Con tiempo para todo

Actualizado
  • 16/08/2009 02:00
Creado
  • 16/08/2009 02:00
Es un experto en el arte de eludir las preguntas que no le gustan. Un maestro del chifeo como se dice en panameño. Y lo acepta. Es total...

Es un experto en el arte de eludir las preguntas que no le gustan. Un maestro del chifeo como se dice en panameño. Y lo acepta. Es totalmente sincero cuando dice que no quiere contestar algunas preguntas porque las encuentra capciosas y sigue hablando de corrido sobre el tema anterior o sobre lo que le salga al paso para distraer a su interlocutor. Pero al final cede y contesta con sencillez, cualidad que distingue a Javier Riba Peñalba, y que hace de él un hombre franco y directo, que jamás pierde el tiempo .

Nacido hace 55 años en la capital y graduado como ingeniero mecánico, es el gerente general de los Supermercados Riba Smith, empresa creada por su abuelo en los años 20, y la cual Riba Peñalba ha posicionado alto en las preferencias de los panameños, por la calidad de sus productos y el servicio al cliente, gracias a una combinación de administración del tiempo, disciplina, orden y tolerancia.

Conversamos con Javier en su casa de campo en Chame. Allí, rodeado de sus árboles, sus plantas, sus vitrales, sus muebles, sus libros y su música, se retira todos los fines de semana a partir del jueves por la tarde para dedicarse a las múltiples actividades que ocupan a este hombre que parece tener una varita mágica para alargar las 24 horas que tiene el día.

En esa propiedad de casi 9 hectáreas de terreno, se dedica a trabajar en el vivero que, como un proyecto del supermercado, tiene andando en Chame a cargo de una a ingeniera agrónoma y una gerente. “Aquí no solo criamos nuestras propias plantas, también las traemos del exterior, las sembramos, las mantenemos y luego las vendemos”, comenta mostrando con orgullo en un recorrido en automóvil los árboles de caoba, cedro espino, mango, plátano y una gran diversidad de plantas ornamentales.

Su primera parada es para enseñarnos algo “que no veremos nunca más en ninguna parte”: una plantación de jóvenes árboles de nazareno, especie de madera preciosa que, como explica nuestro anfitrión, demora muchísimos años en llegar a la edad adulta. También nos enseña un árbol Panamá junto a un corotú y cuenta que es usual encontrarlos en pareja. Conoce del tema, le gusta y opina que está aprendiendo cada día un poco más.

¿Cómo describirías a Javier Riba?, le pregunto a boca de jarro. Después de pensarlo un momento me dice “como un hombre que le gusta hacer de todo un poquito y experimentar con cosas diferentes. Soy de los que piensa que el ser humano tiene capacidad de hacer lo que quiera”. Y él pone en práctica lo que piensa. Porque Javier, además de ser un exitoso empresario (aunque no le gusta vanagloriarse de serlo), escribe, hace vitrales, trabaja la madera, hace música y juega squash.

“Te voy a ser sincero”, dice de pronto. “Uno no puede jactarse de ser exitoso. Trato de hacer cosas y hacerlas bien. Me siento bien cuando a un hijo mío o a un trabajador de mi empresa le va bien en algo. Pero cuando a mi me va bien, me siento incómodo, siento que no soy digno, que no soy merecedor de eso. Peco a veces de excesiva humildad...”

En este punto recuerda que su padre lo obligó a trabajar desde muy pequeño y a esforzarse, y que nunca recibió un halago de parte de él por algo bien hecho. “Y todavía no lo hace”, murmura. “Ya me acostumbré y creo que fue el mejor favor que me hizo”.

Es un convencido de que para poder hacer todo lo que él hace simultáneamente, lo más importante es administrar el tiempo. “Porque si eres de esas personas que pierde el tiempo hablando mucho o viendo mucha televisión, no tendrás el tiempo para hacer todas estas cosas”, dice.

Mientras conversamos nos guía hasta una pequeña construcción anexa a su casa, de estilo rústico y medianas dimensiones, pintada en llamativos rojo y azul. Allí se encuentra una capilla, decorada con coloridos vitrales, que hizo como regalo para su esposa de hace 28 años, Argelis, con quien comparte este arte y a quien habíamos visto colocando marcos de aluminio a varios de ellos, sentada en un fresco corredor de la casa. Estos vitrales, que elaboran hace 12 años, al principio eran puro entretenimiento pero después pasaron a convertirse también en un negocio.

Aunque asegura ser un hombre de familia, también reconoce que le gusta mucho estar solo y que su esposa le da su espacio. “Quiero mucho a mi familia y le doy todo el tiempo que requiera, dice, pero no es necesaria para todo lo que hago y tampoco participa en todo lo que emprendo”.

Al llegar al estudio, se percibe fácilmente que es para él su santuario. Allí están sus libros, los que escribió y los que lee, sus timbales y su computadora. Tiene dos novelas en su haber “La vertiente del cielo” y “La segunda ley” y va por la tercera. La primera es un estudio sobre las sensaciones del ser humano. La segunda es sobre la forma en que se abusa del medio ambiente y la tercera será sobre las mujeres, los líos en los que se meten y cómo salen de ellos.

Aunque su lugar preferido para escribir es ése, porque allí están los autores que a veces incorpora en sus obras, también le gusta trabajar en una pequeña cava que tiene, y a veces en una arboleda donde un inmenso árbol Panamá (soltero) parece abrazar el cielo, y donde se instala en su carro con el aire acondicionado prendido y una botella de vino.

Javier Riba es un hombre que habla enérgicamente y, quizás por su tamaño, proyecta una gran fuerza física que desmiente cuando al preguntarle qué le hace llorar me dice que todo. “Soy un llorón”, dice. “Mencióname algo...¿la muerte? Me hace llorar. Mucha alegría... también. Una emoción muy fuerte... igual. Y si veo una película sentimental lloro”. Ahí aprovecho y le pregunto a qué le tiene miedo Javier Riba. Se ríe y no contesta. Sigue hablando sobre las plantas y nos muestra el área de cuarentena, donde se depositan las que llegan del exterior hasta que sanidad vegetal les dé el visto bueno y puedan salir al mercado.

Vuelvo sobre el miedo. “Le tengo miedo a bastantes cosas”, contesta. “Miedo a hacerle daño a la gente, porque uno cuando está en una posición de poder puede ser injusto...y me ha sucedido, siendo gerente de empresa por ejemplo, y he tenido que pedir perdón después”. Aprovecho para preguntarle sobre lo que teme perder y se queja de que es una pregunta difícil, algo sobre lo que no se había puesto a pensar. “No sé si la respuesta es que no le temo a nada o es que no he pensado en ello. Me imagino que lo peor que a uno le puede pasar es perder a un hijo, de ahí pa'lante no hay nada que importe más que eso” , dice, y agrega que temor a perder su propia vida “no tanto”.

A una persona como Javier Riba, que ama cada una de las cosas que hace, es ineludible preguntarle sobre el amor. Empieza por clasificarlo: “Hay muchas clases de amor”, me dice. “¿A cuál te refieres? Y empezamos hablando del amor a la humanidad que para él es servir a los demás“. Es lo que enseña el cristianismo, el budismo, todas las religiones. Es como la práctica del amor a Dios. Es en definitiva el amor que te ayuda a ser mejor”, concluye.

También hablamos del amor entre hombre y mujer, al que considera un verbo activo, no un sentimiento: “Es dar, perdonar, enamorar, es llevar flores, es decir que está bonita, es consentir, es acción. Es un día a día y después viene el sentimiento”. Sobre el amor a la familia dice que es entrega y sacrificio, “ponerte de último, poner orden, reglas, disciplina pero también reconocimiento. Se parece mucho al amor empresarial”, concluye. No se considera mejor en ninguna de estas clases de amor porque “cuando dejas de intentarlo fracasas y hay que hacerlo de nuevo. Es un verbo duro el verbo amar”, sentencia.

Hemos regresado a la casa y, sentados en una amplia y fresca estancia que sirve de comedor casi al aire libre, tomamos una fría agua de pipa que ayuda a combatir el calor del medio día. Una piscina rodeada de arbustos incita a darse un baño y, junto a ella, un pequeño sauna, lugares donde Javier puede relajarse después de cualquiera de sus tantas actividades.

Retomamos la charla para preguntarle si tiene enemigos y me dice que no. “¿Y amigos?, indago. “Pocos”, responde. “Unos cinco tendré”. Y no es porque no confíe en la gente. Es porque es un solitario y sus amigos lo consideran un antisocial. “Por lo que te decía antes, si yo estuviera yendo a reuniones, fiestas y todos los días de parranda, no podría hacer todo lo que hago. No tengo tantos amigos, porque mis amigos de verdad como Bruno (Carvajal) no me reclaman que yo sea así, no les importa, me aceptan así. Los otros quieren ser amigos condicionados a que parrandee con ellos...”

Es un hombre que cree que Dios es lo más grande que hay en energía positiva, a la que se debe tratar de llegar. “Supuestamente, discurre, cuando uno se muere y va al cielo es porque ha elevado su nivel energético, y viceversa. Si te dedicas a hacerle daño a los demás, vas bajando tu energía y terminas en lo que llamamos infierno”.

Llevamos más de una hora conversando. Me doy cuenta de que ha hecho una excepción conmigo. Ha dejado de hacer algo de lo que le gusta hacer para responder a todas mis preguntas y no quiero hacerle perder más tiempo. Pero antes de partir le pregunto si es tolerante. Él dice que sí, aunque mucha gente dice que no. “Lo que no tolero es el desorden, creo que es la causa de todos los males y un país que quiere echar pa'lante primero tiene que poner orden, y una empresa igual. Y hablo del orden físico: las cosas puestas donde tienen que estar y también el orden secuencial: qué va primero y qué va después”, asegura.

El tema me da pie para la última pregunta: ¿Un empresario a cargo del país es una buena elección?

Su respuesta es inmediata: “Claro que sí, pero no cualquiera. Un empresario decidido a poner orden y anteponer el pueblo y el país a sus pretensiones de ganancia personal. Siempre hay una ganancia personal. En el caso de Martinelli, por ejemplo, es alimentar su ego y él va a ganar y está ganando en eso. Pero parece que por otro lado, está poniendo los intereses del país por encima de sus intereses personales”.

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