Un cuento de la colección

Actualizado
  • 20/03/2016 01:00
Creado
  • 20/03/2016 01:00
No quiero escribir sobre ti pero termino haciéndolo, es un juego, el fatalismo, una simple contradicción

En el 2013, este su servidor Javier Medina Bernal, quien escribe esta columna cada domingo, tuvo la fortuna de ganarse el Premio de Literatura Ricardo Miró en la sección cuento.

Para mí (y unos cuantos gatos más) fue importante. No me cambió la vida ni nada. El dinero del premio de esfumó y los cien libros que me correspondían por regalías la mayor parte los regalé.

Un puñado de gente leyó el libro. Mi vida siguió igual. Pero yo escribí el libro. Salí de él.

Generalmente cuando se termina de escribir un libro uno no quiere saber nada más de él. Es como sacarse una muela que te duele. Botas la pieza que te sacaste, agradeces que se haya acabado la tortura (ese dolor que palpita dentro de la boca) y sigues pa' lante con tu vida a esperar que otra muela te empiece a doler para sacártela de nuevo y así hasta que te quedes sin dientes y seas un, como quien dice, bocacho.

Así es escribir un libro, al menos para mí que soy un dramático y trágico de primera categoría. Sin embargo, toda esta perorata es porque he decidido compartir algunos textos de aquel libro aquí en esta columna.

Me lo han pedido algunos lectores: ‘Oye, Javier, me has dicho que no se consigue tu libro, que aún no lo reeditan, ¿por qué no, mientras, publicas algunos de los cuentos de la colección en la columna? Pues, bueno, me ha parecido buena idea. A los lectores hay que complacerlos (a veces, porque, si no, se acostumbran). Aquí va el cuento (muy breve):

Desventajas de escribirte

Te escribo para atraparte, tal vez para aniquilarte. Te invento mundos en los que te pongo a bailar tango con Sábato, un danzón con Villaurrutia, o Pellicer, de quién solo he leído pequeñas reseñas en Internet y apenas uno de sus poemas en una vieja antología de poesía latinoamericana que conseguí en Salsipuedes. No conozco mucho de él, solo que era el poeta de la luz o el trópico o alguna babosada como esa —¿o era ése otro poeta mexicano?, no lo sé—; ignoro si bailaba pero imagino que sí. Te imagino bailando chachachá con Cabrera Infante (tal vez rock and roll en su apartamento de Londres sería más realista y apropiado). También te pongo a bailar pindín con Chuchu Martínez, para quedar bien con los chauvinistas. (¿Acaso no era Chuchu un hombre sin patria?) El caso es que en realidad no quiero escribir sobre ti porque hacerlo es someterte a los ojos ávidos de los miserables que todavía leen libros y dejan su huella anacrónica en cada página. Imbéciles ellos y yo que buscamos la salvación en poemas y cuentos. No quiero escribir sobre ti pero termino haciéndolo, es un juego, el fatalismo, una simple contradicción, (nunca digas nunca, odio a la gente que odia, monerías del lenguaje de ese tipo). Los lectores tacaños y cabecicalientes ya se hacen una imagen borrosa de ti, quizás de tu cuerpo desnudo cuando fuiste mía; ahora eres de ellos inevitablemente, cada uno te hará suya, lectores y lectoras por igual, y acaso cuando vayas por la calle sientas cosquillas en el vientre o tu cara cambie de color y de forma. Te dibujan a placer, te reconstruyen los muy cabrones. Te he entregado a la horda de rapaces para siempre.

POETA Y MÚSICO

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