Defectos

Actualizado
  • 11/11/2018 01:00
Creado
  • 11/11/2018 01:00
Soy intransigente con la falta de honradez. Y nunca amenazo. Nunca. Yo aviso. Y cumplo

He decidido esta semana hacer caso al maestro Pedro Altamiranda: voy a contar mis defectos, que mis virtudes las sé. Con la ayuda de mis afectos he hecho una lista de todo aquello que constituye una falla en mi carácter y mi hechura. En primer lugar, me falta melanina. Soy color blanco muerto. Mi sangre española y mi acento son el fenotipo que muestra mi deficiente genotipo.

Defectos intelectuales tengo a montones, soy un desastre en matemáticas, y debe ser por eso que, a punto de llegar al medio siglo, aún no tengo en mi cuenta de ahorros una cifra ni parecida a los cien mil rúcanos que dice el otro que son la prueba de que no has fracasado en la vida. A pesar de eso me gustan las cosas bellas. Menos las flores, las flores cortadas no me gustan. Ese es otro de mis defectos: no recibo arreglos florales, no insistan. Tampoco tengo sentido de la orientación. Me pierdo en el pasillo de mi casa, y soy incapaz de recordar caras y nombres, si me ven en algún lugar y no los saludo no crean que es comemierdez mía, es que no los reconozco, salúdenme ustedes, con confianza, pero no me pregunten ‘¿Te acuerdas de mí?' porque la respuesta, con seguridad, va a ser que no. Y tampoco llegué al reparto de la paciencia, en concreto a la paciencia con la estupidez, ahí sí que me tranco como mula en lodazal.

No les tengo paciencia a los límites, en concreto me llevo mal con las prohibiciones absurdas y yo como Libertad, la amiga de Mafalda, odio que me digas que no haga aquello que yo ya sé que no debo hacer. Soy intransigente con la falta de honradez. Y nunca amenazo. Nunca. Yo aviso. Y cumplo. Siempre, siempre cumplo, puedo tardar más o menos en cumplir, puedes haberte olvidado de que te había dicho lo que iba a hacer, pero si te lo dije, lo hago. Conmigo nunca hay sorpresas, hay sorprendidos.

Tampoco debería tener tan poca resistencia a la compasión, y quizás así dejaría de tener la casa llena de perros, gatos, tortugas y humanos a los que suelo sobreproteger y alcahuetear.

A veces me travisto y me convierto en señores con mala sombra y mala hostia. Y cuando vuelvo a ser yo, vuelvo a ser orgullosa y prepotente, cínica y sarcástica y me vuelvo a defender con misantropía e ironía. Tengo cierta tendencia a abusar del alcohol y mi respeto a toda forma de vida hace de mí una omnívora de manual.

Pero sobre todo, señores, lo más importante de todo, es que no soy tonta, aunque a veces me vendría bien empezar a aparentarlo.

Tengo muchos más defectos, incluso tengo algunos que no reconozco y que sin duda lo son, pero de vez en cuando hago un ejercicio de introspección y los reviso, los limpio, los pulo y los pongo en línea, rozagantes y esplendorosos. Me conozco y me tengo cariño. Vivo según mis reglas y trato de no hacer daño, de no joder a mis vecinos, y de educar a perros, gatos e hijos para que tampoco lo hagan.

¿Ustedes han hecho este examen de conciencia alguna vez en su vida? En esta sociedad estamos demasiado acostumbrados a que nos digan lo buenos, lo guapos y lo perfectos que somos. Estamos acostumbrados a frasecitas estúpidas que nos aseguran que querer es poder y que ser panameño es motivo de orgullo. Y no. Mírense. Miren sus propias miserias. Y empiecen a darse cuenta de lo que tenemos que soportar los que convivimos con ustedes.

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