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- 02/03/2014 01:00
Hasta 1903 la gran fiesta de la patria fue el 28 de noviembre, celebración que conmemoraba la independencia de España y la unión a Colombia. Se celebraba con disfraces y mascaradas, corridas de toros y carretas de caballos desde la Avenida Central hasta Las Bóvedas.
Los carnavales también se celebraban. Durante estos día los parroquianos no se disfrazaban, sino que preferían jugar con agua y añil para mojar y embadurnar a las personas. Pero después de la independencia de Panamá de Colombia el Consejo Municipal consideró como una irreverencia emplear disfraces para celebrar a la patria. A partir de 1905 se prohibieron las mascaradas para conmemorar el tres de noviembre.
Entonces de adoptó la costumbre de disfrazarse durante el Carnaval, una fiesta que comenzó a adquirir cada vez más importancia para los patricios. Hasta ese momento la fiesta de Carnaval había sido una festividad del arrabal, pero entonces traspasó las derruidas murallas de San Felipe y se instaló en el selecto Club Unión.
Al tratarse de una fiesta pagana celebrada por gente piadosa no podía faltar una ‘reina mora’, que era convertida el martes de carnaval y bautizada por un sacerdote.
El lujo y el esplendor impuesto por los patricios, transformaron radicalmente los usos y costumbres de esta fiesta de raigambre popular.
UNA FIESTA SERIA
Siempre se ha afirmado que ‘lo único serio que toma el panameño son los carnavales’. Estas festividades siempre han tenido un contenido profundo, ya que expresan una concepción del mundo, del hombre y sus relaciones sociales.
A través de las fiestas carnestolendicas los mortales se abocan a la magia, desarrollando su creatividad. Dentro imaginario transitorio del espacio festivo surge la visión de que otro mundo es posible. Burla, mofa, humor... en el desahogo del Carnaval todo es válido.
Durante estos días se expresan las tradiciones y creencias de un pueblo determinado. Y Panamá no escapa a ello.
Durante la época de la colonia y la posterior anexión a Colombia, las fiestas del Carnaval no estaban reguladas por el Estado. Ante esa situación, el presidente Carlos A. Mendoza, decide reglamentarlo y apoyarlo financieramente, como parte de las formas de dominación. Al final sus costos los cubrió la empresa privada en 1910.
La corte de la Reina estaba conformada por altos funcionarios que ostentaban títulos relacionados con la actualidad nacional. Las cualidades que se buscaban eran erudición, imaginación, talento e inteligencia.
Además se celebran concursos para escoger las piezas musicales, entre músicos, poetas y artistas. Las calles se decoraban con arcos y adornos creativos. La reina era escogida por votación popular. Cada voto costaba un dólar y, como había varias candidatas, la elección de la Reina se traducía en miles de dólares que pasaban a la Junta de Carnaval.
Por esos años el carnaval era algo para divertirse sanamente, un medio de escape y distracción a la población de las ciudades principalmente. Durante todo el año la población guardaba sus principales galas para lucirlas durante los cuatro días del Carnaval. Los jóvenes y viejos salían a la calle a observar el desfile de comparsas o para disfrutar en las noches de alegres toldos, con orquestas en vivo.
ACTIVIDADES CARNESTOLENDAS
El punto culminante era la Coronación de las reinas, en el cual participaban exclusivamente las damas y caballeros de la corte. No se permitía la interrupción de nadie, para no ofender la seriedad del acto o irrespetar la soberana, pretendiendo bailar con ella. Para mantener la jerarquía del acto se pagaba para entrar y el precio era alto.
Al principio los carnavales se celebraban en el Teatro Nacional (inaugurado en 1908), pero luego se trasladaron al Estadio Juan Demóstenes Arosemena (construido en 1937-38). Allí se presentaban números artísticos, desfilaban los caballeros elegantemente vestidos de etiqueta de frac y las damas con preciosos y ricos trajes, que conformaban la corte, a medida que el Secretario los nombraba con sus títulos.
La reina alternaba con el pueblo en los desfiles, visitando varios toldos y clubes. Al final de la actividad carnestolendica, el dinero que sobraba se distribuía entre los establecimientos de beneficencia.
Luego en 1913, mediante la Ley número 10 del 20 de enero, el Ejecutivo autorizaba que se otorgara la suma de dos mil balboas. En ese entonces era presidente el doctor Belisario Porras.
A medida que pasaban los años, iba en aumento la creatividad que se derrocha en los carros alegóricos. Participa toda la población, ya sea a través de comparsas o bailes. La mejor comparsa era la que demostraba más alegría, mejor vestuario, mejor danza, coreografía, etc. Al final se hacía acreedora a un premio. Los disfraces eran un derroche de imaginación y fantasía.
El escritor Guillermo Andreve sintetiza: ‘Hay entre las fiestas con que se celebran nuestros carnavales tres que son las más animadas y típicas: la coronación de la Reina el sábado de carnaval en la noche, el desfile de carros alegóricos el martes de carnaval en la tarde y los bailes populares llamados toldos en las noches del sábado y martes. Estas tres noches de alegría popular, de gusto nacional, del espíritu ‘momesco’ que anima durante los días de carnaval al pueblo panameño, desde los más encumbrados personajes hasta el más humilde hijo de la gleba, merecen verse siquiera una vez y si ello es posible muchas veces en años sucesivos. La ciudad muda de fisonomía en ellas como en un cuento de hadas; la alegría se contagia, todos los que toman parte en las fiestas., como actores principales o como secundarios, sufren un cambio momentáneo y luego guardan por toda la vida los recuerdos más felices’.
Las comparsas se tomaban las calles hasta las cuatro de la tarde, y se tiraban agua y harina. A las cuatro salían las carrozas alegóricas por toda la Avenida central. En la noche las tunas invaden las calles, recorriendo cada avenida con velas. Bailan, vestidos de forma diversa y las damas de pollera. El alcohol siempre está presente.
En los carnavales de 1919 María Teresa Vallarino fue electa como reina. La tonada ‘pescao’ se hizo popular. La letra es de Mario H. Cajar y la música del cubano-panameño Máximo Chichito Arrates Boza.
Su origen se debe a un tal José Agustín llamado ‘Pescao’ quien era músico y al llegar tarde a una práctica de improviso, al ser llamado por su apodo- según Barragán Maylín- todos gritaron a coro ‘Pescao’. De esa manera nació el himno de los carnavales de ese año y de los siguientes.