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- 15/05/2015 02:01
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Volvió Star Wars , volvió Rocky , vuelve Terminator , Jurassic Park , Poltergeist . Todo vuelve. Al menos en el cine. Y ahora es el turno de Mad Max , que después de 30 años llega esta semana a los cines. Otra vez con el australiano George Miller en la dirección y el guión, pero con Tom Hardy en el papel de Mel Gibson y la compañía protagónica de Charlize Theron.
Vuelve con el mismo escenario post apocalíptico y las vestimentas punk de los ochenta, con guitarristas combativos a lo Slipknot, tambores desquiciados a bordo del camión de combate, dientes en mal estado, cuerpos deformes, autos y armas con estéticas propias, diálogos escasos y una persecución continua por el desierto que no para durante las dos horas que dura el filme.
Pero lo más interesante es que esta nueva Mad Max logra incorporar una fotografía y una estética actual sin perder el aire clase B de aquella vieja época. Ese es el primer indicio de que George Miller logra lo que estaba buscando. Porque esta no es una remake ni tampoco una continuación. Es una película completamente nueva, bien pensada y llevada con éxito a la pantalla.
Mad Max: furia en el camino no pierde el tiempo explicando lo que ya contó en la trilogía anterior. En ningún momento aclara, por ejemplo, que Tom Hardy es ahora Max Rockatansky, el ex representante de la ley que en las películas originales cambió su vida después de los asesinatos de su esposa y su hijo. Porque no se trata de una cuarta parte de Mad Max , sino de una reinvención basada en la misma historia.
UN RODAJE CON CAMBIOS
Esta nueva película comienza con un Max capturado por Immortan Joe (interpretado por Hugh Keays-Byrne) y los señores de la guerra. Ellos son pobladores de la Ciudadela, un lugar bestial en medio del desierto y formado sobre la figura de su líder despótico, una fortaleza de agua restringida y miles de esclavos a la espera de su pequeña ración.
Dicen que fue Charlize Theron, que en el filme hace de Furiosa, la líder que al escapar inicia la persecución interminable del filme, a quien se le ocurrió la idea de que todos los hombres de la Ciudadela tuvieran la cabeza rapada.
Según ella misma contó en una entrevista, una noche lo llamó a Miller y le dijo: ‘Furiosa tiene que estar rapada'. Y al día siguiente, las alrededor de mil personas que trabajaron en el filme tuvieron que afeitarse la cabeza.
Para cuando eso pasó, la producción de la película, que empezó hace unos quince años, ya había pasado por tantos cambios que este era sólo uno más. Los más serios probablemente habían sido la baja de Mel Gibson en el papel protagónico y el cambio de escenario del desierto de Australia –luego de una inundación que imposibilitó seguir filmando- al de Namibia, en África. Rapar la cabeza de los actores era sólo parte de un largo proceso de decisiones.
FIEL A LOS COMIENZOS
Aunque con la misma magia de aquella primera película de 1979 realizada con 350 mil dólares y a pulmón, a tantos años de su trilogía inicial, esta nueva Mad Max es una película extraña.
No sólo por su apariencia de haber sido realizada luego de secuestrarle 150 millones de dólares a los estudios Warner para trabajar con total libertad y sin caer en las trabas de Hollywood. Además, el Max de Tom Hardy no tiene nada que ver con el de Mel Gibson, los hombres maquillados de Immortan Joe se parecen a los personajes de las tribus salvajes de Indiana Jones y los cuerpos deformes recuerdan a Tod Browning y el cine clase B.
Pero antes que nada es extraña porque esta nueva Mad Max podría no haber funcionado y funciona. Su ritmo tan acelerado como demencial, y la estética y la fuerza de sus antecesoras dan como resultado la mejor variante de lo que podría haber sido: un excelente mix entre lo bizarro y las grandes producciones que no pierde en ningún momento su objetivo ni la acción.