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- 10/08/2025 00:00
El 15 de agosto de 1519 marcó un hito en la historia del continente americano. Ese día, el gobernador Pedro Arias Dávila, más conocido como Pedrarias, fundó oficialmente la ciudad de Panamá, conocida hoy como Panamá la Vieja.
Lo que comenzó como un pequeño asentamiento a orillas del Pacífico se transformó en un enclave de enorme importancia estratégica, política y económica para el imperio español.
Su singularidad radica en dos hechos clave: fue la primera ciudad europea establecida de manera permanente en toda la costa pacífica del continente y nació con una misión clara: servir como base logística para la expansión y conquista hacia el sur, en especial hacia las tierras del Perú.
Antes de 1519, las ciudades fundadas por los españoles en América se ubicaban exclusivamente en el litoral atlántico o en islas del Caribe, como Santo Domingo, La Habana o Santa María la Antigua del Darién, la primera ciudad fundada en tierra firme (1510) en la costa caribeña. Panamá la Vieja rompió ese patrón.
Situada estratégicamente en la costa sur del istmo, se convirtió en el primer asentamiento europeo estable en la costa del océano Pacífico en todo el continente americano.
La decisión de establecerse allí no fue casual. Desde su posición, los españoles podían controlar rutas marítimas y terrestres clave, así como abrir una conexión directa entre dos océanos que, hasta entonces, representaban mundos separados para la Corona española.
La cercanía con el punto más estrecho del continente facilitaba el transporte de mercancías y la comunicación entre el Caribe y el Pacífico.
Este hito no solo significó un logro logístico, sino también simbólico: por primera vez, Europa tenía un pie firme en las aguas del Pacífico, un océano aún poco explorado por los europeos.
Desde este nuevo punto, se proyectarían expediciones hacia territorios inexplorados, consolidando la presencia española en vastas regiones de Sudamérica.
Panamá la Vieja no nació para ser un simple asentamiento agrícola ni un puerto de comercio local. Su razón de ser era mucho más ambiciosa: convertirse en el puente logístico y operativo para las expediciones que buscaban conquistar y explotar las riquezas del sur del continente.
En los años posteriores a su fundación, la ciudad se consolidó como el punto de partida de expediciones históricas, entre ellas las que llevarían a Francisco Pizarro y Diego de Almagro hacia el territorio del Imperio Inca.
Desde sus costas, partieron navíos cargados de hombres, caballos, armas y provisiones, impulsados por la promesa de oro y plata en tierras aún desconocidas para ellos.
Este papel logístico convirtió a Panamá en una pieza fundamental de la maquinaria imperial española.
Desde el sur llegaban cargamentos de metales preciosos que eran desembarcados en su puerto y luego transportados por el famoso Camino de Cruces a través del istmo, hasta el puerto caribeño de Nombre de Dios (y más tarde Portobelo). Desde allí, el oro y la plata partían hacia España en las flotas del tesoro.
La posición estratégica de Panamá la Vieja atrajo rápidamente a comerciantes, artesanos y funcionarios de distintas partes del imperio.
No solo llegaron españoles peninsulares, sino también esclavos africanos y poblaciones indígenas locales, que fueron forzadas a trabajar en las obras y en el transporte de mercancías.
Esto dio lugar a una población diversa desde los primeros años, con una vida urbana marcada por el comercio, la religión y la administración colonial.
Su importancia como eje de tránsito también convirtió a la ciudad en un punto de contacto cultural.
Era común que en sus calles se escucharan diferentes acentos, que se comerciara con productos de distintas latitudes y que circularan noticias e ideas traídas desde lugares tan lejanos como Sevilla o Lima.
Si bien su posición le otorgó ventajas, también la expuso a múltiples riesgos. Panamá la Vieja sufrió incendios, epidemias y conflictos internos, además de la constante amenaza de ataques piratas.
Sin embargo, durante más de 150 años logró mantenerse como pieza clave en la red colonial española.
El auge de la ciudad alcanzó su punto máximo en el siglo XVII, cuando el flujo de riquezas procedente del Perú consolidó su prosperidad.
Este oro y plata, sin embargo, también atrajo la atención de corsarios y piratas como Henry Morgan, quien en 1671 saqueó y destruyó la ciudad, obligando a sus sobrevivientes a trasladarse a un nuevo emplazamiento: la actual ciudad de Panamá.