Luces y frases

Actualizado
  • 13/12/2015 01:00
Creado
  • 13/12/2015 01:00
No hemos llegado aún a la Ilustración. No, el Siglo de las Luces a nosotros no nos ha iluminado aún

En términos políticos este país se debate entre el apócrifo reysolesco: ‘El estado soy yo', que arrogantemente enarbolan algunos de los políticos del patio; y el despótico ilustrado: ‘Todo para el pueblo, pero sin el pueblo', que dictan los otros, mientras les regalan al populacho pasteles y fútbol para evitar que se rebelen. De vez en cuando, (y últimamente más de cuando que de vez), alguien aparece con el crucifijo en alto, amenazando con las penas del Infierno a aquellas ovejillas descarriadas que hayan tenido la osadía de pastar yerbitas en el potrero equivocado. Ojo, que llega Satanás y te lleva a una calderota enorme, llena de aceite hirviendo. O sea, en resumidas cuentas, estamos atascados en el siglo XVII, años arriba o abajo, sin alcanzar aún la revolución francesa.

No hemos llegado aún a la Ilustración. No, el Siglo de las Luces a nosotros no nos ha iluminado aún. «La Ilustración significa el movimiento del hombre al salir de una puerilidad mental de la que él mismo es culpable. Puerilidad es la incapacidad de usar la propia razón sin la guía de otra persona. Esta puerilidad es culpable cuando su causa no es la falta de inteligencia, sino la falta de decisión o de valor para pensar sin ayuda ajena. Sapere aude. ¡Ten valor de servirte de tu propio entendimiento!» (Immanuel Kant, ‘¿Qué es la Ilustración?')

Miren que a mi me gusta poco Kant, ¿eh? Reconozco aquí ante ustedes que fui capaz de sacar adelante mi carrera de filosofía sin leerme completa ninguna de sus aburridísimas obras. Pero aún así, le reconozco su racionalidad. Y no, en Panamá no hemos salido de esa minoría de edad voluntaria. No es falta de inteligencia. Es flojera. Nos seguimos sintiendo bien con que nos apapachen. Las exigencias de este pueblo no son más que pataletas infantiles, como un niño enrabietado pegando gritos y revolcándose por el suelo en el pasillo de un supermercado. Y los gobernantes lo saben. Un caramelito, y listo, se acabaron las exigencias. El paternalismo es buscado por ambas partes.

El populacho se conforma con desfiles y becas universales, y los políticos se los dan mientras ellos se conforman con contratos millonarios, que el pueblo permite que se ganen, porque a ellos les va a caer un jamoncito en Navidad, y el político se lo dará porque sabe que a él le caerá un pellizco jugoso en el último contrato que se gane la empresa del consuegro. Así seguimos, en un pajeo mutuo, en el contubernio entre la aristocracia y el populacho. Mientras la clase media cada vez está más asfixiada.

El meollo del asunto es que para que se dé la Ilustración debe existir una clase media pujante, una burguesía educada, que no necesita que le regalen un jamón y que ya no tiene miedo a las calderas humeantes. Es esta clase media la que genera riqueza, la que desarrolla los países. Es esa clase media pensante la que puede, de una vez por todas llevar a este país a lograr lo que expresó Abraham Lincoln en Gettysburg, en 1863 cuando definió la democracia que imaginaba para su país: ‘Un gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo'. Sin mesías iluminados, sin papitos lindos que nos den regalos y nos traigan Disney a casa.

Con gente que trabaje haciendo lo suyo, fiscales que sepan lo que hacen y no se dejen presionar, con políticos que recojan la basura y arreglen las escuelas, con un pueblo que sea capaz de hacerse escuchar sin el intermedio de movimientos independientes que luego, al final, no lo son tanto.

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