anónimos, de hacer servicio, y así, esa voz que logré apagar por tres años, reapareció”.
Y cayó.
Lo más doloroso de esa recaída fue la sensación de haber traicionado su propio camino. “Lo cierto es que nunca tuve esa conexión con Dios de la que tanto predicaba”. Es entonces cuando entran en escena las drogas. Esconde botellas en el cielo raso de su cuarto, en la guantera del carro. Empieza a consumir a cada media hora. Nadie la puede frenar. Ni siquiera el psiquiatra que la atiende. “Me dijo que no me podía ayudar más y me dio tres opciones: la cárcel, la institución médica o la muerte”.
Y la muerte estuvo cerca. Vicky colapsó. Sus padres la llevaron de urgencia al hospital, donde los médicos les pidieron que se despidieran de ella. “Dios hizo que no lo hicieran”, dice. Sobrevivió a esa noche, pero no a la adicción. Aún tenía que tocar fondo.
Ese fondo llegó en un baño durante un festival, cuando su madre la encontró consumiendo. Discutieron. “Algo que nunca había hecho antes”, recuerda con tristeza. “La enfermedad se había apoderado de mí. Perdí mi alma, mi identidad. No me reconocía. No tenía control de nada en mi vida”.
Desde esa oscuridad, Vicky se arrodilló por primera vez en años. “No sabía qué más hacer, así que recé y le pedí a Dios que me sacara de esto”. Y algo cambió. Entregó su teléfono a su madre, se encerró en su cuarto y comenzó el proceso de desintoxicación. El primer mes no podía moverse de su cama. En el segundo, volvió a asistir a reuniones de Alcohólicos Anónimos, esta vez de forma virtual.
”Le pedí a Dios una madrina que me ayudara a tener una conexión con Él y me la mandó”. El 11 de junio de 2025, Vicky cumplió un año y un mes sobria. Se ha reconciliado con Dios, consigo misma, con su historia. “Esta es una enfermedad física, mental y espiritual”, asegura. “Física porque tu cuerpo te implora constantemente por aquella sustancia. Mental porque es tu cabeza la que junto con tu cuerpo te convencen de que debes tomar; espiritual porque estás desconectado de Dios, del mundo y de ti mismo”.
Hoy Vicky es parte activa de Alcohólicos Anónimos. Participa en reuniones presenciales y virtuales, acompaña a otras mujeres, da testimonio. Dentro del grupo hay una pequeña gaveta donde guardan estrellas doradas y plateadas. Cada una representa un día, un mes, un año de sobriedad. Vicky colecciona las suyas como quien junta pedacitos de vida recuperada.
Este año, la asociación cumple un siglo de existencia en Panamá. Su origen, sin embargo, se remonta al 10 de junio de 1935 en Akron, Ohio, cuando el corredor de bolsa Bill W. y el doctor Bob S., ambos alcohólicos, descubrieron que podían sostenerse mutuamente compartiendo su experiencia. Ese primer encuentro entre dos desconocidos se transformó en un programa revolucionario de recuperación: los Doce Pasos.
Desde entonces, millones de personas han seguido ese camino de sanación. El nombre de la organización proviene del título del primer libro publicado por sus fundadores en 1939: Alcohólicos Anónimos.
Hoy, ese legado se mantiene vivo en cada reunión, como la que Vicky frecuenta, donde la sobriedad se celebra sin estridencias, con humildad. “Aquí no vale título, edades o estrato social”, cuenta Guille a La Estrella de Panamá. “Lo único que pedimos es que la víctima quiera frenar la adicción”.
Las reuniones —sean presenciales o virtuales— se hacen a diario: en la mañana, al mediodía y por la noche. Guille, como muchos dentro del programa, entrega su testimonio como una forma de servicio. “Nos salvamos ayudando a otros a salvarse”.
La enfermera y especialista en salud mental y psiquiatría Carmen Rudas, junto con el médico psiquiatra Aris Ramos, también forman parte del grupo de custodios de A.A. en Panamá. Ambos coinciden en que hablar del alcoholismo como enfermedad es clave para erradicar estigmas. “Es una enfermedad caracterizada por la obsesión por el consumo de alcohol, compulsión, pérdida de control y un deseo por frenar, pero sin éxito”, explicó Ramos.
Añadió que el alcohol produce “cambios estructurales en el cerebro” y está asociado a más de 200 afecciones físicas y emocionales, desde la depresión y el trastorno de estrés postraumático hasta el suicidio.
“Somos la cara de la comunidad, ya que la base de la recuperación es el anonimato”, dice Ramos. Y bajo esa premisa, Alcohólicos Anónimos sigue operando: como un refugio silencioso donde cada historia cuenta, donde cada estrella representa una batalla ganada. Y en esa sala, bajo ese cartel iluminado con los doce pasos, Vicky, al igual que los demás presentes, repiten con firmeza y sin titubeos: “A pesar de todo, sí hay una solución”.