Padre

Actualizado
  • 18/06/2017 02:00
Creado
  • 18/06/2017 02:00
Aullido de loba

‘Hay que tener amigos hasta en la puerta del infierno', me dijo muchas veces mi padre. Cuento con los dedos de las manos las veces que recuerdo que él les pidiera favores a cualquiera de los muchos que tenía en todos sitios. Hacerles favores él a ellos sí lo he visto y muchas veces. Pero también me enseñó siempre que la puntualidad era innegociable, que si dices a las cuatro es a las cuatro, no a menos cuarto ni a y media. Porque ‘es mucho mejor esperar a que te esperen'. Y que antes de empezar un viaje se mea y se caga.

Mi padre se hace amigo de la frutera, del pescadero y de la cajera. Habla con todos. Se sabe el nombre de la camarera y le pregunta por la operación que se hizo en los ojos. Y ella sabe cómo le gusta exactamente el café.

Mi padre es el primero en pagar lo que debe y en traer del pueblo frutas para regalar a los vecinos. Y una de las pocas veces que me dio un guantazo fue, siendo yo muy niña, por un comentario pretendidamente gracioso hacia la gente de pueblo. Nunca más se me ocurrió hacer algo así. Mi padre me pegó poco, con mirarme bastaba. Pero me defendía siempre de la ira (justificada) de mi madre.

Mi padre me veía llorar a las tantas de la noche, leyendo el periódico tranquilamente, mientras yo trataba de pasar a tinta una lámina de dibujo técnico, sin ayudarme, y solo diciendo: ‘Ten cuidado con las lágrimas, si te cae una se te va a correr la tinta y vas a tener que empezar de nuevo'. Hoy sigo sin saber dibujar, pero me enseñó a hacer las cosas yo sola, y a sentirme orgullosa de la nota que me pusieron al día siguiente. Porque era mía. Me la había ganado yo.

Mi padre me enseñó el valor de la lealtad. Y del honor. Y de la risa. A dar los buenos días. A decir gracias. Me lo enseñó sin un solo discurso motivacional, sin un solo sermón, sin alharacas ni tonterías.

Mi padre me enseñó que si te ponen una multa porque te la has merecido, bajas las orejitas y la pagas sin rechistar. Que uno asume las consecuencias de sus actos. Que tienes que aprender a defenderte sola porque él no va a estar siempre a tu lado para ayudarte.

Mi padre se pelea conmigo a brazo partido y aún hoy tengo que morderle para poder ganarle, y no se enfada cuando el mordisco se le pone morado o le saco sangre. Mi padre me ha enseñado que está bien defenderse y que no hay que pedir perdón por usar la fuerza si es necesario.

Mi padre, que ha sido cazador, recogía animalitos heridos a la orilla de la carretera y los llevaba a casa para curarlos y devolverlos al monte. En mi casa no se mata nada que no se vaya a comer. Y no se tira la comida. Mi padre me enseñó que hay que tener respeto por aquello que te comes. Incluidas las plantas. Porque mi padre poda, riega, y sulfata. Mi padre no sale a la terraza cuando unas torcazas anidan en el pino, y cuando el pichón ya es grande, con infinita paciencia, lo sobrealimenta sin asustarlo, para que al dejar el nido sea el pollo más grande de toda la zona.

Yo fui ese pichón un día. Ahora volé del nidal y tengo lejos a mi padre, asaz. Pero lo que me ha enseñado nunca jamás se aleja demasiado.

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