'La Trinchera Infinita', las lágrimas eternas de la posguerra

Actualizado
  • 12/03/2020 12:24
Creado
  • 12/03/2020 12:24
El largometraje español retrata la abnegación, el sufrimiento y la pérdida durante la guerra civil y la Segunda Guerra Mundial

Como su nombre lo expresa, el reciente filme del trío de directores Aitor Arregi, Jon Garaño y Jose Mari Goenaga –La Trinchera Infinita (2019)–, deja al espectador sintiéndose como un fantasma encerrado en el estrecho escondite (hecho "habitación") de Higinio (Antonio De La Torre), un hombre que lucha por huir de los ganadores de la Guerra Civil española por miedo a las represalias de sus actos y cuyo escape es frustrado, lo que le obliga a encerrarse por más de 30 años, y convertirse en un 'topo', hasta poder recibir expiación legal.

'La Trinchera Infinita', las lágrimas eternas de la posguerra

Mirando siempre desde una rendija o a través de huecos escondidos en las paredes, Higinio se pasa su mediana edad atrapado en un corredor estrecho –diseñado para que nadie supiera que seguía vivo junto a su esposa Rosa (Belén Cuesta)–, siendo carcomido por su miedo y desesperanza. Durante las dos horas y media de metraje (disponible en Netflix), somos llevados junto con Higinio en su torbellino de caos emocional, donde en una ciudad andaluza se viven las consecuencias de un gobierno fascista e injusto, el temor se había apoderado de los pobladores, pero nadie vivía con peores noches de insomnio que Higinio.

Aclamada en diversos festivales del séptimo arte, La Trinchera Infinita muestra una visión posguerra realista, ideada para hacernos sentir la tierra y la oscuridad de una sociedad torcida. Con la herramienta visual de subtítulos en castellano (dado que si no se está acostumbrado al acento, menos del tercio de palabras se llegan a entender), la dirección del filme deja ver la evolución de una familia maltrecha, añejada e incapaz de recuperar el tiempo perdido hasta el fin de la Segunda Guerra Mundial, cuando quienes vivían escondidos en sus hogares recibieron la noticia de la amnistía legal por el Gobierno español, dándoles la oportunidad de reintegrarse a la sociedad... si aún podían.

Por momentos la historia pierde el foco, solo para tratar de retomarlo en nuevas escenas que insertadas en la línea “cronológica” presentada por carteles propios del cine mudo, con palabras simples que dan significado a lo próximo que se verá, como una explicación sutil a los sentimientos de los personajes. Entre lo más destacable se encuentra el matizado trabajo de actuación de Belén Cuesta (lo que la impulsó a ganar este año el Premio Goya a mejor actriz protagonista) como mujer "viuda" y madre desdichada, que soporta más de lo que debe por el amor profundo hacia su marido, sin atreverse a irse de su lado, pese al oscuro matrimonio que viven en la cinta. Además, la interpretación de Emilio Palacios como hijo confundido y confrontado por la situación precaria (y voluntaria) de su padre presenta frases que golpean a través de la pantalla con dureza y honestidad.

Si bien el filme proyecta una España destruida y en reconstrucción durante los años 60, más allá de crear un ambiente de tensión y temor continuo, da pie a entender un poco de la realidad posguerra, las vidas ensombrecidas y las sombras que no se alejaron de aquellos que tuvieron que privarse de su propia libertad para proteger su vida.

Lo que resulta aún más trágico es saber que los creadores de La Trinchera Infinita no escribieron ficciones en el guion, sino que en la historia de España siempre quedarán registrados los topos, los sobrevivientes de las trincheras físicas, pero que nunca podrán borrar la marca de la salvaje situación que padecieron.

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