Cerdos

Actualizado
  • 20/10/2019 00:00
Creado
  • 20/10/2019 00:00
No dejo de ver cerdos por todos sitios. Cerdos que dirigen los destinos de la nación. Cerdos tirando basura en las calles. Cerdos tapándose las orejas, la boca y los ojos como los proverbiales monos

Hace un par de semanas se presentó en Panamá una obra de teatro que se tituló 'Manual para pollos y cerdos'. Escrita, producida y dirigida por Arturo Wong Sagel (quien, por cierto, acaba de recibir el Premio Ricardo Miró 2019 en la convocatoria de cuento. ¡Felicidades, Arturo!). En un escenario casi postapocalíptico y aun así totalmente contemporáneo, se desarrollaron ante nuestros ojos una serie de acontecimientos en los que la casta de los cerdos dominaba y controlaba al grupo de los pollos.

El mensaje, adobado con metáforas, sarcasmo e ironía a partes iguales, era mucho más que una moraleja, era una profecía que nosotros, nuestra sociedad, nos estamos encargando de autocumplir.

Los cerdos manipulando la realidad. Los cerdos abanicando el miedo. Los cerdos usando el pan y el circo. Los cerdos escudándose en la religión para seguir mangoneando a los pollos. Y los pollos, dejándose.

Desde que vi la obra no dejo de ver cerdos por todos sitios. Cerdos que dirigen los destinos de la nación. Cerdos tirando basura en las calles. Cerdos tapándose las orejas, la boca y los ojos como los proverbiales monos. Cerdos que se escudan en sus curules para no hacer frente a sus pasadas cerdadas.

Y veo pollos, miles de pollos que se obnubilan con el fútbol, con la religión, ¡bendito sea mi dios!, y con el quítame allá esas bobadas que los cerdos les lanzan para que se sigan entreteniendo y no jodan.

Y me parece alucinante que los pollos sigamos picoteando sin cesar, que bajemos la cabeza y soñemos, simplemente, en llegar a ser, algún día, cerdos. Porque los cerdos sí viven bien, carajo. Porque los cerdos pueden comer carne todos los días, y beber alcohol del fino. Porque tienen derecho a sus carrazos y a que entre todos los pollos mantengamos a su honrada parentela.

La fábula de la globalización escrita por Wong es descarnada y catártica y, como todo aquello que nos muestra lo que no nos gusta ver, muchas de las personas que la vieron se reían con ganas y reflexionaban poco.

Yo entiendo perfectamente a los pollos queriendo ser monos. Yo también quisiera poder vivir tapándome los ojos, cubriendo mis oídos, embozando mis labios. Yo quisiera ser un pollo bueno, quisiera poder admirar a los cerdos y soñar con ser como ellos, pero no puedo.

Quisiera poder ser un pollo abúlico y conformista. Quisiera ser un buen pollito, uno apático, pasivo, indiferente, insensible y desidioso. Pero no puedo.

Quisiera que las margaritas hozadas y pisoteadas por los cerdos que nos echan para que traguemos no se me hicieran bola. Me gustaría, de verdad que sí, poder ser un elemento manejable de la sociedad. Debe ser un verdadero placer que piensen por ti. Que te digan de qué debes hablar, qué tiene que importarte, a quién debes admirar y a quiénes tienes que odiar.

Me encantaría poder creer que, si dejo todo en manos de un dios, mis problemas se solucionarán por arte de birlibirloque, pero me enseñaron muy temprano que 'a Dios rogando y con el mazo dando'. Me gustaría creer que la culpa de todo la tienen los pollos de otras granjas, que son ellos los que traen la peste. Pero he vivido en otras granjas y sé que eso no es así.

Sé que los problemas los suelen crear los cerdos, por su codicia, por su lujuria, por su pereza y su gula. Por su ira. Y por su soberbia creyéndose más que los pollos.

(P.S. El texto de la obra “Manual para pollos y cerdos” publicado por NONIA Editores está a la venta en varias librerías del país)

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