Cinco horas navegando en el río Cricamola

BOCAS DEL TORO. ¿Alguna vez ha recorrido el río Cricamola y observado una nutria desplazarse en las aguas con un pez entre sus garras o ...

BOCAS DEL TORO. ¿Alguna vez ha recorrido el río Cricamola y observado una nutria desplazarse en las aguas con un pez entre sus garras o un martín pescador sobrevolando el cauce o, mejor todavía, ver cómo una niña indígena rema en una panga horas para llegar a la escuela? Es probable que no. Pero, ocho voluntarios del Banco de Bilbao Viscaya Argentaria (BBVA) y esta periodista pueden dar fe que sí ocurre. El espectáculo natural es sencillamente impresionante.

El pasado fin de semana un grupo de voluntarios tomó el desafío de atravesar el Ño Crí, mejor conocido en los libros de geografía como el “Cricamola.. El viaje era necesario para cumplir una misión especial —entregar 181 becas a niños de la escuela de Kankintú, en la Comarca Ngöbe Buglé—, para hacer realidad su sueño de estudiar.

Pero más allá de la misión social, los viajeros descubrieron un mundo escondido en medio de una espesa selva tropical y el inmenso cauce del río luego de dos noches y cuatro días en una aventura que recordarán por el resto de sus días.

La hazaña se inició en el puerto de Chiriquí Grande, donde a diario los indígenas llegan en busca de víveres y regresan horas más tarde a sus pueblos cargados como hormigas obreras. En aquel lugar los voluntarios abordaron un bote de unos cuatro metros de largo con destino a Kankitú, en Bocas del Toro. El transporte no es el mejor ni mucho menos el más cómodo, pero, sí la única alternativa para llegar al pueblo indígena de 1,400 habitantes.

Los botes viejos y desgastados parecen como si fueran a voltearse. El recorrido no es fácil. Toma unas ocho horas el viaje ida y vuelta.

Sólo una hora después de haber iniciado el viaje, un par de delfines empieza a dar saltos orquestados en el mar Caribe. El evento no podía pasar desapercibido. Las cámaras fotográficas intentaban guardar aquel instante, pero, fue imposible. Los mamíferos desaparecieron en segundos sin dejar rastro. Pero, no sería la única sorpresa que encontraríamos durante el largo viaje, que en total demoró unas 14 horas desde la ciudad de Panamá hasta Kankintú.

La mar estaba en calma, lo que ofrecía tranquilidad a los viajeros, que con sus salvavidas puestos disfrutaban del aire puro, entre chiste y anécdotas.

LA LLEGADA A LA BOCA DEL RÍO

Todo estaba casi perfecto hasta llegar a la boca del río Cricamola. Las turbias aguas verde oliva del río, llamado también por los indígenas el “Gran Río”, generaban desconfianza. “Aquí hay lagartos y cocodrilos”, dijo asustada Ana, una de las voluntarias del equipo del BBVA. Es probable que se debatía entre el temor de que el bote se volteara. Seguro no quería ser presa de uno de esos reptiles. Pero, lo cierto, era que no era la única que pensaba igual.

El temor se palpaba en los rostros de los viajeros, aún sin mencionarlo. Pero una vez más, la naturaleza era complaciente y relajó la atención de los aventureros. El canto de los pájaros se dejaba escuchar en las altas montañas cubiertas de neblinas. Una pertinaz llovizna empezaba a caer. En aquel momento una nutria danzaba entre en las aguas con un movimiento en zig zag frente a los ojos del grupo. Sólo en cuestión de segundo salió a la orilla con un pez que se disponía a convertirlo en su almuerzo. No hay dudas, el instante cautivó al grupo. Afortunadamente esta vez, la cámara sí pudo captar la imagen.

La aventura debía continuar aún hacía falta mucho por recorrer. Mientras se navega, las primeras casas indígenas empezaron a aparecer a la orilla del río. Esto sorprendió por la cercanía al cauce y los peligros que representa una eventual crecida de agua. Muy por el contrario a lo que pensaba, “el río nos ofrece paz, serenidad y todo lo que necesitamos para vivir”, dijo horas más tarde en el poblado de Kankintú, Máximo Quintero.

Una hermosa ave azul con un enorme pico, voló por encima del bote y se detuvo en un árbol. Perplejo ante su belleza los voluntarios se preguntaron qué ave era aquella. “Un martín pescador”, respondió el capitán del bote. Era la muestra más evidente de la riqueza natural casi intacta que se esconde la provincia de Bocas del Toro y que muchos panameños desconocen.

Deslumbrados por la naturaleza y la vida característica de los indígenas, que lavaban sus ropas sentadas a la orilla de río golpeándola contra las piedras en compañía de sus pequeños hijos, los viajeros llegaron a Bisira, otro pueblo indígena.

EL VIAJE EN CARRO

Allí descendimos en bote para tomar un carro que nos transportaría hasta Kankintú. La carretera, de tierra y piedra con pequeños puentes de cemento sin barandas, hizo del viaje una odisea larga y agotadora. Cada salto que daba el auto al chocar con las piedras, los riñones lo resentían.

Luego de dos horas la travesía en auto terminó. Habíamos recorrido unos 40 kilómetros desde el puerto de Chiriquí Grande hasta Kankintú. Pero, aún no termina la aventura.

Bien dice aquel viejo adagio que el postre se queda siempre para el final. Así ocurrió en esta ocasión. Antes de llegar al pueblo había que cruzar el río en una pequeña canoa de menos de dos metros de largo y de pie para no perder equilibrio. Cuatro compañeros abordaron la primera canoa. Los gritos eufóricos de los pasajeros no se hicieron esperar, mientras del otro el resto grupo esperaba su turno. En menos de dos minutos estaban al otro lado del río sin rasguños. De igual forma llegó el resto del equipo.

Las becas llegaron a su destino final: los niños de Kankintú. Los viajeros dos días más tarde emprendieron el viaje de regreso con el anhelo de volver a repetir la hazaña.

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