La cara oculta de Ingrid

Actualizado
  • 17/01/2010 01:00
Creado
  • 17/01/2010 01:00
NEGRO O BLANCO. No existen los términos medios para Ingrid Betancourt. Tanto es así que el mundo entero se puede dividir en dos. Estás d...

NEGRO O BLANCO. No existen los términos medios para Ingrid Betancourt. Tanto es así que el mundo entero se puede dividir en dos. Estás de acuerdo con ella o no, la amas o la odias. Seis años, cuatro meses y nueve días en cautiverio bajo la sombra de las FARC la convirtieron en una especie de Juana de Arco moderna para los franceses, pero en una mujer difícil de definir para el resto del mundo, que se ha visto bombardeado de opiniones encontradas sobre su verdadero carácter. Todavía hoy, un año y medio después de su liberación, los días que pasó en la selva siguen teniendo un velo de misterio. Se han escrito libros, reportajes, entrevistas. han hablado amigos, parientes, esposos, hijos, conocidos; todos y cada uno de los que estuvieron a su alrededor durante el secuestro.

Pero ¿quién es Ingrid Betancourt? ¿Es la heroína que describen sus admiradores y amigos, o es la política ambiciosa y obstinada que dejó todo atrás para buscar con un puñado de colaboradores el éxito en una misión que desde el principio estaba condenada a fracasar? Quizás hay algo de ambas entretejido en su historia.

Desde los inicios de su carrera política se caracterizó por su peculiar manera de expresar y llevar a cabo sus ideas. En un mundo donde ser mujer casi significa ser ciudadano de segunda categoría, logró imponer su carácter y conquistar algunas batallas que la llevaron a ser candidata presidencial en Colombia en 2002. Entre campañas políticas con repartición de condones y viagra incluidos, alcanzó mínimos porcentajes en las encuestas, pero no disminuyó su empeño y mucho menos su determinación de llegar hasta las últimas consecuencias para conseguir lo que denominó una “Colombia nueva”.

Todos los sueños de una carrera presidencial se vieron truncados cuando el 28 de febrero las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) la secuestraron a ella y a su asesora de campaña, Clara Rojas. Desde aquel momento Ingrid se convirtió en la ficha de canje más preciada de los subversivos.

Ser prisionera de guerra en un conflicto armado que ha durado más de 40 años, en condiciones infrahumanas y con un futuro incierto, hicieron de Ingrid la imagen de incontables marchas por la paz, pedidos de solidaridad y misericordia. Pero no solo eso. También fue el sujeto de discusiones políticas por culpas y responsabilidades. Todos los que la apoyaban demandaban que el gobierno colombiano compartiera su responsabilidad por lo sucedido y los que no, despreciaban el hecho de que se convirtiera en una prioridad su liberación por considerar que su propia falta de juicio fue la que la llevó a la “boca del lobo”.

Y en medio de todo este escenario, opiniones y desacuerdos, se desencadenó la búsqueda incansable de lo que muchos han catalogado como “el principio del fin de los secuestrados” en Colombia. El día que los ojos del mundo se posaron sobre la operación militar casi cinematográfica que le devolvió la libertad a 15 prisioneros de la guerrilla, Ingrid Betancourt se posicionó en el centro del panorama político mundial. La operación Jaque había sido un éxito.

Pero el drama no terminaba allí, era solo el comienzo. Entonces empezaron a resonar los testimonios de quienes vivieron junto a ella el cautiverio. Clara Rojas, liberada meses antes, escribió en “Cautiva”, el libro en el que narra sus vicisitudes sobre el “distanciamiento progresivo” de Ingrid. La describe como alguien que en una situación adversa saca a relucir su verdadero yo, la califica de “apática” e incluso encuentra en ella una viva “representación de la muerte”. La Ingrid casi perfecta se disipaba entre esas frases.

Entre interrogantes y verdades a medias apareció la visión de Luis Eladio Pérez en su libro, “7 años secuestrado por las FARC”. Su versión no satisface la curiosidad morbosa sobre una amistad que se dice fue más que cariñosa pero deja muy en claro su inagotable admiración por la mujer de la que habla como “segura, inteligente, agradable, increíble.” Justifica todas y cada una de sus actitudes aduciendo “envidia” de parte del resto hacia una mujer “tan maravillosa”.

Apareció entonces “Out of Captivity”, el ibro de Marc Gonsalves, Keith Stansell y Tom Howes, los estadounidenses que también fueron rescatados en la operación Jaque, quienes sacaron a la luz detalles insólitos sobre lo que ellos mismos llamaron la “mini-sociedad” que se forjó en la selva. “Parecía que Ingrid daba órdenes en su campamento”, comenta Marc (otro al que se la vinculó con algo más que amistad). La describen como arrogante, manipuladora, egoísta y orgullosa, y la acusan de haberlos expuesto a una requisa frente a todo el campamento por un simple capricho suyo y de “creerse superior” en una situación en la que todos eran prisioneros de la misma clase.

Ingrid viajó a París al día siguiente de su liberación y los relatos del crimen del que fue víctima han dado la vuelta al mundo en cadenas nacionales e internacionales y en “Youtube”. Sin embargo, a ella no se le ha visto afán en publicar lo que todos esperan que sea la gran revelación sobre lo ocurrido durante esos años. Se dice que planea una obra de teatro, pero aún no tiene fecha de estreno.

Después de la libertad, el reencuentro con su familia, la nominación para un premio Nobel de la Paz y la obtención del Premio Príncipe de Asturias de la Concordia, llegó el divorcio de su segundo esposo, Juan Carlos Lecompte, hecho que no sorprendió a nadie después de su indiferencia al saludarlo con una leve caricia en la mejilla tras la larga separación, el día en que terminaron sus penurias en la selva.

Se acabó el amor, llegaron las disputas legales y con ellas las especulaciones sobre los que se convirtió en un escandaloso divorcio, cuyo estocada final ha sido el libro “Ingrid y yo, una libertad agridulce”, que salió al mercado hace pocos días y en el cual Lecompte deja entrever toda la amargura de la separación, el reencuentro que no esperaba, los rumores de infidelidad, las peleas; todo condensado en las páginas con las que pretende cerrar una etapa de su vida. En él, su ex marido la tacha de egoísta, materialista y obsesiva con la religión; cuenta como ella le mandó los papeles del divorcio un día después de que le anunciaran a él que su padre estaba a punto de morir. “Es el día en que oficialmente dejé de amarla. Ya no reconocía a mi mujer”, concluye.

La calma no llegó después de la tormenta. El drama de Ingrid Betancourt no ha concluido aún. El libro de su ex esposo echará más sal sobre la herida abierta que dejó en ella el largo cautiverio y, una vez más, será comidilla de un público que un año y medio después de su liberación todavía continúa ávido de historias sobre esta “heroína” del siglo XXI.

Mártir o verdugo, solo el tiempo decidirá cuánto hay de verdad y cuánto de mito en la historia política, personal y amorosa de Ingrid Betancourt.

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