La palabra, nuestro bien mas preciado

En un mundo de redes sociales e inteligencia artificial, el valor de nuestra palabra parece haber disminuido drásticamente. Descubre cómo la comunicación ha cambiado, por qué hemos perdido nuestra posesión más valiosa y el impacto alarmante que esto tiene en nuestra sociedad y en nosotros mismos

¿Sabía usted amigo lector que, según la revista Science, las mujeres y hombres utilizaban un promedio de 19,215 y 15,669 palabras respectivamente? y ¡sí! leyó bien, esta estadística está en pasado, ya que las generaciones actuales (Baby Boomer (1945-1964), la Generación X (1965-1981), la Generación Y o Millennials (1982-1996), la Generación Z o Centennials (1997-2010) y la Generación Alfa (2011-presente), desde la aparición y desarrollo de las redes sociales y, en especial de la inteligencia artificial, han reducido esa cifra de forma alarmante.

La posesión más preciada que todos tenemos y deberíamos cuidar como oro en polvo es la palabra. Hay quienes le dan poca importancia, no la ejercitan, educan o conectan con el cerebro, no la hacen crecer con inteligencia asertiva o la guardan con prudencia cuando es necesario.

Antes, muchas personas cerraban un trato, honraban sus compromisos o puntualidad y hasta demostraba su integridad solo con la palabra puesto que, estaban plenamente consciente de que con ella vivimos o morimos, comunicamos, nos permite el entendimiento, transmitimos ideas, emociones, cultura, conocimiento y, sin duda, tiene un poder transformador que puede construir o destruir. Sin embargo, parece que a muchos se le ha olvidado lo fundamental que es la palabra para un mundo mejor.

En los últimos años, algunos se han dado la tarea de destruirla aportando más dudas e ignorancia que puliéndola. Yo en lo personal siempre lo he dicho, “si matar el español fuese un delito, muchísimos deberían estar cumpliendo cadena perpetua” ...

Si verdaderamente fuésemos conscientes de que todo aquello que sale por nuestra boca puede afectar positiva o nefastamente la vida de las personas, nos cuidaríamos mucho acerca de cuándo hablar o callar, cómo decir las cosas y que palabras concretas utilizar.

Los vocablos que pronunciamos nos afectan, tanto si somos nosotros los que los pronunciamos como si somos los que los recibimos, por inocentes que los creamos, el poder de las palabras es inmenso y ejerce una gigantesca influencia en nuestro cerebro, salud y bienestar; llegando incluso a darnos o quitarnos la energía.

Dependiendo de quién sea la persona que las diga, las palabras nos afectarán en mayor o menor grado; si son dichas por alguien cercano en quien confiamos o idolatramos como una pareja, familiares, tutores o amigos nos afectan mucho más, ya que le otorgamos mayor relevancia y veracidad a aquello que pronuncian.

Una vez escuché a un socio de una empresa decirle a otro de sus asociados “quita tu estúpida cara de mi vista” y lo peor, es que lo hizo en frente de otro grupo de empresarios con los que “supuestamente” quería hacer tratos comerciales.

En lo personal tengo una campaña para erradicar la palabra “botar” cuando se habla de despidos, porque, si usted no es una bolsa negra de basura, no debería decir jamás de los jamases “me botaron” porque quiera o no, ello causa un impacto en su psiquis.

Le voy a poner otro ejemplo, no es bueno decirle a un niño repetidamente ¡Qué torpe eres! o ¡eres un payaso! o peor aún “eres un fracasado o fracasaste” porque al final lo creerá, es más inteligente decirle “aplazaste o, pospusiste el éxito para hacerlo mucho mejor”.

Pregunto ¿Por qué en vez de reforzar positivamente y animar las decisiones ajenas o, mejor aún, quedarnos callados, las menospreciamos o echamos por tierra?, ¿por qué la gente se cree con derecho de decirle frases como” dónde vas así vestido”, “no sirves para nada”, “trae aquí eso que tú no sabes hacerlo”? le recuerdo, la palabra tiene poder.

Cada cierto período en el mundo y, Panamá no se escapa de ello, solemos elegir a personas que dan vergüenza por cómo se expresan y peor aún, en las promesas que promulgan para luego darnos cuenta de la verdad o mentira y no salir de esa maldita espiral llamada engaño, manipulación o corrupción. Una muestra clara de la poca importancia que le damos a la palabra.

Le comparto una pequeña historia: en una ocasión, uno de los discípulos de Sócrates llegó en gran estado de agitación y le dijo al filósofo que se había encontrado con uno de sus amigos y que este había hablado mal de él, entonces, el sabio griego le formuló tres preguntas ¿Estás absolutamente seguro de que lo que vas a decirme es verdad? El discípulo pensó un momento. En realidad, no podía estar seguro y dijo no.

Luego, el gran maestro formuló una segunda pregunta: ¿Lo que vas a decirme es bueno o no? El discípulo contestó que, por supuesto, no era nada bueno. Entonces, Sócrates señaló: “Vas a decirme algo malo y no estás totalmente seguro de que sea cierto”.

Para terminar, Sócrates le plantó una tercera pregunta: ¿Me va a servir de algo lo que tienes que decirme? El discípulo le plantó otro no, a lo que Sócrates terminó: “Si lo que deseas decirme no es cierto, ni bueno e incluso no es útil, ¿para qué querría saberlo?” ...

Este triple filtro es una excelente guía, tanto para cuando vamos a emitir un comentario, como para lo que vamos a escuchar. Representa un conjunto de parámetros en torno a lo que es una comunicación saludable, pensante, analítica y constructiva. Por eso, esta historia sigue vigente a pesar del paso de los siglos.

Confucio, otro gran maestro decía: “Es posible conseguir algo luego de tres horas de pelea, pero es seguro que se podrá conseguir con apenas tres palabras impregnadas de afecto”.

En esta era y, con tanta desinformación, intolerancia, mentiras y bochinches, a menudo vale la pena comernos nuestras palabras para descubrir que es, de hecho, una de las mejores dietas equilibradas para no hacernos daño ni, para hacer daño, crecer sanos y asertivamente a menos que ellas, sean para construir.

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