La Mujer detrás del cargo

Actualizado
  • 09/08/2009 02:00
Creado
  • 09/08/2009 02:00
La entrevista se había pactado para las 3 de la tarde, pero fue necesario adelantarla un poco por compromisos oficiales surgidos a últim...

La entrevista se había pactado para las 3 de la tarde, pero fue necesario adelantarla un poco por compromisos oficiales surgidos a último momento. Una lluvia impetuosa caía sobre la ciudad desde hacía una hora. La tarde estaba gris, pero eso no afectó el ánimo de Ana Matilde Gómez. Apareció sonriente por una escalera que se levanta a la entrada de su casa y que ofrece una vía para llegar a la sala de estar. Con su acostumbrado peinado y algo de afán en la mirada, después de presentarnos a su esposo y a su hijo menor, nos invitó a subir.

De pasos ligeros, nos guió hasta la sala, al pie del balcón que mira hacia el jardín de la casa. Una lámpara de mesa cortaba lo oscuro de la tarde y a la vez iluminaba una mesita llena de fotos familiares. “Éste es mi rincón”, dijo sin perder la sonrisa.“Aquí es donde leo”, agregó al tiempo que mostraba un ejemplar de “El silencio de Gaudí”, del autor panameño Juan David Morgan.

En los últimos cinco años, el nombre de Ana Matilde Gómez se ha vuelto común en los medios. A partir del 1 de enero de 2005, cuando se convirtió en la Procuradora General de la Nación, su vida tuvo un giro al que aún no se adaptan del todo ni ella ni su familia. “Jamás me imaginé en este cargo. Nunca me pasó por la mente”, explica sentada en el rincón preferido de su casa, desde dónde nos atendió durante unos 120 minutos.

En los últimos días, una de las papas más calientes de su cargo, el sonado caso Cemis, volvió a la palestra pública. Y la Procuradora, de nuevo, tuvo que hacerle frente con su acostumbrada firmeza y serenidad. Parece extraño no preguntarle por el tema cuando le dan a uno la portunidad de conversar pausadamente con ella. Pero, deliberadamente, dejamos las miles de inquietudes alrededor del caso para otro día. Esta vez no queremos conocer qué piensa Ana Matilde Gómez, la Procuradora. Queremos saber cómo es Ana Matilde, la mujer que día a día se enfrenta al reto de orientar, junto con su esposo, una familia de tres hijos jóvenes y manejar un hogar.

Ana Matilde es una mujer de aspecto sobrio, pero elegante. Dotada de un carácter fuerte que se percibe a través de cada aspecto de su personalidad, confiesa que el cargo de Procuradora le robó su anonimato, su privacidad, la sencillez de la vida. “Si ando como me gusta, sin maquillaje ni nada, ¿hasta que punto estoy exponiendo la imagen de la Procuradora? Ir al cine con un montón de gente cuidándote, para que le digan que no pueden entrar, tener que hablar con el dueño o el gerente para explicarle que el señor no va a ver la película sino que tiene que verme a mi.... Inevitablemente, poco a poco te vas alejando de lo que ponga en conflicto la seguridad del cargo y la vida personal”, dice con un aire de nostalgia.

“La seguridad te cambia totalmente la vida. Una vez el mi jefe de escoltas y yo llegamos a una confrontación muy dura en la que él tuvo que ceder. Le expliqué: a mí no me gusta que me estén atendiendo porque yo soy una mujer que me hago mis cosas. Cuando él me va a abrir la puerta, ya yo he bajado del carro. Cuando vamos al supermercado, él corre a abrirme pero ya yo estoy adentro, esperando que él entre”, explica sin tratar de ocultar su molestia frente a la situación.

“Sobre el tema de manejar mi carro les dije: 'Por lo menos un día a la semana nos los quiero encima de mí. Yo me casé con un solo hombre y ¡no aguanto más!...Ellos tienen un punto importante como país si yo permito que un cargo como éste sea vulnerable, ¿cuál es el mensaje que se le envía a la delincuencia or ganizada? Así que yo comprendí y acepté que, como país, hay un nivel de seguridad que hay que cuidar y eso tengo que entenderlo”, concluye con resignación.

Aunque no esconde su orgullo por desempeñar un cargo de ese nivel, advierte que su mayor preocupación por las consecuencias que pueda traerle ejercer su cargo es su familia. Por eso, trata de dedicarles todo el tiempo que pueda, en medio de sus apretadas e intensas jornadas diarias.”No hay un día igual a otro. Todo va a depender de lo que haya para ese día y de cómo fue el anterior. Si no le pude regalar una llamada a mis hijos, a mis padres, a los colaboradores de mi casa, si se me acumuló la ropa, (porque yo lavo también...aquí cada quien lava su ropa), si el día anterior no he podido atender nada de la casa, me voy más tarde en la mañana. Hay días que tengo reuniones a las siete de la mañana y ese día no veo a nadie. ¡Imagínese como son mis días!”

Perdida entre sus libros y los objetos cono los que a través de los años ha construido su rincón, la Procuradora deja por unos minutos el halo de su cargo para hablar, en la intimidad de su casa, de las cosas que más le gustan.“Mi actividad favorita es la lectura, el género novela me gusta mucho. En este rincón de mi casa, con elementos como el cuero, la madera, las plantas, me siento cómoda”.

Pero ese no es su único pasatiempo, en la esquina contraria al rincón de lectura hay un tablero de ajedrez. “Jugar ajedrez con mi esposo es un reto ...cuando él llega en la noche, enciende la luz y se da cuenta si yo ya hice mi jugada... Entonces, entra al cuarto y me dice ‘yo ya moví’, y así se desarrolla la partida”, explica al describir una especie de código conyugal, en el que una partida puede durar días, semanas o meses. Ella arma el tablero sin decirle nada y hace una jugada, “él sabe que lo estoy retando” y así empieza otro desafío. “Este juego empezó el domingo. Yo gané el sábado en la tarde”, recuerda mientras amplía la sonrisa.

Otro de sus pasatiempos favoritos es la cocina. “Hacer postres o brownies, que a mi esposo le gustan mucho”. Ese suele ser uno de los álgidos temas de debate al interior de su casa, donde conviven tres jóvenes y dos adultos. “A unos que les gusta con nueces a otros sin nueces y tengo que empujarlas a un lado de la bandeja para darles gusto a todos”.

Ana Matilde y su familia aprovecharon la hora del almuerzo para convertirla casi en un ritual familiar. “Alrededor de la comida se pueden tejer grandes valores”, asegura. El almuerzo es un espacio reservado para su familia. “Si no es absolutamente necesario, yo no almuerzo con nadie, venimos a la casa y procuramos que siempre haya un toque especial, como por ejemplo la vajilla...(reflexiona). Hay cosas que quiero heredar a mis hijos. Por ejemplo, saber cómo poner una mesa, un bonito mantel, cómo poner la cubertería. A mi me tocó comprar libros para aprender, porque este puesto me impuso el reto de relacionarme con personas que están pendientes de si me equivoco, de qué sabe la Procuradora, cómo come la Procuradora, qué hace la Procuradora. La sociedad es cruel”, asegura con un claro tono de reproche.

“Mi vida era muy sencilla antes de este cargo, y tuve que buscar los libros, porque todo está escrito” agrega. El ritual del almuerzo empieza la noche anterior, cuando la Ana Matilde ama de casa decide qué se comerá al día siguiente: “Yo decido el menú y le dejo afuera lo que se vaya a cocinar a la señora que nos ayuda con el trabajo doméstico, que ya ha aprendido a entenderme los códigos”. Al mediodía, todos los miembros de la familia, su esposo, un médico pediatra con quien lleva diez años de matrimonio, los dos hijos de ella y una de él, se esfuerzan por sacar tiempo para estar juntos y compartir el almuerzo familiar.

”Si hubieras llegado antes habrías visto algo muy bonito”, dice con orgullo. “Para el almuerzo siempre tenemos temas. Por ejemplo, a veces alguno de los muchachos pregunta qué es el Cemis y por qué todo el mundo está alborotado con eso. O el varón le comenta a las otras: 'Oye, ¿qué pasa con las mujeres?' Es aquí donde podemos saber qué piensan nuestros hijos, cuáles son sus inquietudes, con quiénes se están reuniendo. Ésta es la forma como manejamos nuestra familia. Para la campaña, por ejemplo, todo el mundo tenía su candidato. Yo me decía si este candidato supiera... “

Aunque su cargo le exige dedicación más que completa, Ana Matilde aprovecha cada vez que puede para sacar un tiempo y cocinar. “Si veo una receta que me gusta la pruebo. A veces algunos hacen guaaaaccc con mil muecas ...Pero es mi forma de atenderlos. Yo no les puedo devolver el sacrificio que ellos han hecho de pasar del anonimato a la vida que han tenido que llevar. Algunos han tenido roces con personas que los rechazan porque me rechazan a mí, o han tenido que recibir algo que alguien quiere que, por rebote, me llegue...”

¿Y cómo reaccionan ellos?

Han aprendido que no tienen por qué defenderme. Una cosas es su madre y otra es mi función pública. Les he ensañado que no tomen nada personal. La gente puede cuestionar mi criterio jurídico, pero nunca mi honestidad.

Usted siempre habla así de formal? “ Si(interrumpe).

¿Hasta con sus hijos?

Mis hijos me dicen que yo siempre estoy dictándoles un seminario. Nuestros hijos tienen 25, 23 y 19. Yo tuve un padre que para contestarme el significado de una palabra, primero siempre me mandaba al diccionario. Si hay algo que yo amo es la expresión. Es lo que nos distancia de los animales. A mis hijos no les permito usar palabras sin saber que significan ...sin quieren hablar diferente tienen que estudiar, que leer.

¿Y el trato con ellos? ¿Es también firme en casa?(Sonríe otra vez). Bueno... ellos me dicen tirana doméstica. Pero yo creo que sin disciplina no hay carácter. Si usted es protector o sobre protector, está engañando a sus hijos. Es una estafa. El día que salga a la vida no pasa ni una prueba. Ni hacer amigos o conseguir trabajo. Creo que uno tiene que ser exigente en la casa para que en la vida te vaya mejor. Eso no significa que seamos crueles. Ellos tienen que fregar. En esta casa, nadie que use un plato o vaso después de las seis de la tarde lo puede dejar sin lavar y la basura no se pude mezclar. ¡Después se quejan que hay cucarachas! Mire... Si me tengo que parar para que el último que usó la basura venga y la cierre, lo hago. Cuando uno es muy condescendiente, cría hijos débiles, hijos que van a fracasar, que ante la primera vicisitud se van a echar a llorar, a querer suicidarse...

Ana Matilde Gómez y su familia han tenido que sacrificar mucho de su vida social, debido al cargo de Jefe del Ministerio Público. “A mi me gusta bailar y cuando vamos a la boda de algún amigo de la familia aprovecho y con mi esposo bailamos de todo.Desde salsa hasta reguetón”, dice con la satisfacción de quien sabe trabajar, pero también gozar cuando se puede.

La jardinería es otro de sus pasatiempos. Su casa tiene una planta para cada lugar. “Todas esas plantas son de nuestro patio”, asegura con orgullo. “Mi esposo me hizo caer en cuenta de que estábamos gastando un dineral en plantas que tenía en el patio de atrás”. Su casa, decorada con gustos sobrios, invita a la comodidad.

Un jardín cierra la propiedad de dos plantas. En él hay un espacio abierto a la naturaleza en el cual incluso unos pajarillos han hecho nido en un helecho colgante con el que decora parte de la terraza. “Mirelo, venga, venga! ”, nos dice con entusiasmo por enseñarnos el espectáculo natural. “ Ustedes son privilegiados. Nadie había pasado hasta aquí”.

Debajo del helecho, un sofá de cuero y un taburete junto al equipo de sonido. “La vecina dice que sabe cuando estoy aquí porque oye las canciones. Para leer me gusta escuchar música instrumental”, dice mientras muestra una colección de CD’s de boleros.- ¿Cómo quiere ser recordada como Procuradora? - Como una persona justa, correcta, honesta, a pesar de ser incomprendida. Creo que la gente no estaba preparada para relacionarse con una mujer con un carácter tan fuerte y esperaban de mí un comportamiento diferente, no desde el punto de vista jurídico, sino con un carácter más dócil, más diplomático. Yo puedo ser muy humana pero no soy sumisa.

Me he topado muchos enemigos, ha sido muy duro para mí. La gente resiente mucho la inteligencia de las mujeres .Yo sé que lo que más me ha costado en este puesto es la sinceridad. La gente no está preparada para escuchar la verdad. Yo utilizo como filtro el apego a la ley. Si la ley lo dice, es lo correcto. Es un mecanismo para que nadie pueda decirle a mis hijos que su mamá tal o cual cosa, para poder dormir tranquila”.

Y así, con la serenidad que producen las conciencias tranquilas, Ana Matilde nos despide de su casa para dirigirse de nuevo a la oficina, en la cual la esperan los mismos retos de siempre, la agilización de los miles de procesos aún pendientes en la paquidérmica justicia panameña, el interminable caso Cemis, y conseguir los fondos para lograr, por fin, modernizar el frágil y anquilosado sistema judicial del país.

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