Faltaría más

Actualizado
  • 21/04/2019 02:00
Creado
  • 21/04/2019 02:00
Aullido de loba

Se lo vuelvo a explicar una vez más, faltaría más, y todas las que sean necesarias, hombre, por favor, que no se diga que no ha sido por explicaciones.

Ardió Notre Dame. Ardió París. Y yo me estremecí. Porque, a pesar de poder tener mis más y mis menos con los gabachos, (aún me escuece, miren ustedes, que utilizaran los sarcófagos de los reyes de León como abrevaderos para sus caballos), reconozco ese monumento como mío.

Yo soy el gótico, la piedra que baila hacia el cielo obligándote a seguir sus pies leves, el delicado equilibrio de los arbotantes, esqueleto externo de un insecto hermoso y tozudo; el chillido de cristal que rompe el silencio obsceno en el interior, lamiendo piedra y piel, emborrachando de belleza. Yo me reconozco en los arcos ojivales. Pero también soy el mosaico romano del oso en Asturica Augusta, y el fresco románico de la anunciación a los pastores.

Para eso sirve el arte, estimados señores imbéciles, para reconocer en él nuestra pertenencia a la humanidad. ¿¡En qué pretenden que nos reconozcamos!? ¿Acaso en los tanques de combustible de isla Melones? ¿O pretenden que nos sobrecoja la belleza de los discursos políticos de alguno de los candidatos a las elecciones?

Hay pocas cosas, muy pocas, que sean intrínsecamente humanas, a pesar de que muchos se sentirán más tranquilos pensando que esto que acabo de afirmar no es cierto, el lenguaje no es solo humano, ni siquiera la variedad dialectal en el lenguaje lo es, el sexo como forma de conseguir favores tampoco lo es, las tradiciones no son privativas de los homo sapiens, ni la risa, ni el llanto, ni el dolor por la muerte. La venganza no es algo solo nuestro. Incluso los árboles se ayudan entre sí, con lo que la solidaridad tampoco nos pertenece en exclusiva.

Cuanto más vieja soy más me reafirmo en creer que lo único bueno que pueden hacer los humanos es crear Belleza. Así con mayúscula.

Y cuando un ejemplo de esa belleza surge en un momento de la historia, como un estallido de color en medio de esta humanidad obtusa, debemos conservarlo para poder mirarnos en él y, en ese espejo, seguir recordando quiénes somos.

Por eso los bárbaros, cuando llegan, lo primero que hacen es destruir: los cristianos la biblioteca de Alejandría, los fanáticos los budas de Bamiyan, los romanos no dejaron piedra sobre piedra en Jerusalén. Si no sabes qué eres, si no sabes que eres un hombre, puedes ser cualquier cosa, pueden convertirte en esclavo, en zombi. Te pueden convertir en ellos, en los que no ven la belleza, en los que viven con una venda, en los que solo reconocen el colmillo y la zarpa. Y su propia avaricia.

Sí, yo lloré cuando vi caer los Budas. Yo lloré por Notre Dame. Yo me duelo por Palmira. Y por Alepo.

También me duele Panamá, porque hay que ser muy cenutrio y muy ignorante para exigir la demolición de cualquier edificio. Porque ningún monumento de ocho siglos hubiera llegado a nosotros si a los cincuenta, o a los ciento ochenta años lo hubieran demolido por estar ‘viejo'.

Me duele que una tiparraca, que solo tiene sitio en el cerebro para rezar, haya dado el visto bueno para demoler un mural dentro de un área que ella administra. Y es una gran ironía que los destructores sean precisamente los de la Oficina de Metas de la Presidencia.

Porque la meta de los bárbaros es robarles sus espejos, aquellos en los que se pueden reconocer y sin ellos ustedes no sabrán quienes son. Pobres.

COLUMNISTA

Lo Nuevo
comments powered by Disqus