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- 25/09/2009 02:00
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AL TENER. en cuenta las tres dimensiones que abarca la sexualidad, resulta fácil comprender que vivimos la sexualidad, no para tener descendencia, sino para comunicarnos y/o relacionarnos, y de esta manera obtener satisfacción con aquellas personas que nos rodean. La reproducción, y por ende el acto sexual, es una función secundaria de la sexualidad.
A lo largo de la vida, tenemos una capacidad reproductiva que puede ser efectiva o no según las posibilidades biológicas, psicológicas y sociales de cada uno. Cada cual tiene el deseo libre y responsable de tomar la decisión de tener descendencia o no, lo que hace que la sexualidad sea independiente de la reproducción.
Por otro lado, el placer lo obtenemos a nivel psicológico por medio de las emociones. Cada día tenemos experiencias que nos producen placer o displacer, rechazamos el displacer y buscamos repetir aquello que nos produce mayor satisfacción.
Las caricias, los abrazos, los besos, las miradas y las relaciones y vivencias sexuales son eficaces medios para transmitir emociones y sentimientos con un fin en común: el disfrute. El placer es un resultado sano y deseable que buscamos en las relaciones y en la vida común, siendo además, un valor humano que cada uno debe cultivar. Las mujeres y los hombres somos seres sexuados que buscamos de manera constante relacionarnos y entendernos entre nosotros.
Nuestra dimensión social implica aprender a establecer relaciones con los demás en un proceso que comienza el día en que nacemos, con nuestros padres y familiares, con los amigos y luego con la pareja. Estas relaciones son imprescindibles para un sano desarrollo de la personalidad.
La sexualidad es entonces un conjunto de tres dimensiones: biológica, psicológica y social que se viven en cada persona de forma diferente y a diferentes ritmos según las experiencias que a lo largo de la vida, afectan a la totalidad de la persona. Separar la sexualidad del resto de la personalidad, supone dividir al ser humano de su realidad vital y existencial.