Mujer hecha pedazos

Actualizado
  • 19/05/2018 02:03
Creado
  • 19/05/2018 02:03
Conocí a Marta en el cumpleaños de Cristina. Mi primera impresión al verla no fue nada extraordinario. En realidad, me parecía muy normal

Conocí a Marta en el cumpleaños de Cristina. Mi primera impresión al verla no fue nada extraordinario. En realidad, me parecía muy normal, con su suéter de rayas y sus pantalones ajustados. No vi en ella nada fuera de lo común hasta que se le cayó el brazo. Me afectó el sonido hueco de su miembro chocando contra el suelo, aunque no tanto como el hecho de que lo recogiera con total tranquilidad, se lo insertara en el hombro y siguiera conversando. «Debe de ser una prótesis», recuerdo que pensé, al no ver derramada ni una sola gota de sangre; sin embargo, parecía demasiado real, movía los dedos, sostenía su cerveza, se acomodaba el cabello. Conversaba con Cristina y se reían, como si ninguna de las dos pensara que lo que acababa de ocurrir fuera un evento inusual.

Me acerqué a ellas. Apenas Cristina me vio, se abalanzó sobre mí y me abrazó. «Qué bueno que viniste, Eduardo, tienes que conocer a Marta», me dijo, «te va a encantar». Nos presentó y luego nos dejó solos. Enseguida nos llevamos bien. Era de esas personas con la capacidad de hablar sobre cualquier tema sin aburrirte. Me daba pena preguntarle lo de su brazo, y no lo hice. Además, la conversación se había tornado tan interesante que hasta me estaba olvidando del asunto.

Después de un rato, salimos al balcón. La fiesta, al igual que todos los años, era en la casa de montaña de los padres de Cristina: una hermosa cabaña de vidrio y madera, rodeada de pinos y cedros que a veces me parecía muy acogedora y, otras, extremadamente siniestra.

Recuerdo que me hablaba sobre un texto de Jorge Luis Borges cuando se le cayó la mano izquierda. En el momento en que se agachó a recogerla, la empujó por accidente, se le escurrió entre los barandales y aterrizó en unos matorrales en la planta baja. «¡Mierda!», exclamó en voz baja, y bajó apurada por las escaleras. Yo me quedé inmóvil. No sabía si acompañarla o quedarme donde estaba. Me asomé al balcón y vi su mano allí, en el zarzal. Le iba a costar alcanzarla, y ni pensar en el peligro de los mapaches. La casa de Cristina está rodeada de ellos, los hay por todos lados. Una vez conté hasta cuarenta. Afortunadamente, ninguno se acercó demasiado antes de que Marta apareciera junto al matorral. Pobre mujer. Estaba buscando donde no era y la tuve que ayudar. Todo el mundo se dio cuenta de que se le había caído la mano porque le tuve que gritar muy fuerte debido al volumen de la música. Demoramos un poco en que lograra encontrarla, hasta que por fin la agarró, la insertó en su muñeca y volvió hacia mí como si nada hubiera pasado.

La situación se me hacía muy rara y le tuve que preguntar por qué le pasaba eso. Con naturalidad, me respondió que no sabía. Que un día, de repente, estaba en la sala de su casa y se le cayó una pierna. No era algo que le doliera, simplemente se le salía. Me contó que sus padres le hicieron miles de exámenes, cirugías y tratamientos que solo lograron traumatizarla. «Fueron años de sufrimiento, hasta que un día me cansé». Me dijo que ya le tocaba vivir con eso y que, con el tiempo, había logrado verlo como algo normal. Normal, al menos para ella, pensé yo. Le pregunté si alguna vez había perdido la cabeza y me dijo que sí, pero que no físicamente, sino por un hombre, y que aquello había sido aún peor. «Quedé con el corazón destrozado, Eduardo. Me costó mucho reunir luego mis pedazos, y eso que, como ves, tengo una vasta experiencia levantando trozos de mi cuerpo», me dijo. Se notaba un poco triste. Entonces me miró a los ojos y se rio. A pesar de su rareza, era graciosa, me caía muy bien. Me contó que una vez, en una playa, se le salió una pierna y que, de no haber sido por un amigo suyo que buceaba, jamás la hubiera encontrado. Me decía esas cosas muerta de la risa. Me hubiera gustado pasar más tiempo con ella, pero al día siguiente partía para Buenos Aires. Marta era intérprete y se iba a traducir una conferencia médica sobre parálisis renal. Me dijo que era el trabajo perfecto para ella porque, además de que aprendía mucho, el hecho de meterse en una cabina disminuía considerablemente el riesgo de asustar a alguien, o de perder algún miembro de su cuerpo.

«La gente es rara, Eduardo», me decía. «Se asustan por que a uno se le caiga una mano o un pie, pero les parece completamente normal abrirse las tetas y meterse dos bolsas gigantes de silicona. Es más, hasta lo pregonan con orgullo por ahí», decía entre risas, mientras se acomodaba la pierna derecha, que se le acababa de caer.

Estuvimos platicando hasta el amanecer, hora en que vinieron a buscarla. Nos despedimos con un fuerte abrazo. Me dio un poco de miedo que se le cayera algo en ese instante, pero estuvo muy bien. Me gustó abrazarla. Sentía que lo necesitaba desde hacía mucho. Luego de ese encuentro, nos seguimos escribiendo por correo y nos llamamos a menudo. La última vez que conversamos me dijo que se había emborrachado en una fiesta y se le había perdido el brazo. Por más que buscaron no pudieron encontrarlo. Y eso que hasta ofreció una recompensa en el periódico. «Es muy raro que se te perdiera así», le dije, a lo que me contestó con su franqueza habitual: «Ay, Eduardo, he perdido las llaves, el pasaporte, la cartera, ya perdí al amor de mi vida, cómo no se me iba a perder también un brazo».

ESCRITORA

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‘Me dijo que ya le tocaba vivir con eso y que, con el tiempo, había logrado verlo como algo normal. Normal, al menos para ella, pensé yo. Le pregunté si alguna vez había perdido la cabeza y me dijo que sí, pero que no físicamente, sino por un hombre, y que aquello había sido aún peor'

CHERI LEWIS

Escritora

Nació en Chitré. En 2013 publicó ‘Abrir las manos', su primer libro de cuentos a través de Fuga Editorial.

En 2015, su obra ‘De la magia y otros recuerdos' ganó Mención Honorífica en el Concurso de Literatura Infantil Carlos Francisco Changmarín del INAC. Ese mismo año, F&G Editores de Guatemala reedita su libro ‘Abrir las manos' para su distribución en Centroamérica.

En 2017 gana el Concurso de Literatura Infantil Carlos Francisco Changmarín del INAC con el libro de cuentos ‘Vivir con Alegría'. Ese mismo año formó parte de la Antología ‘Historias de dos ciudades', cuentistas de Panamá y El Salvador, y de la edición ‘¡Basta! 100 mujeres contra la violencia de género' de Panamá.

En 2018 participa en la Antología ‘En plena forma' Cuentos panameños 2003-2017.

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