María de Amador, matrona y lideresa por derecho propio

Actualizado
  • 20/01/2019 01:00
Creado
  • 20/01/2019 01:00
María Ossa fue más que la esposa del primer presidente del país. Ella jugó un rol fundamental en la separación de Colombia y desde 1945 fue reconocida como ‘prócer'

El día 29 de noviembre de 1907 debió ser uno de grandes satisfacciones para Manuel Amador G. y su esposa, María de la Ossa.

En la mañana habían recorrido la ciudad de Washington en un coche propiedad del gobierno estadounidense. En la noche, serían agasajados por el presidente Teodoro Roosevelt y su esposa con un elegante banquete en la Casa Blanca.

Era la primera fiesta de la temporada y la primera dama de Estados Unidos sacó lo más fino del repertorio de la mansión presidencial para reciprocar a los esposos Amador las atenciones que les habían prodigado durante una visita al istmo en 1906.

El salón de banquetes de la residencia del mandatario en la Avenida Pennsylvania, estaba bellamente adornado con begonias rosadas y claveles blancos. La mesa tenía dispuestos 32 puestos con una vajilla de oro, muchos de los cuales serían ocupados por los miembros de la familia presidencial panameña: Raúl Amador (consul de Panamá en Nueva York e hijo de la pareja); Elmira Amador de Ehrman (hija); el secretario privado del presidente, JE Lefevre de la Ossa (sobrino).

Según las columnas sociales del momento, Edith Rooosevelt, de 41 años, lucía espectacular esa noche, con un vestido azul celeste, mientras que su contraparte panameña, ‘una mujer de mediana edad y rostro agradable', vestía de satín negro.

Después de disfrutar el delicioso menú típico de las fiestas de Acción de Gracias, los invitados pasaron al salón principal para un baile amenizado con una orquesta.

Se trataba de un banquete de estado, comentarían las columnas de sociedad de la capital estadounidense durante los días siguientes, pero también ‘una de las fiestas más alegres ofrecidas por los Roosevelt y una de las más agradables de la historia de la Casa Blanca'.

ÚLTIMA PARADA

La estadía en Washington sería la última parada de un viaje espectacular de seis meses que había llevado a la pareja presidencial panameña por varios países europeos. Había sido, según algunos, una gira ‘cuasi triunfal', en la que habían sido agasajados por el presidente francés Faillieres, quien honró al doctor y político como comandante de la Legión de Honor.

El viaje y las atenciones, tres años después de la gesta de la separación, debieron ser atesorados especialmente por María, en momentos en que su esposo, ya septuagenario, cansado y enfermo, debía regresar a Panamá para retomar sus funciones. Le quedaban, como ella bien sabía, pocos meses de vida.

ORÍGENES

Esa vida de viajes y banquetes en los salones más elegantes y con las personas más poderosas del mundo era una que María de la Ossa no debió haber siquiera imaginado en sus años de juventud, en la pequeña y ruinosa ciudad de Panamá de finales del siglo XIX.

La joven nacida en 1855 había tenido la típica vida de una mujer panameña de su tiempo, con una mínima escolaridad compuesta por lecciones básicas de matemáticas, lecturas, geografía, idioma y buenos modales.

A los 16 años se casó (¿la casaron?) con el reconocido médico, que aunque agradable, alto, elegante, y de medios económicos resueltos, le llevaba 22 años y tenía un hijo ya maduro.

En 1903, cumplidos los 30 años de matrimonio, María había sobrellevado las constantes revoluciones políticas y altibajos de la economía panameña, así como la proclividad de su esposo por las aventuras políticas arriesgadas.

Pero todo eso quedaría atrás a partir de agosto de 1903, cuando el Congreso de Colombia rechazó el Tratado Herrán Hay, para la construcción de un canal a través del istmo por los estadounidenses.

Con las esperanzas de mejores tiempos rotas y cansados del yugo que imponía Bogotá sobre el Departamento del Istmo, el doctor Amador y un grupo de amigos, todos influyentes miembros de la pequeña sociedad, se organizaron para gestionar el sueño de separar al istmo de la república colombiana.

Como parte de los esfuerzos para llevar adelante los planes, Amador se voluntarizó a viajar a Estados Unidos a buscar apoyo. Después de 4 meses de gestiones en Nueva York y Washington, volvió a Panamá en octubre de ese mismo año, con planes para ejecutar la rebelión el 28 de noviembre.

ENTRA MARÍA OSSA

‘Los días que precedieron la independencia fueron días de grandes preocupaciones, de dudas y de ansiedades', contaría la señora María de Amador al educador Octavio Méndez Pereira en 1931. Mientras que su esposo se encargaba de los asuntos conspiratorios, militares y económicos, a ella le tocaría jugar un papel fundamental en temas protocolares no poco importantes.

Si se necesitaba una bandera… ella acudió a su hijastro Manuel Encarnación, de genio artístico, para que diseñara una. Si había que confeccionarla… se unió a su cuñada Angélica Bergamotta de la Ossa, a su mucama Agueda Rodríguez, para adquirir las telas y sentarse a coserla.

Cuando sus hermano José Francisco, el alcalde de la ciudad y encargado de la policía, se dio cuenta de la existencia de la conspiración, ella lo ganó para la causa.

Los planes de hacer el golpe el día 28 tuvieron que alterarse cuando, el día 2 de noviembre, se corrió la voz de que el gobierno colombiano, ya anuente a los planes revolucionarios, había enviado un buque con 500 soldados para sofocar la rebelión de cualquier forma.

A las seis de la mañana del día 3 de noviembre, Amador recibió la confirmación de la llegada de los soldados a Colón. De acuerdo con el relato brindado en 1929 por María de la Ossa a Méndez Pereira, ‘sin desayunar siquiera' saldría a las seis de la mañana de la casa para conversar con el grupo de conspiradores.

‘Cuando regresó, como dos horas después, lo encontré acostado en la butaca de su cuarto en mangas de camisa, con las manos enlazadas sobre la frente en actitud de honda preocupación', relataría Ossa de Amador.

‘¿Qué te pasa?', le preguntó.

‘Creo que todo está perdido', le dijo. ‘Mis compañeros vacilan y creo que nos dejaron solos'.

‘Yo traté de animarlo e infundirle la confianza que necesitaba en ese momento dificil', continuó el relato de la señora María a Méndez Pereira. ‘Si te dejan solo, tienes que proceder. Ya no es posible echarse para atrás. Anda. Levántate a luchar'.

‘Le aconsejé que fuera enseguida a ver a Mister H. Prescott, persona de nuestra absoluta confianza (sub superintendente del ferrocarril y prometido de una sobrina de Amador). A través de él podía comunicarse directamente con su jefe el super intendente Shaler, que se encontraba en Colón, para pedirle que, por ningún motivo, dejara que las tropas colombianas llegar a Panamá'.

‘Apenas salió mi esposo de la casa para verse con Prescott, yo tomé un coche y me dirigí a casa de nuestro amigo José Agustín Arango y luego a la de Espinosa, casado con una primera hermana mía, y los invité a que procedieran sin pérdida de tiempo, pues ya estaban comprometidos y no era momento de detenerse a meditar'.

‘Me queda la satisfacción de que mi voz de aliento llegó a animar y a encender de nuevo el entusiasmo de estos dos patriotas', comentó.

PRIMERA DAMA

Como lo indica la narración, María de la Ossa era una mujer de fuertes convicciones. Descrita como de gran belleza en su juventud, en su edad adulta mostró gran inteligencia, convicciones y rapidez en la toma de decisiones prácticas.

En 1904, su esposo Manuel Amador se convirtió en primer presidente de Panamá, y, según Octavio Méndez Pereira, durante la presidencia de su marido, continuó brindando siempre consejos prudentes y atinados para la solución de los problemas de la administración.

MEMORIA HISTÓRICA

A través de toda su vida, doña María seguiría interesada en la política del país. Pero no siempre, esta matrona, de lengua rápida y afilada, segura de su importancia, tuvo la diplomacia para decir las cosas de la manera apropiada.

En 1910, desde Yonkers, en Estados Unidos, donde residía, escribió una carta al presidente Taft para pedirle que interfiera en la política partidista del istmo.

Ante la supuesta amenaza de la continuación del gobierno interino de Carlos A. Mendoza, o su reemplazo por alguien de su mismo partido, ella pedía al presidente de Estados Unidos que se manifestara a favor de Samuel Lewis, quien ‘tendría el respaldo de todas las personas sensatas del país'.

‘Pocas relaciones me unen con el señor Lewis, pero es honrado, inteligente, decente y… blanco', decía la carta, rescatada de los Archivos Nacionales de Estados Unidos por el historiador panameño Celestino Araúz.

En otra ocasión, desde Charlotte, Carolina del Norte, el 24 de abril de 1945, a los 90 años, escribió al historiador Ernesto J. Castillero para aclarar los eventos de la separación.

Entonces, de 90 años de edad, y quejándose de calambres en todo el cuerpo, le decía al historiador: ‘Espero que Dios me dé vida para concluir mis recuerdos históricos que ya he principiado a escribir'.

Cuando estas memorias vean la luz, ‘allá verá el público que mi esposo Amador es el verdadero creador de la República de Panamá y lo quitarán de la comparsa a donde tratan de ponerlo siempre'.

Le quedaban apenas tres años de vida. Para entonces, viviendo en Charlotte, con su hija Elmira, y ya fallecido Raúl, la viuda del primer presidente había recibido múltiples reconocimientos, entre ellos el asignársele una pensión vitalicia (Ley 60 de 1941).

La Segunda Asamblea Nacional Constituyente de 1945, por su parte, en resolución del 31 de octubre de dicho año, la declaró ‘prócer de la independencia de la República de Panamá', describiendo su vida como ‘paradigma de libertadoras y dechado de las más relevantes virtudes ciudadanas'.

Falleció el 5 de junio de 1948, en Estados Unidos. Ese mismo año, el gobierno organizó un homenaje póstumo y, en 1955, para el primer centenario de su nacimiento, el Consejo Municipal colocó su retrato en al salón de sesiones del Cabildo junto a los de los otros próceres.

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