Redentores irredentos del pueblo latino

Actualizado
  • 24/11/2013 01:00
Creado
  • 24/11/2013 01:00
Estoy en casa de mi padre. He venido a visitarlo después de casi un año sin verlo. Rosa María Del Carmen, mi hermana, me mira con resent...

Estoy en casa de mi padre. He venido a visitarlo después de casi un año sin verlo. Rosa María Del Carmen, mi hermana, me mira con resentimiento y acaso, quiero pensar, una pizca de comprensión. Ella, en realidad, no comprende; pero así soy yo, siempre me dejo invadir por una esperanza tonta.

En una mesita, al lado de donde mi padre reposa su cuerpo casi en descomposición sobre la silla de ruedas que Rosa María Del Carmen y yo le compramos, hay un periódico. Ese hallazgo me saca por un momento de la contemplación que hago del cuerpo inerte de mi padre, de sus labios silentes y sus ojos perdidos. Pienso: «Mi padre es una metáfora viviente de la patria». Abro el periódico y leo un encabezado. Alguien ha escrito un libro sobre los personajes latinoamericanos que han ofrecido la redención (a borbotones) a la cultura latina, «al pueblo latino», dice exactamente el artículo.

Desecho el nombre del autor del libro y me quedo pensando: «Si existen las patrias, también existen los redentores, pero no son estos que el pretencioso autor nos presenta en su obra, que si José Martí, Ernesto Guevara alias «El Che», Mario Vargas Llosa y Gabriel García Márquez y, para colmo, Octavio Paz, entre otros. No, los redentores están en El Maracuyo, mi cantina predilecta.

Uno de ellos es, sin duda, el cantinero Nen, con el que poca gente habla. Él sirve tragos, calla y ya está. Silencio liberador. Otro redentor es el mudo que limpia la cantina tres veces por semana. El hombre no puede hablar, solo emite sonidos, sonidos que a mí me parecen fabulosos y cualquier otro juzgaría desesperantes. Es flaco, lleva bigote y ya está viejo. No habla, es hermoso. Tiembla —el tipo tiembla— y respira como si siempre estuviera al borde del orgasmo. El dueño de la cantina, me ha dicho el cantinero, le paga una miseria al final de la tarde y aquí mismo se la gasta. He preguntado en dónde vive y nadie lo sabe. El mudo solo bebe, no dice ni una palabra. El mudo conoce el lenguaje de los signos —de niño fue a una escuela especial y lo aprendió—, pero no lo usa, ha preferido olvidarlo. Le parece una vulgaridad comunicarse con las manos. Lo sé porque eso me dijo una vez por medio de unas señas que improvisó y que cualquiera con un poco de maña habría podido interpretar de manera correcta. O tal vez me lo dijo telepáticamente, no lo sé.

Así que: el cantinero y el mudito, dos indiscutibles redentores de nuestra golpeada Latinoamérica. Ahora, aquí, frente a mi padre, viendo cómo Rosa María Del Carmen cada día se parece más a él, pienso que tal vez mi padre es también un redentor de este continente grande, de este pueblo sin piernas pero que camina , como dice una canción de uno de esos grupos de «música urbana» que han salido por ahí y que, debo admitirlo, a pesar de mis reservas, me ha parecido bueno.

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