• 26/04/2020 00:00

Mofa y befa

Hemos vuelto, en un giro espacio temporal extraño y asfixiante, a la clase de 5° B del colegio Virgen Blanca

No sé ustedes, pero yo tengo la desagradable sensación de haber regresado al colegio. En serio, me siento como si estuviera en 5°B.

Están todos los tipos de gentucilla del aula. El mismo ecosistema.

Están los sabihondos que todo lo conocen, todo lo saben y que a todo tienen que responder. Ahí están mano en alto dando cifras, estadísticas, son los que saben qué fue lo que pasó, dónde, y cuándo. Además, su primo estaba viendo el evento en vivo y en directo, así que ellos saben de primera mano de qué color era el murciélago contra el que se cometió el murcielaguicidio.

Tenemos a los ñañecos, todo el día quejándose, todo el día dando lástima, que si Pepito me rozó, que si Juanita hace mucho ruido al pasar las hojas del cuaderno.

No nos olvidemos de los acusicas barrabás, al infierno irás comiendo patatas en un orinal. Los que de todo se chivan, como se decía en España. Maestra, Mónica sacó la lengua; maestra, Periquito no trajo los deberes, qué bruto, póngale cero.

También está el niño mimado, el que tiene la casa más grande, la televisión más grande, el juguete más caro y el papá más rico, el “tú no sabes quién soy yo” del salón.

Y, por supuesto, tenemos a los sangrones, no podían faltar esos que hacen mofa y befa de todos los demás. Los matones. Los que se pasaban las clases humillando y despreciando con palabras, acciones o gestos.

¿Y saben qué? Esos son los diputados, los que se pasan la clase entre cantaletas, chacotas, rechiflas y chuflas. Haciendo de todos los demás irrisión con sus mojigangas de payasos sin gracia. Montando farsas para distraer la atención de todos, mientras ellos se roban la merienda del resto, acusándose unos a otros enfrente de la clase mientras en los baños hacen sus trapicheos y sus negocios sucios. Nos exhortan desde sus redes sociales a que no nos dejemos engañar y lo peor es que siempre pasan de curso.

Hemos vuelto, en un giro espacio temporal extraño y asfixiante, a la clase de 5° B del colegio Virgen Blanca. Con su ambiente enrarecido de tensión y miedo, de dimes y diretes, de no te acerques a esa que es una piojosa, de no te juntes con aquella que está loca. Del o conmigo a contra mí y te espero detrás de la columna cuando salgamos al recreo.

Hemos regresado a la comba es mía y como tú no tienes el estuche de Hello Kitty eres pobre y no puedes jugar con nosotras.

Estamos todos en la clase de primaria, con la que se hace pis encima de la angustia y el miedo y la que, por si alguien no se había dado cuenta, lo hace notar y lo grita a los cuatro vientos para que todos se rían.

Estamos encerrados en un aula, dirigidos por unos maestros que no saben qué hacer con nosotros, porque no pueden pegarnos no sea que se les forme un motín, y no pueden expulsarnos porque les interesa volver a ser maestros dentro de cuatro años y piquillo.

Y, ¿saben qué es lo peor del caso? Lo peor es que no sabemos cuánto falta para que suene el timbre de recreo.

Así que, viendo lo que veo, solo puedo decir que la vida no es el bien supremo. La muerte no es el peor de los escenarios y la libertad debe estar por encima de la seguridad.

Además, yo ya estoy grandecita y a mí solo me regaña mi papá, y, excelentísimo señor presidente, usted no es mi papá.

Dicho esto, acato. No acepto, pero acato.

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